A los cinco meses de conocerme, él me pidió matrimonio y yo le dije que sí.
Un año y medio después, en enero de 2015, nos casamos. Tenemos tres hijos en común: la mayor nacida en 2016; el del medio que nació en 2018, y la más chica, del 2021.
A pesar de que todo fue muy rápido, y que a muchos les pareció extraño el apuro por casarnos, para mí fue una decisión bien pensada, en el sentido de que yo sí quería estar con mi pareja. El hecho de tener hijos con él era la mayor muestra de cariño que podría sentir y, en ese sentido, era una relación súper honesta para los dos.
Aun así, desde que nos casamos empezaron a haber situaciones de “bandera roja”. Hoy las veo así, pero, viviéndolas, muchas veces las confundí con amor o creí que por amor tenía que perdonar o aguantar ciertas cosas. Por eso tomar la decisión de separarme fue súper difícil.
Primero por el cariño que le tenía. Además, yo me sentía culpable de tomar una decisión así. El hecho de tener hijos en común me hizo sentir que yo sería la responsable de “romper” a mi familia. Eso me hizo cuestionarme muchas veces si en realidad era la decisión correcta. Sentía culpa de herir a mis hijos, y de destruir a mi familia por una decisión “egoísta”, porque sentía que tenía que pensar en mí. Fue súper difícil. Tantas y tantas veces a uno le dicen que los niños necesitan a sus papás…
En febrero de 2022 tomé la decisión de separarme después de una de nuestras discusiones. Pero accedí a intentarlo una vez más, por los niños.
Entre ese mes y julio me di cuenta de que intentarlo nuevamente fue el mayor error que podía haber cometido. Que eso le hacía más daño a los niños de lo que les protegía. Que me estaba haciendo más daño a mí también. Eso fue lo más complejo: sentir culpa, sentir que era mi responsabilidad cuando en realidad no lo era. Era la consecuencia de situaciones que se dieron. Aunque esa conclusión recién la vengo a ver ahora.
Del pensamiento a la acción
Antes de tomar la decisión de separarme, conversé con mi familia. Con mis papás, particularmente. Ellos al principio no lo entendían. Y no lo hacían, porque, es cierto, lo que uno muestra hacia afuera es una realidad que no necesariamente corresponde a lo que pasa puertas adentro.
Para ellos primero fue un gran shock, porque si bien sabían que había problemas de pareja, ellos asumían que eran dentro de un contexto de normalidad, como lo que han vivido en sus casi 33 años de casados. Y tuve que explicarles que no era así. Sentía mucha vergüenza. La única forma que encontré de explicarles a mis papás fue decirles: “uno entiende que pueden haber muchas peleas, pero cuando yo los veo a ustedes discutir y los veo arreglarse, veo que hay cariño. Eso no pasa conmigo”. Aquí yo me sentía sola, no me sentía querida.
Al mismo tiempo, seguía pensando que mi decisión era muy egoísta. Especialmente porque, desde el punto de vista económico, yo sabía que estaba viviendo de forma súper privilegiada y que eso cambiaría si yo me separaba.
Estaba viviendo en Chicureo, en una casa que a mi edad jamás lo hubiese pensado. Una casa grande con patio, el auto del año, yo prácticamente no cocinaba, se pedía comida todos los días para la casa.
Contradictoriamente, también me sentía muy limitada económicamente, porque tampoco podía gastar a destajo. Se me cuestionaba si me quería comprar un café porque yo no trabajaba.
Cuando me quejaba de mi situación, más de una persona me decía “¿de qué te quejas si te tienen viviendo como reina?”. Y sí, hoy veo que me tenían viviendo como reina, pero a costa de mi salud mental, de mi felicidad, de la felicidad de mis hijos.
A mí, que mi realidad económica cambiara no me molestaba. Mis papás me criaron de una forma súper aterrizada en ese sentido. Yo no tenía problemas en vivir donde fuera, pero sí me preocupaba por los niños. En ese sentido, siento que si para un adulto el cambio de una casa matrimonial a otra es un aterrizaje forzoso, para los niños es chocar con una realidad a la que no están acostumbrados.
Después de una serie de conversaciones y una serie de eventos en nuestras vidas, finalmente tomé la decisión: el 31 de julio de 2022 me separé del padre de mis hijos, del hombre con el que había compartido más de siete años de mi vida.
Redes de apoyo
Sé que no hubiese sido posible separarme sin una red de apoyos contundente.
De afuera hacia adentro, el hecho de poder contar para los temas legales con una abogada particular que es una excelente profesional ha sido un apoyo fundamental. También el de poder acceder a terapia y contar con el apoyo de una psicóloga ha sido clave para darme cuenta de un montón de situaciones que uno de repente pasa por alto.
Hoy sé que sí soy una persona privilegiada. Pero no por lo económico o por lo que tenía cuando estaba casada, sino por mis redes de apoyo.
Mi trabajo en corretaje de propiedades demostró cumplir un rol importantísimo. Me hicieron parte de la familia desde siempre y aunque hoy no estoy trabajando ahí para poder solucionar mis temas personales vinculados con la separación, mis jefes me dejaron las puertas abiertas para volver cuando quiera. Hasta hoy cuando voy a Santiago paso por la oficina y me preguntan “¿cuándo vas a volver? Te extrañamos”. Ese tipo de cariño ha sido fundamental.
El contar con mis amigas también. Han estado en el pie del cañón conmigo, me llaman para preguntar cómo están mis hijos, en qué estoy yo, que si me vienen a ver a Los Andes, que si voy a ir a Santiago, que me puedo quedar en la casa de ellas por último para tener un fin de semana de distensión. Me han preguntado incluso si necesito plata.
Y finalmente llegamos a lo más cercano: mi familia. Después de la separación mis papás me recibieron en su casa. Pasaron de ser cuatro personas habitando el hogar a ocho de un día para el otro.
Obviamente no es fácil para ellos. En varios sentidos, pero principalmente porque cuando uno se separa -y particularmente en este tipo de separaciones donde han habido situaciones más complejas- no es solamente una la que se queda afectada, sino que todos hemos tenido noches de desvelo. Noches sin dormir, de malestar, de incomodidad, de nervios. Eso lo vivo yo, lo viven mis papás y lo viven mis hermanos.
Pero ellos me dicen -y yo les creo, porque yo haría lo mismo por mis hijos- que para eso están, que somos una familia.
Es de las cosas que más valoro actualmente. Con la familia siempre se dice “nosotros vamos a estar en todas”, y son palabras de buena crianza, pero cuando uno está realmente mal, mal como yo estaba, cuando no veía salida a los problemas, el tenerlos a ellos y ver que están ahí conmigo fue emocionante.
Hoy sé que sí soy una persona privilegiada. Pero no por lo económico o por lo que tenía cuando estaba casada, sino por mis redes de apoyo.
Ver más allá
En este proceso de separación he conocido a muchas personas. Y veo varias similitudes y diferencias entre sus procesos de ruptura y los míos.
De partida, pienso en ese sentimiento de culpa. Varias mujeres que he conocido, al igual que yo, se han sentido culpables de los problemas de su relación. Se han sentido locas, se han cuestionado su propia cordura. Se han preguntado “¿seré yo el problema?” o “¿estaré haciendo algo mal?”. En algún momento, como pasó conmigo también, se dijeron a sí mismas que quizás todo era su culpa.
También está el miedo. En general, cuando hay casos de violencia, se dice que lo que hay que hacer es denunciar. Pero lo que sigue a eso es tan fuerte que da miedo. Es una presión enorme para varias personas.
Eso sin contar la vergüenza, porque uno no quiere estar en la situación de víctima. No quiere sentirse una pobrecita… Entonces llegar a admitir que quizás hemos aceptado muchas cosas que no deberíamos haber aceptado, reconocer que no nos hemos querido lo suficiente, da mucha vergüenza. Para mí fue algo súper fuerte.
En cuanto a las distinciones, lo principal para mí fue darme cuenta de las redes de apoyo con las que cuento. Marcan diferencias tan profundas que pueden llegar a determinar si continúas viva o no. Cuando la gente no tiene red de apoyo se vuelve un número más en la lista de feminicidios, se vuelve un número más en las noticias que vemos de violencia.
Si algo he aprendido, es que esas redes de apoyo no pueden depender solamente de la mujer que se está separando. Porque si no se cuenta con la familia, con los medios económicos, con una contención, ¿qué pasa? Tiene que haber más espacios para quienes se están separando en situaciones complejas. Los que hay no dan abasto.
Mirar al futuro
Es difícil mirar hacia adelante cuando todavía estoy en el proceso de separación. Es un ciclo que aún no puedo cerrar. Pero si de algo me ha servido la terapia es para saber que no puedo seguir esperando, no puedo continuar postergándome: tengo que quererme yo. Porque si yo estoy bien mis hijos van a estar bien.
De aquí para adelante quiero, al menos emocionalmente y es lo que estoy trabajando, cerrar el ciclo. Yo entiendo que él es el papá de mis hijos y si bien hoy no hay una relación de pareja, eventualmente puede pasar que tengamos que vernos o relacionarnos. Esa es una decisión que la tienen que tomar los tribunales y no voy a mentir, me produce ansiedad, me produce temor, pero confío en que se tomará la mejor decisión para todos.
Con él, es un capítulo cerrado en mi vida. Y yo no creo que una mala experiencia pueda o deba determinar mi vida. Lamento que las cosas terminaran así, entiendo y agradezco que sin él yo no tendría a mis tres hijos, aunque eso no justifica las otras cosas que pasaron. Agradezco tener a mis hijos -que son también suyos- porque son lo mejor de mi vida. Pero a pesar de esa mala experiencia no me cierro al día de mañana conocer a alguien y rehacer mi vida.
Aun así, mi foco hoy es rehacerme como mujer, como persona y profesional. Enfocarme en mi felicidad y en la de mis hijos. No me cierro al amor, sé que cuento ahora con mejores herramientas para determinar cuándo sí, cuándo no, cuáles son los límites y también espero traspasarles eso a mis hijos.
Quiero que mis hijas sepan que lo principal es que se quieran ellas y que tengan claros los límites, que tengan claro qué es lo que no deben aguantar jamás.
Y quiero que mi hijo sepa que también debe quererse él, pero siendo muy cuidadoso con sus acciones, porque dañar es súper fácil, y solo cuando se es consciente del daño que puedes hacer se evita.
Por último, y por eso accedo a esta entrevista, quiero que mujeres que se estén separando o pensando en separarse reflexionen sobre sus redes de apoyo, que cuenten con ellas. Que seamos todas conscientes de dónde estamos paradas y cuándo tenemos que salir de algo que anda mal.