“Lo que sentía por ella era más que amistad”

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“Con P. fuimos amigas durante casi una década, todavía lo somos pero ya no tan cercanas como antes. No tuvimos ningún conflicto pero los planes de la vida hicieron que dejáramos de tener tantas cosas en común. Ella ahora es madre, está emparejada, tiene una vida más familiar, y yo sigo en onda soltera, viajes, carrete. Ya no coincidimos y está todo bien. ¿La echo de menos? No tanto, porque creo que tengo mis amigas y mi círculo de confianza, y podría decir que me considero alguien desapegada en ese aspecto, entiendo que las distancias son normales y que las amistades tienen sus tiempos, van y vienen, se ponen en pausa y se vuelven a activar. Pero confieso que últimamente he pensado más en ella, aunque por otros motivos.

Hace unos meses inicié una terapia porque había estado un tanto ansiosa y bajoneada. Terminé una relación de pareja un poco tóxica con un hombre y quedé muy cansada emocionalmente. Eso sumado a otros rollos laborales que no vienen al caso en esta columna. El tema es que esta terapia, que empezó tratándose de ese quiebre, de la ansiedad y de un bajón anímico que me estaba afectando, ha terminado recorriendo muchos temas que no pensé fueran tan importantes en mi vida. En parte, la amistad con P.

P. y yo, a parte de amigas, fuimos roomies, así nos conocimos. Ella arrendaba una pieza de su dpto, un amigo en común me pasó el dato. Cuando fui a conocerla, a parte de que su casa era hermosa, luminosa, ordenada y con muy buena vibra, ella también lo era. Tuvimos un match, como si nos conociéramos de siempre. Supimos al tiro que queríamos vivir juntas. Como dice la canción ‘le hicimos un espacio a mi mala suerte y a sus pocas ganas de acertar’. No se nos agotaba nunca el tema y nunca tuvimos un rollo. Teníamos una forma de vivir bastante parecida, a las dos nos gustaba cocinar, comer rico, carretear, pasarse el finde en pijama viendo series o escuchando música. El tiempo que vivimos juntas lo recuerdo con mucho cariño la verdad, fuimos muy confidentes, nos apañamos en todas las desilusiones amorosas. ¡Hasta tomábamos la misma marca de antidepresivos! Cuando a una se le acaban, ahí estaban los de la otra, siempre nos reíamos de eso.

Yo me consideraba una persona heterosexual, porque nunca había sentido amor o atracción por una mujer, me gustan los hombres y siempre he tenido relaciones de pareja con hombres. Pero algo me pasaba con P. que era bastante parecido a cuando te enamoras de alguien: la admiraba, la encontraba hermosa, me encantaba cómo se vestía, cómo olía y me gustaba pasar tiempo con ella. Me ponía celosa cuando me hablaba de otras amigas confidentes y me daban mucha rabia los hombres que no la valoraban.

Algunos fines de semana nos echábamos juntas a ver películas, abrazadas, para mí era el panorama perfecto. Obvio que paralelo a esto yo salía con chicos que me gustaban, y cuando alguna estaba enganchada nos veíamos mucho menos, no llegábamos a dormir o dormíamos con nuestros pinches en la casa. Pero siempre que terminábamos, la mayoría de las veces con el corazón o el ego roto, ahí estábamos la una para la otra.

Hasta aquí obvio que es una amistad, con mucho amor, pero pasaron otras cosas que recuerdo y me confunden. Una vez que nos emborrachamos y volvimos a la casa juntas, caminando dando jugo por la calle, ella me abrazó y me dio besos en el cuello como para empezar algo más. Yo me quedé un poco helada, no le respondí con la misma cercanía. Otra vez, cuando estábamos viendo una película, empezó a hacerme cariño en la guata, también como buscando algo, y me puse muy nerviosa. Me corrí para tomar distancia y no pasó a más. Es que para mí nuestra amistad era sagrada. Pero luego me sorprendí a mí misma rememorando ese momento con mucho erotismo mientras me tocaba sola en mi pieza y ella dormía en la suya.

Pasaron los años de nuestra amistad, luego ella se emparejó, se fue a vivir con su pololo, quedó embarazada. Yo me fui a vivir sola, seguí mi vida. Como conté antes las vida nos fue separando en nuestros planes, pero sé que aún nos guardamos mucho cariño. A veces pienso en ella y sale muchas veces su imagen en terapia. Algo hay pendiente allí, dice mi psicóloga. Y probablemente así sea. Hoy pienso que nunca tuve el valor suficiente para entender que lo que sentía por ella era más que amistad. Quizás sí me hubiera gustado que pasara algo entre nosotras, aunque probablemente eso hubiera arruinado nuestra amistad o la habría vuelto incómoda. Pero me arrepiento de no haber tenido el valor de validar mi deseo por ella, de dejarme llevar. Quizás alguna vez nos reencontremos y tenga el valor de decir que yo sí quería, pero nunca me atreví”.

Ana Josefa tiene 28 años y es kinesióloga.

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