Una niña de catorce años nos mira sensualmente por encima de sus lentes rojos con forma corazón mientras devora una paleta de dulce. “¿Cómo se atrevieron a hacer una película de Lolita?”, dice la frase junto a la foto. Así se promocionó en 1962 la famosa adaptación al cine que el director de culto Stanley Kubrick hizo sobre la novela homónima de Vladimir Nabokov. Una imagen que, aunque dista mucho del personaje literario, se implantó en el imaginario colectivo como modelo de la niña adolescente mimada, sexualizada y provocadora con los hombres mayores. “Lolita no es una niña perversa, es una pobre niña que corrompen” defendía Nabokov años después a su personaje. Pero los intentos por explicarla eran en vano; la historia ya había sido interpretada por los ojos del mundo. No por nada, tras el éxito de la película, el nombre Lolita pasó a ser utilizado como estrategia de marketing para promocionar ropa interior, copas de Martini y hasta un consolador. En 1992 Kate Moss era retratada, con 18 años, con una paleta roja y una muñeca en su mano para un artículo titulado “Charming Lolita”, y en 2014 Katy Perry subió una selfie sexy con la leyenda “Feeling Lolita”. Este efecto, lejos de ser inconciente, lo tuvieron en mente tanto Kubrick como el productor del filme, quienes adaptaron la historia para que fuera aceptada por la industria y el público. Según el mismo productor de Lolita, James B. Harris, estaban concientes que querían convertir a Lolita en un objeto sexual [...] “donde todos en la audiencia pudieran entender por qué todos querrían saltar sobre ella. Queríamos que pareciera una historia de amor y que sintiéramos mucha simpatía por Humbert”.
Lolita instauró una dudosa estética que resiste hasta el día de hoy, pero que comienza cada vez más a ser cuestionada por los feminismos. Las mismas portadas que ha tenido cada una de las ediciones del libro original –una de ellas la misma de la película de Kubrick- hablan de ese cambio de mirada a través del tiempo. En la última, la editorial Anagrama dio un giro iconográfico, reemplazándola por el dibujo de la coreana Henn Kim, que rompe con la imagen de la adolescente femme fatale, para presentarla como una muñeca a cuerda; una niña usada y manipulada. Este año, el clásico filme de Kubrick cumple 60 años, más de medio siglo para una historia que nunca deja de ser polémica por los peligrosos bordes que toca. ¿Una adolescente de abierta sexualidad enamora a un hombre mayor o un hombre mayor manipula y viola a una niña? Recopilamos la opinión de hombres, mujeres y disidencias que explican con qué ojos ven hoy este clásico de la literatura y el cine.
Forch, realizador audiovisual, 32 años.
“Vi la película cuando tenía la edad de la protagonista. Entonces Kubrick ya era uno de mis directores favoritos y me llamaba mucho la atención su forma y capacidad de dirigir actores, por lo que Lolita cayó rápidamente en la lista de películas que sentía que debía ver. Me gustó, pero a medida que pasaron los años me encontré con muchas mujeres que habían vivido una situación similar. Hace poco vi la versión del 97, dirigida por Adrian Lyne y protagonizada por Dominique Swain y Jeremy Irons, y si bien las actuaciones son brutales y guardan ciertas fidelidades con el libro que me parecieron refrescantes, sí me hizo ubicarme en un espacio que me abstraía; ahora la veía desde una tela de juicio y un espacio más feminista/moral que me hizo sentirme profundamente extrañado y a veces incluso asqueado. Sin embargo rápidamente volví a “venderme” en la narrativa, en una especie de tira y afloja que me pareció terriblemente interesante. Hoy es una especie de ventana que nos muestra cómo se enfrentaban estos temas antes, cómo se trabajan y lo distinto que se consideraba la pedofilia, el apadrinamiento y el rol de la mujer antes de la visión de feminismo moderno; son obras que debemos ver para entender el pasado y repensar el futuro; nos dan luces y también nos entregan un montón de “red flags” que hoy somos capaces de entender y reconocer.
Isabel Orellana Guarello, productora audiovisual y programadora del Festival de Valdivia, 34 años.
“Vi la película en la televisión alguna vez pero nunca la he vuelto a revisitar. No es una película que me interese ni llame mi atención. Creo que la fetichización de las mujeres como objeto en el cine y la sexualización de las niñas lamentablemente sigue tan vigente como antes. Que las mujeres sean objetos es funcional al modelo económico y al patriarcado y eso tanto Hollywood como sus directores de culto siempre lo entendieron muy bien. Actualmente hay una usurpación de los directores hombres de tomar personajes femeninos para aprovechar el boom de consumo de las mujeres y su interés por ver reflejadas sus historias. Lamentablemente lo que termina ocurriendo es un aprovechamiento de ellos en esquemas de representación que siguen siendo añejos. En vez de aprovechar sus espacios de poder para mirarse a ellos mismos siguen usando a las mujeres como objetos, ahora bajo falsos preceptos feministas que no se sostienen bajo ningún análisis”.
Francisco Ortega, escritor, 45 años.
“Es interesante lo que ha pasado con Lolita en el último tiempo, tanto con la novela de Nabokov como con la película de Kubrick. Más o menos el 2018, cuando comienza de manera fuerte el feminismo de la cuarta ola, hubo una suerte de reedición de Lolita y hubo mucha condena, bastante apresurada al libro; incluso se hablaba de bibliotecas que básicamente quemaron el libro y las universidades lo sacaban de los planes de lectura. Lolita fue la obra que sufrió el embate de esta relectura respecto del tema del abuso de poder y sexual hacia las niñas jóvenes. Y era normal que esto pasara porque cuando ocurren estos movimientos sociales y culturales potentes siempre hay una obra o producto cultural que encarna todos los males. Pero es una critica muy superficial que, cuando la cosa empieza a decantar, se empieza a entender y valorar el contexto. Hay que pensar por qué Lolita aparece en esa época y qué significa. La historia es metafórica y no debe tomarse de manera literal. No celebra el abuso y la construcción de una niña como objeto sexual, sino que la condena a través del efecto espejo, que es algo que hacen las grandes obras narrativas.
Montserrat Martorell, escritora, periodista y doctora en literatura, 34 años.
Estamos hablando de un libro que fue publicado en 1955, que su autor nació en 1899 y que es capaz de construir una historia que funciona como un arma, un arma que tiene adentro todo lo que te puedes imaginar: abuso, soledad, tragedia, desastres, oscuridad, locura, deseos, violencia y perversión. Este es un libro que fue prohibido en su momento y que hoy continúa teniendo nuevas vidas. Yo soy feminista y creo que la literatura es un territorio de la incomodidad, del abismo. Jamás de la moral ni de las buenas costumbres ni de las buenas intenciones. A mí me gusta la escritura que está viva, que te habla, que te interpela, que se atreve, que no tiene pudor, que no tiene vergüenza. Lo peor que podríamos hacer es suspender o cancelar aquellos tiempos que no son los nuestros por juzgarlos bajo la mirada del presente. ¡Perderíamos tanto! Lolita es un libro que permite reflexionar sobre las máscaras que se caen, que se hunden, que se rompen.
Laura Freixas, escritora y crítica literaria, 64 años.
La escritora española Laura Freixas, más de seis décadas después de la publicación del libro original, escribió para el diario El País una crítica a la forma en que la novela aborda la historia de estos personajes. “Está escrita de tal modo que consigue hacernos olvidar que está mal violar niñas y ha sido interpretada muy ampliamente de una forma tal que justifica la violencia diciendo que es una historia de amor.”. ¿Y qué hacemos con Lolita?, se pregunta entonces en su artículo. " Leerla, sí”, se responde. “Pero también analizarla. Criticarla. Usarla para entender cómo el patriarcado manipula en su beneficio, y para nuestra desgracia, la cultura. Buscarle alternativas: leer y dar a leer otros textos, que en vez de reproducir ad nauseam la visión patriarcal del mundo, nos ofrezcan un nuevo punto de vista. Cualquier cosa, en fin, menos sacralizarla”.