Lorenzo, siendo apenas un niño, enfrentó miradas esquivas, etiquetas y un diagnóstico que parecía encerrar más preguntas que respuestas
“Hablar de arte es hablar de un lenguaje que no necesita traducción, un lenguaje que toca el alma donde las palabras no llegan. Como madre y profesional dedicada a trabajar con familias neurodivergentes, el taller que vivimos en Casa Nogal —”Introducción al programa de RDI: Herramientas para reconectar con mi hijo neurodivergente”— fue mucho más que un encuentro formativo. Fue parte de una comunidad que cree en el poder transformador del amor.
La voz de la charlista, Karla Galván, madre de Lorenzo, sigue en mi mente. Su testimonio fue como un hilo que nos conectó a todos allí, en esa sala. Y es que Karla habló de su hijo con una honestidad y una fuerza que desarmaba: un joven con autismo que ha encontrado en el arte su manera de estar en el mundo. Pero no fue un camino fácil.
Karla nos relató cómo Lorenzo, siendo apenas un niño, enfrentó miradas esquivas, etiquetas y un diagnóstico que parecía encerrar más preguntas que respuestas. Sin embargo, también nos habló del amor tenaz, de ese amor que no se cansa de buscar caminos. Fue ese amor el que llevó a Lorenzo a descubrir sus manos llenas de talento, a encontrar su voz en los colores, en las texturas, en la piel vegetal y el acrílico. Hoy, con 20 años, su obra no solo adorna paredes de museos y galerías, también rompe barreras, esas mismas que muchas veces intentaron definirlo.
“Cada lienzo es una conversación”, decía Karla con pasión y emoción. Y entonces entendí: el arte de Lorenzo no es solo para mirar, es para sentir, para aprender a escuchar lo que a veces no sabemos decir. Su trabajo es un recordatorio de que la neurodivergencia no es una limitación, sino una invitación a mirar el mundo desde otro lugar, desde la creatividad que no conoce fronteras.
En Casa Nogal, esta historia se entrelaza con nuestra misión diaria. Trabajamos desde la metodología RDI, uno de nuestros tantos enfoques que pone a las familias en el centro como agentes de cambio. Porque, aunque parezca simple, cocinar, jugar o pintar juntos puede convertirse en el acto más poderoso de amor. María Fernanda Alonso -nuestra consultora certificada- lo explicó en la misma charla, con una lucidez que no deja dudas: los grandes vínculos no se construyen con gestos grandilocuentes, sino con pequeñas experiencias compartidas, esas que transforman lo cotidiano en algo eterno.
Pero hay algo más, algo que a veces olvidamos: el autocuidado de los padres. ¿Cómo sostener a un hijo si uno mismo está a punto de caer? Este taller no solo nos recordó el valor del arte, sino también la importancia de cuidarnos para poder cuidar.
Pienso en Lorenzo y en Karla, en ese amor que los sostiene. Pienso en todas las familias que, como ellos, enfrentan desafíos y buscan caminos. Sus historias nos inspiran a seguir creando espacios donde el arte, la empatía y la comunidad sean ese puente que todos necesitamos cruzar alguna vez.
Al final, el arte nos enseña algo profundo: las diferencias no nos separan, nos enriquecen. Porque es en las diferencias donde descubrimos lo que realmente significa ser humanos.
Seguiremos construyendo estos puentes. Porque cada niño, cada familia, merece un lugar donde pueda crear, crecer y soñar. Pues, creo que el arte es el puente invisible. Es ahí donde las emociones silenciadas encuentran voz, donde lo incomprensible se revela y donde lo diferente se vuelve esencial. Nos invita a descubrir que, en las manos que crean, no hay límites, solo posibilidades. Porque al final, no es el arte lo que transforma, somos nosotros al dejarnos transformar por él.
* Carolina es directora de Gestión e Innovación del Centro de neurodesarrollo Casa Nogal.
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