Son algunas de las primeras personas mayores con las que nos relacionamos. A veces son guardianas de tradiciones y transmiten valores y costumbres de generación en generación. Otras, son revolucionarias, o tozudas, o conservadoras. Sea como sea, las abuelas siempre nos enseñan algo. Paula invitó a mujeres de distintas generaciones a recordar a sus abuelas, vivas o fallecidas. ¿Qué aprendieron, para bien o para mal, con ellas? Recetas, comportamientos, palabras… Aquí, las memorias de sus nietas.

María Rebeca Nanjarí Ricotti (61), nieta de Juana Elcira Romo Avendaño

El primer pensamiento que aflora en mi mente al recordar a mi querida abuelita Juanita, son las palabras de cariño que me expresaba cuando me llamaba ‘Rebequita, linda preciosa’.

De ella aprendí,  el deleite  que uno siente al cocinar con afecto y agrado para su familia, porque a pesar de los años de su partida, siempre  recuerdo  sus tallarines a la italiana, los fritos de zapallo y su pan de Pascua, ¡que han sido insuperables!

Como  legado,  me propuse cada año hacer un pan de Pascua para regalar en Navidad a cada integrante de mi familia y amistades, con la receta que amorosamente me heredó.


Paula Moreno Valenzuela (36), nieta de María Elena Toro Gonzalez

Mi Nena fue, es y será una abuelita mágica, como de Macondo. Una abuelita que nunca quiso que le dijeran abuelita, y con razón porque fue abuela a los 40.

La Nena fue, es y será amor y felicidad en mi vida y seré una eterna agradecida por haberla tenido en mi vida. Fue, es y será una abuelita que todo niño, niña o adolescente debería tener, lo sé porque trabajo en eso: hacen falta muchas abuelitas como la Nena.

La Nena siempre estuvo presente: en todo acto del colegio, en todas las celebraciones, y en las enfermedades. Guardaré conmigo todos esos abrazos que me descontracturaban de lo apretados que eran, todos sus regaloneos, sus historias, enseñanzas y por sobretodo su risa.

También guardaré conmigo todas esas frases que ella decía: “la niñita que venía en la micro”, “lavarse los incisivos”, “¿qué tengo yo que le falte?”, “anótelo en un cuadernito” (cuando me daba plata de niña y yo no quería aceptarlo, como una promesa de devolución que nunca ocurrió, porque ella nunca lo esperó), o el “¡cállate!” que le dijo a mi hermana porque no la dejaba escuchar el silencio del campo (y que hasta el día de hoy nos reímos de eso).

La Nena fue es y será una revolucionaria: entregaba amor y reconforte a otros cuando el sentido común dice que desconfíes; era generosa y empática cuando otros promueven el individualismo y competencia; iluminaba con ternura en un mundo donde existen discursos de odio. La Nena fue, es y será una revolucionaria en entregar amor a quien le rodea, ¡qué hermoso ejemplo me diste!

Seré una eterna agradecida por haberla tenido en mi vida, por ser su nieta, por haberla tenido 34 años de mi vida. Y me sentiré siempre orgullosa de la abuelita que tuve, porque siempre entregó amor. Nena, futuras generaciones sabrán de ti, de tu entrega, de tu luz.


Carolina Ponce Bustos (47), nieta de María Villegas Tapia

Con mi abuela fuimos muy cercanas. Desde chica me gustaba ir a su casa y quedarme con ella. Mi mamá, su hija, falleció cuando yo tenía nueve años, quizás eso hizo acercarnos más...

Aprendí mucho de ella, especialmente el amor por la cocina. Verla preparar humitas era todo un espectáculo, y hasta hoy no he probado unas pantrucas más deliciosas que las suyas. Lo mismo sucede con las albóndigas y el budín de zapallitos italianos, pero los tallarines con salsa eran, para mí, su obra maestra.

Además de sus habilidades culinarias, su historia de vida me transmitió la fuerza y el empuje que necesitó para sacar adelante a su familia, ya que siendo muy joven mi abuelo murió y ella se quedó sola con cinco hijos pequeños a quienes se entregó y dedicó por entera.


Catalina Rodríguez (31), nieta de María de la Luz Chávez

Hablar de mi abuelita Lucy es siempre emotivo para mí. Ella es mi abuelita paterna, tiene 85 años y es simplemente una mujer admirable, de la cual sigo aprendiendo todos los días. Es una de las personas más resilientes que conozco y que tengo la suerte de tener aún en mi vida.

De mi abuelita Lucy he aprendido tanto que me faltaría espacio para enumerar sus lecciones. Si pudiera destacar algunas, la primera sería su enseñanza de que tener una buena actitud ante la vida es fundamental, no importa lo que nos pase. Ella quedó huérfana siendo muy pequeña, se crió prácticamente sola y con su propio esfuerzo formó a la gran mujer que ha sido toda la vida: segura de sí misma, fuerte, respetada, querida, amorosa, culta, una luchadora. No hay día en que no tenga un libro en la mano, o en que no esté leyendo el diario a primera hora de la mañana, mientras se toma un café.

De Lucita, como le decían sus amigas, he aprendido la importancia de ser querida, de tener bonitos vínculos, de tratar siempre bien a las personas. Confieso que ser sociable es algo que, supongo, heredé de ella.

Aún estoy tratando de aprender que el amor se demuestra de muchas maneras, con muchas formas de hacer presencia, que no necesito sacrificarme para que el resto se sienta bien, porque quien te ama siempre buscará entenderte. También, he aprendido que la vida se DEBE (así, con mayúsculas) disfrutar, que no hay que responder a las imposiciones sociales. Ella se separó en una época muy complicada, decidió ser madre soltera, mantuvo siempre un carácter muy definido, nunca le importó el qué dirán.

Y eso me lleva a una de sus principales enseñanzas y preocupaciones, una que ella aprendió luego de haberse equivocado: el amor no puede ser incondicional, debe tener condiciones, límites, no todo se perdona, no todo se debe aceptar, y eso aplica a todas las formas de amar, ya sean parejas, hijos, padres, amistades. Siempre me demuestra que no se debe priorizar a otros por sobre uno mismo, que debo ser fiel a mis propios sueños, que debo cuidarme yo primero. Lo que mi abuelita no sabe, es que ella sigue aprendiendo este punto.

Una última cosa que me gustaría contar y que me ha enseñado mi abuelita, es que la ética de trabajo es muy importante, que con esfuerzo todo se puede lograr. Ella empezó a trabajar a los 14 años. De hecho, en su carnet de identidad aparece que nació dos años antes, porque en esos años pudo modificar su edad para poder trabajar de manera legal. Mucho sacrificio. Me ha enseñado que, a pesar de esta ética, el trabajo no es la vida, que debo aprender a descansar, a cambiar la forma en que entiendo la productividad. Eso ella lo aprendió después de varios colapsos.

Hablo con mi abuelita Lucy prácticamente todos los días, es una de las personas que está en mi mente a cada minuto. Cada vez que la llamo por teléfono me dice las mismas cosas: “Descansa, cuídate”, “viaja, disfruta”, “no te preocupes tanto por el resto, todos deben solucionar sus cosas solos, tú preocúpate de ti”, “yo entiendo cuando no puedes venir, de todas maneras siempre rezo por ti”, “Catita, tú haz tus cosas, yo estoy siempre bien”.

Siempre reza por mi, siempre dice que está bien. La fe es otra de las cosas que me ha enseñado. No importa en qué creamos, o a quien le recemos, mi abuelita me ha enseñado que siempre hay que tener fe en que todo saldrá bien, y si no, se verá en el camino.


Agnieszka Bozanic (37), nieta de Eliana Herrera y Ascensión Arellano

Cuando me preguntan qué aprendí de mis abuelas me desarmo completa. Esto porque tengo dos experiencias completamente disímiles con ellas. Por un lado, está la Pely (Ascención Arellano), fuente inagotable de amor incondicional, musa inspiradora del GeroActivismo. Por otro, mi abuela materna (Eliana Herrera), de la cual, si bien tengo algunos buenos recuerdos, estos no abundan.

Si tuviera que encontrar un común denominador entre ambas, podría decir que aprendí que las personas siempre son presas de sus circunstancias familiares, sociales, políticas, económicas y hasta biológicas.

Desde que las miré desde esta óptica más compasiva, para también reencontrarme con mi historia familiar, pude liberarme de todas esas cadenas que se van creando de forma transgeneracional. Finalmente, mi análisis no puede pasar por si fueron buenas o malas abuela conmigo, sino, qué pasaba con ellas para que lograran (o no) darme amor, cuáles eran sus limitaciones y, por qué no, cuáles eran sus formas de amar que hoy también replico en mi vida. El mirar para atrás e intentar darle sentido a mi historia (junto a mi terapeuta por supuesto), me ha permitido ser una mejor madre para Estela, quien hace unos meses cumplió dos años.

Por último, haber vivido todo esto con mis abuelas me ha hecho entender lo crucial que es este vínculo. Este contacto intergeneracional, cuando es positivo, es un pilar fundamental en el desarrollo de las niñeces y de trascendencia para las mayores. Espero tener el privilegio de ser abuela en algún momento de mi vida, sin duda.