“La gente tiende a asociar la palabra ‘madrastra’ a las películas de Disney. A la mala de la película, la con el lunar grande y el pelo feo, pero en verdad es una pega súper heavy. Cuando conocí y me enamoré de Tomás (43), él no venía solo, venía con un equipo, venía con Lucas (10). El día que Tomás me pidió matrimonio lo hizo con Lucas al lado y cuando nos casamos, fueron los dos quienes me recibieron en el altar.
A pesar de que muchas mujeres escapan de los hombres con hijos, yo no le tengo ningún miedo al concepto de ‘madrastra’. La connotación negativa se asocia muchas veces a ir en contra de lo preestablecido, en contra la sociedad clásica, convencional, que tiene un solo modelo de familia; papá, mamá e hijos. Se asocia a la llegada de una persona externa que viene, no a suplir un rol, pero sí a complementarlo. Esta persona extraña que viene a inmiscuirse en una familia que no le corresponde, a pasar los días con un niño que no trajo al mundo y con quien no tiene una relación consanguínea. Pero justamente eso es lo más lindo que tiene la relación madrastra-hijo, esta relación increíble que se forma en la inexistencia de una consanguinidad. Es la existencia únicamente de una afinidad que se va construyendo en el día a día.
Obvio que la gente miraba y comentaba, pero yo estaba muy enganchada de Tomás y no entendía por qué iba a dejar de ponerle ganas a este intento de relación solo por la existencia de un niño. Por suerte mi familia siempre me apoyó mucho y les abrieron las puertas de mi casa de par en par. Mis papás recibieron a Lucas como su primer nieto y asumieron este rol de abuelastros de una manera súper bondadosa y generosa.
Conocí a Lucas cuando tenía 4 años y nos hicimos compinches al tiro. Un niño encantador, delicioso, inteligente y respetuoso. Desde ahí hemos compartido experiencias muy bonitas, de esas que no se olvidan. Un recuerdo muy emocionante que me marcó fuertemente fue cuando le contamos que iba a tener una hermana. Si bien después perdimos esa guagüita, ese momento fue muy especial. Me acuerdo de que nos abrazamos los tres y fue la primera vez en mi vida que sentí que tenía mi propia familia, una que estaba construyendo junto con un otro y un pequeño de seis años (en ese tiempo).
A pesar de que Lucas me hizo todo muy fácil, siempre es desafiante tener un niño con el que no compartes sangre. Yo no conozco el amor de hijo, yo conozco el amor de hijastro, y yo a ese niño lo amo con mi alma, pero tener esta relación es saber que hay una línea que debo tener mucho cuidado de no cruzar. A diferencia de lo que pasa con los padres de sangre, en donde existe un perdón innato, en nuestra relación hay que tener mucho cuidado porque sí puede romperse.
Es todo un desafío criar a un niño en dos casas. Los niños de padres separados tienen que asumir desde un inicio que ellos pertenecen a dos mundos distintos. Esta diversidad y multiplicidad de familias cansaba a Lucas y muchas veces no entendía por qué tenía que ir de lado a lado con su mochila. Eso es lo más complicado, convivir con una casa que tiene hábitos distintos a los nuestros, que tiene horarios distintos y formas de vida diferentes a la nuestra. Es difícil hacerle entender a un niño de 10 años que hay cosas que allá están permitidas y acá no. Para nosotros también fue un proceso aprender a respetar que había cuestiones que, si pasaban de la puerta de nuestra casa para afuera, pasaban nomás.
Ser madrastra es una pega súper difícil. Es entregar tu hombro, manos y todo tu ser, pero desde la voluntad, honestidad y transparencia absoluta.
A pesar de que siempre tratamos de que el cuidado de Lucas sea miti-mota, la mamá de Lucas no nos hace la vida tan fácil. Con Tomás tenemos una vida familiar súper contundente y tratamos de meter a muchos amigos con hijos en nuestra vida. Nos interesa que Lucas viva su infancia rodeado de niños. Como no hemos podido darle un hermano, tratamos de darle amigos de su edad con quien pueda compartir y vivir la vida de niño. Esto hace que él quiera pasar mucho tiempo con nosotros y nos ha costado un mundo hacerle entender a la mamá de Lucas que no es que nosotros estemos ‘comprándolo’, pero si él quiere estar acá, porque lo pasa mejor en el verano, qué vamos a hacer.
La relación con la mamá de Lucas es bien especial. Ni siquiera puede describirse como cordial, está basada únicamente en respuestas cortas respecto a su hijo. Hemos tenido que establecer reglas y límites e incluso llegamos a pedirle directamente que no opinara, porque es tan compleja que te quita toda la energía y paciencia. Pese a esto, siempre tenemos mucho cuidado de no hablar de ella con Lucas y estamos constantemente preocupados de que tenga una buena relación con su mamá.
Yo no soy una figura materna, no cumplo ese rol. Mi relación con Lucas es, simplemente, distinta. Soy una voz de autoridad, un modelo a seguir, pero yo no entro a jugar el papel de figura materna, porque él sí tiene una mamá. Mi objetivo en la vida no es ese, es ser la pareja, la compañera, la partner de mi marido, quien además resulta tener un hijo. Un hijo con quien tengo una relación increíble, a quien adoro y a quien le voy a entregar lo mejor de mí para que él sea la mejor versión de él, pero yo solo estoy desde el palco dando mi apoyo, mi opinión y sugerencias. Quienes toman las decisiones al final del día son quienes trajeron a Lucas al mundo.
Ser madrastra es una pega súper difícil. Es entregar tu hombro, manos y todo tu ser, pero desde la voluntad, honestidad y transparencia absoluta. Es una pega silenciosa y a veces un poquito dolorosa porque van a llegar ciertos hitos, como su graduación o matrimonio, en los que deberás quedarte a un lado y aceptar que no tienes un rol principal en ese triángulo, asumir que no eres la protagonista de esta historia, sino que estás detrás de cámaras. Creo que es una piedra que tenemos que cargar en silencio porque, pese a todo lo que yo amo a Lucas, él no es mío. Pese a todo lo que yo lo quiero, cuido y protejo, falta una relación consanguínea que seguro entrega algo que yo no conozco.
Yo no sabía lo mucho que podía amar a alguien con quien no tuviera una relación de amor de pareja o una relación de amistad hasta que conocí a Lucas. Si bien es un camino lleno de altos y bajos, lleno de emociones y momentos sensibles, saca lo mejor de uno, te hace aprender a amar con esta capacidad transparente, honesta y generosa. Me desvivo por ellos dos, ellos son mi núcleo, mi familia. Ellos son mi respiro, mi motor, ellos son mi primer y último beso del día, ellos son todo. Me siento la más afortunada del mundo. Ha sido un viaje difícil, un viaje largo que quiero que sea eterno. Ni mis desafíos más grandes han sido tan tremendos como cuidar un hijo que no es mío y quererlo genuinamente. Por lejos, el regalo más hermoso que me ha hecho mi marido.
María José tiene 41 años y es abogada.