Paula 1146. Sábado 26 de abril de 2014.

"Nunca pensé tan en serio en la maternidad hasta que me tocó vivirla. Es que es un proceso profundo donde me replanteé cosas y descubrí nuevas dimensiones mías. Me ha hecho recordar mi propia niñez. Vivenciar mi historia desde otro lugar.

Cuando era niña recuerdo que mi mamá trabajaba mucho y yo le reclamaba porque nos dejaba a mi hermana y a mí con las nanas o con mi tía abuela, Piedad. Ahora me doy cuenta de que criar es una empresa tremenda. Ahora valoro más la figura de mis padres. Me doy cuenta de que hay un abismo de diferencia en las condiciones que mi mamá me tuvo y en las condiciones en que yo tuve a mi hija. Mi mamá tenía 18 cuando nació mi hermana María José y 19 años cuando nací yo. Y, aunque estuvo un par de años con mi papá, después se separaron y hacía lo que podía para parar la olla. Yo, en cambio, quedé embarazada a los 32 y estaba bien asentada con mi pareja, Ricardo. Teníamos ahorros y una casita en la playa. Mi labor ahora es que mi hija Luisa aprenda a sentirse una privilegiada y valore eso que nació con ella.

Me gustó estar embarazada. Me gustó, incluso, engordar. Subí 15 kilos en el embarazo y, como siempre he sido flaca y larga, me sentía curvilínea: tenía muslos, trasero, pechugas, una forma tan latina de estar. Preparé mi cuerpo y mi mente para el momento del parto. Hice yoga hasta el noveno mes, lo que me ayudó a ejercitar las caderas, la columna y a no retener tanto líquido. Y tomé flores de Bach para ayudarme emocionalmente. Tuve un buen embarazo y un buen parto.

Decidí pasar un tiempo largo con Luisa cuando me puse a leer sobre maternidad. Mi hermana María José, que dos años antes había tenido a mi sobrina Julieta, me trajo algunos libros; uno de ellos, Embarazo y recién nacido: Guía para los futuros padres de Alfredo Germain y Marta Sánchez. Con esas lecturas me terminé de convencer de lo importante que era generar el apego con mi guagua. Yo, que toda mi vida le di un valor gigante a la pega, decidí entonces dejar mi vida laboral en pausa para poder estar un tiempo más largo con ella. Me dediqué un año a ser full mamá. No fue una decisión difícil. Fue una decisión consciente.

Desde que tuve a Luisa soy partidaria de la maternidad post 30 justamente por la madurez con que enfrentas la crianza. Yo me pasé los 20 años viajando, carreteando, enamorándome. Entonces no eché de menos, cuando nació Luisa, dejar de salir los viernes. Me dio lo mismo.

"Soy partidaria de la maternidad post 30 por la madurez con que enfrentas la crianza. Yo me pasé los 20 viajando, carreteando, enamorándome. Cuando nació la Luisa, dejé de salir los viernes. Me dio lo mismo".

No conocía la generosidad hasta que nació Luisa. La maternidad hizo crecer en mí un amor que jamás había experimentado. Unas ganas de entregar sin límites que nunca había sentido por nadie. Yo antes de ser mamá vivía enfocada en mí. No era de las que se postergaba por el otro. Me mantenía siempre primera en la lista de prioridades. Pienso que se debía a que desde chica aprendí a batírmelas sola, a ser independiente: a los 14 años me pagaba la isapre con los comerciales que hacía, a los 19 viajaba por el mundo haciendo modelaje. Y a los 25, nuevamente pensando en mí, decidí estudiar Teatro.

La llegada no planificada de Luisa me enseñó que uno no solo vive para sí misma. Y ha sido maravilloso también vivir en función de otro: tuve que dejar de dormir para alimentarla a riesgo de convertirme en un zombie. Y también restringir mi dieta para evitar que la leche le produjera cólicos. ¡Amamantar es un acto de entrega total! A mí me costó mucho y en ese sentido el taller prenatal que con Ricardo tomamos con la matrona y experta en lactancia Pascale Pagola me ayudó un montón. Gracias a ella aprendí que, aunque me dolían los pezones, no había leche más completa que esa para Luisa y que esa intimidad que surge mientras amamanta, es única y sublime; cada vez que la pones sobre tu pecho liberas y le transmites oxitocina que es la hormona del amor.

No quise que Luisa se criara con nanas como me criaron a mí. Porque, además, las nanas puertas adentro que antiguamente eran como parte de tu familia, ya casi no existen. Eso permite que hoy los papás nos hagamos más cargo, y yo, que siempre he sido intensa, decidí vivirme esta etapa también a concho.

Desde que llegó Luisa a mi vida quise construir una rutina con ella y observar en primer plano sus cambios. Los niños hoy son más despiertos que antes. Y yo quería estar encima de ella, educándola. No me arrepiento. Hoy veo a Luisa crecer sin las inseguridades que yo tenía a su edad y absorber como una esponjita lo que le enseñamos con su papá. Es curioso, pero la Luisa baila la música que a mí me gusta y no la de su generación y yo pienso que esto se debe a que es la misma que le ponía desde que estaba en mi guata (Marisa Monte, Fernando Milagros). Además, tiene horarios para comer, dormir y jugar y hasta para usar mi celular. Y ha aprendido a desapegarse de los objetos. Cada seis meses hacemos un orden juntas. Ella elige entre sus juguetes qué es lo que va a regalar y yo hago lo mismo con mi clóset.

Ser mamá me volvió más vulnerable. Es complejo. Pero con la maternidad comienzan a aparecer miedos que no sabías que tenías. Luisa se enfermó harto cuando chiquitita. Tenía reflujo y, además, a los 10 días de nacer se agarró un virus y la tuve internada en la clínica. Me quería morir. Había parido recién y tenía mis hormonas revoloteando, entonces me pasé día y noche al lado de su incubadora, paranoica de que se agravara, mientras ella era un tallarín flaco que no tenía fuerzas ni para comer. En ese momento fue que me di cuenta de que era una leona para criar. Cuando le dieron el alta todos querían verla, pero les dije chao a las visitas por un tiempo, para evitar que se contagiara otra vez. Y me encerré a hibernar con ella.

"Con mi pareja, Ricardo, nos reservamos todos los jueves para salir solos y tener algo de intimidad; el resto del tiempo estamos con Luisa que, como todos los niños, es invasora. Cuando llega un hijo, si no inviertes en tu romance, la relación se reduce a una enorme lista de tareas que repartirse".

La maternidad implica trabajo doble. Es que cuando llega un hijo, algo de ese pololeo que tenías con tu pareja muere. Y, si no inviertes en tu romance, la relación se reduce a una enorme lista de tareas que hay que repartirse. Luisa, por suerte, desde que nació durmió en su pieza. Pero igual, como todos los niños, es súper invasora. Lo que hicimos con Ricardo es pedirle a nuestra nana, Marta, que nos ayude. Ella se queda todos los jueves en nuestra casa para que podamos salir y tener algo de intimidad. El resto del tiempo, lo compartimos con Luisa: Ricardo cocina con ella y la lleva a comprar flores y yo la llevo por las tardes a la Plaza Las Lilas en bicicleta o a ver a su prima Julieta. A las 20:30 sagradamente se va a la cama. Yo misma la hago dormir.

Desapegarme de Luisa no ha sido fácil. Lo he hecho lentamente. Desde que empezó a caminar comencé a mandarla a un jardín infantil y dejé de amamantarla. Tuve que ser carne de perro, porque las primeras veces ella vomitaba para no ir al jardín y hacía pataletas. Yo, que soy corazón de abuelita, sentía un nudo en la garganta. Pero tuve que aprender a no dejarme muñequear: la mandaba igual y eso permitió que de a poco yo recuperara mi espacio. Es complicado reorganizar la vida con un hijo chico. Recuperar la independencia. Porque racionalmente lo deseas, pero. por otro lado. sientes que tienes ese ratoncito chico bajo tu cuidado y no lo quieres soltar. Por ahora estoy feliz de volver a trabajar en roles pequeños. Pero sé que ese escenario ideal no siempre se va a dar. Por suerte no estoy sola: Luisa tiene dos abuelas muy guaguateras pero, además, tengo a mi hermana María José con quien nos apoyamos harto en el cuidado de nuestras hijas. Ricardo también ayuda. Él es un padre muy presente y comprometido".