Marcos, el pusilánime cuarentón de la serie nocturna de TVN, sostiene un matrimonio y un trabajo sin saber dónde está parado. Repite la rutina tratando de sobrellevar el hastío y se aliena con un montón de pasatiempos infantiles como jugar play station hasta la madrugada. Está en una crisis insostenible, pero no quiere darse cuenta. Es el segundo de una familia de cuatro hijos y todos los hermanos comparten una empresa familiar. El mayor es un tipo exitista, canchero y que hace todo para ganar.

Le sigue una hermana feminista y muy power y un hermano menor bueno para el carrete que siempre ha sido favorecido por la familia.Marcos es el torpe y el mediocre y sus hermanos le han hecho bullying desde que tiene uso de razón. La penosa descripción del personaje no calza para nada con su apariencia: Marcos tiene el cuerpo y la cara de Francisco Pérez-Bannen, a quien, si algo le sobra, es energía y magnetismo.

La serie nocturna de TVN, escrita en tono de comedia dramática, muestra el acontecer de un grupo de cuarentones que, de una u otra forma, se encuentran en crisis. Muchos están en matrimonios que ya no funcionan o se han adaptado tan ferozmente al sistema que olvidaron quiénes eran. Sirviéndose de un humor a ratos muy oscuro 40 y tantos muestra el lado patético y absurdo de los personajes, pero también el drama de la crisis y la opción de convertirla en una valiosa oportunidad. El miedo, las dudas, las preguntas de lo que se ha hecho y lo que se quiere hacer, el hastío, la confusión, el desgaste y las ganas de cambiar: la serie nos pasea por el complejo abanico de emociones que acompaña el paso de la juventud a la madurez.

Aunque Pérez-Bannen reconoce que su personaje es un auténtico pelotudo –"chileno medio a medio", asegura– le ha sacado el jugo a su análisis y hoy lo considera como uno de sus más interesantes desafíos actorales. Sin duda, porque plantea problemas y temas que tienen que ver con él mismo y que no dejan a nadie indiferente. También el actor ha experimentado cambios importantes ad portas de los 40: se separó luego de 10 años de matrimonio y está dándole la cara a las grandes preguntas que cruzan la vida. Hiperactivo y vehemente en el hablar, Pérez-Bannen asegura que las crisis son grandes oportunidades para ser más feliz; que envejecer, lejos de preocuparle, le encanta, y que las mujeres maduras pueden ser tanto o más guapas que las veinteañeras.

El vuelo 

Hace tres años que Pérez-Bannen se convirtió en un corredor profesional. Corre día por medio, por el parque de Pocuro, siguiendo la guía de un entrenador que le exige cubrir 40 kilómetros semanales. Ahora está entrenando para una carrera de Nike donde se corre una posta que abarca 300 kilómetros, de Portillo a Valparaíso: cada corredor debe cubrir 30 kilómetros. Por eso cuida su alimentación, toma mucha agua, dejó el cigarro hace tiempo y está pensando cómo podría comer sin vino tinto, costumbre elegantemente infiltrada en su híper saludable vida. "Estoy cuidándome para esa maratón. Claramente, a medida que la fecha se acerca, hay que ir intensificando el plan de sanidad".

Estás en la quemada de los cuarenta. 

Sí pues.

¿Y reconoces una crisis? 

Sí, pero no la relaciono tanto con la edad, porque uno siempre está en crisis, moviéndose, cambiando y creciendo. Pero es cierto que a los 40 uno ya ha completado ciclos de vida. Ya lleva un tiempo en un trabajo, ya lleva un tiempo en una relación. Uno revisa lo que ha hecho y se pregunta qué quiere para la segunda mitad de la vida.

Ya tienes el síntoma más grave de la crisis de los cuarenta: cuidarse, hacer ejercicio y, más encima, participar en maratones… 

¿Sabes que hay un boom de corredores viejos? Pero yo siempre he sido deportista. Antes nadaba y ahora me dio por correr. Es como una meditación activa: voy en una respiración, en un ritmo. Hay un libro muy entretenido de Murakami que se llamaDe qué hablo cuando hablo de correr, lo ando trayendo ahora. Y él corre todos los días siguiendo un método natural. Corre según su estado anímico. Eso determina la distancia y la intensidad. Me gusta la sensación de desplazarme a una velocidad por mis propios medios. Es como el anhelo atávico de volar. Yo siempre he soñado que vuelo.

Correr también es una metáfora de los procesos vitales. 

Absolutamente. Además uno queda totalmente vitalizado. Yo me he hecho adicto a las fuentes de energía. Por ejemplo, ahora descubrí algo maravilloso. En la mañana, apenas me levanto, me tomo cuatro vasos de agua y no como nada hasta 45 minutos después. Y he notado cambios, me siento más vital, con más energía, además el agua te limpia y desintoxica. En este momento de mi vida lo que más me gusta es la lucidez. Eso también es un grave síntoma de crisis de los cuarenta, jajajá. Yo lo paso muy bien lúcido, hago muchas cosas que me entretienen: corro, leo, escucho música, escribo.

Te gusta todo. 

En realidad sí, pero también a los cuarenta uno acota su voracidad. Yo antes era un consumidor compulsivo. Quería ver todas las películas, leer todo, ver todo el teatro. Y ahora no me da. Hoy prefiero ser más selectivo y estar menos al día en un montón de cosas, pero tener más tiempo para mí. Se me pasó la ansiedad.

Me decías que hoy te sientes más libre que diez años atrás. 

De todas maneras. He ganado liberad. Ahora me acuerdo de mi abuelo. Era súper estructurado y se fue relajando, se fue desapegando, siendo un tipo cada vez más alegre, más cariñoso, más cercano. Yo creo que eso pasa sólo por un proceso de vida. No veo que mi abuelo haya hecho nada especial. Eso ocurre naturalmente, salvo que uno le haga mucho la pelea, que tenga muy pocas herramientas para aceptar la vejez.

Parece que se acepta más la vejez en los hombres que en las mujeres. 

Pero eso no funciona así en la vida. En la tele sí, porque hay una tendencia de valorar permanentemente la juventud y las mujeres más maduras tienen que comenzar con las operaciones. Eso es perverso y es heavy, pero son las reglas del juego. Pero no considero que eso sea así en la vida. No creo en eso de que los hombres son como el vino, que envejece y se pone mejor, y las mujeres se estropean con la edad. ¡No! Eso es una gran mentira. Yo veo mujeres muy guapas de 40 y de 50 guapas en todo sentido: físicamente, intelectualmente, espiritualmente. No comparto para nada la idea de que una mujer joven es más linda que una mujer madura.

Vencer el miedo

Dices que tu personaje en la serie es un perno… 

Totalmente. Me costó mucho empatizar con un ser tan ingenuamente falto de herramientas. Porque no es de malo, no es que maquine su mediocridad, sino que el tipo no tiene una conciencia que lo movilice.

Pero hay ene gente que es así… 

Obvio. Hay mucha gente que a esa edad no tiene resueltos los grandes temas de su vida. Pero he logrado ser menos enjuiciador y más compasivo, y entender que él está donde puede y tiene que estar.

Es el chileno típico… 

Medio a medio: mamón y niño. Pendejo. Pero tiene sus razones, porque sus hermanos le han hecho bullying desde chico sólo porque es el más retraído.

Ése es otro tema de la teleserie. La obligación de triunfar y tener éxito todo el rato porque, si no, eres catalogado de perdedor… 

En Chile el tipo que no es winner, que no tiene la palabra rápida, es percibido y atacado como un tonto. Y puede que sea un tipo sensiblemente más introvertido y quizás más lento para expresarse, pero no necesariamente para pensar. Pero como empieza a recibir esta opresión, termina sintiéndose como un pelotudo. Mi personaje dice: "Yo soy un pelotudo, un huevón". Y sus hermanos lo tratan de "ameba", "babosa", "mediocre". Y él se queda callado. No puede hacer nada porque ya le pusieron la pata encima.

Eso también es un asunto generacional. Nuestra generación mide todo con la vara del éxito profesional. No se valoran mucho otras cosas… 

Nosotros crecimos con una sensación de opresión, de miedo y eso marcó nuestra forma de relacionarnos. Eso, a mí, personalmente, me generó un sentimiento de rabia muy fuerte contra las personas que abusaban de su poder durante la dictadura. Yo era de los que no se podían expresar, porque en mi colegio la gran mayoría de los alumnos era de derecha. Yo tuve que generar rabia para poder pararme energéticamente a la altura de la violencia que recibía. Fue una estrategia de sobreviviencia.

¿Y ahora has cambiado? 

La rabia me sirvió en su momento. Me ayudó a decidirme a hacer lo que quería, pero ahora ya no me sirve mucho. Siento que mi gran pega ha sido trabajar lo emocional y transmutar la rabia. Yo era más duro, más masculino si quieres, pero me cabrié de esa coraza, porque es una lata relacionarse así. Siento que he integrado más lo femenino. Hoy soy mucho más emocional.

Otros convirtieron la rabia en exitismo. 

Es que salimos de la olla para caer a la sartén. Porque apenas salimos de la opresión política vino esta otra presión de un capitalismo salvaje. Venías con toda la rabia y ¿dónde la colocaste? En este modelo económico que nos incita a ser el mejor a cualquier costo, ser competitivos, incluso al extremo de cagarte a la competencia, eliminar al otro.

O sea que la rabia resultó rentable. 

Pero muchos nos rebelamos frente a eso. Yo me he rebelado, haciendo un ejercicio profundo para darme cuenta de que la competitividad y el tener por tener no es lo que me hace feliz. Yo creo en la posibilidad de ser feliz. Hay que reencantarse con la diversidad, pero de verdad. O sea, que te deje de dar rabia que alguien piense distinto. Yo era de los que me empelotaba cuando conversaba de política con alguien de derecha. Tomaba su manera de pensar como una agresión personal y eso es una inmadurez. Y eso pasa en todos los temas.

Y pasa también a un nivel más macro. Como ahora que el gobierno reaccionó indignado por la imitación que hizo Kramer a Piñera en un programa de TVN, en el cual tú estabas invitado en el estudio… 

Fue divertido eso. En esa imitación, yo no veo ahí a Piñera, sino a un gran comediante haciendo una gran imitación. Sobre la reacción del gobierno, sin comentarios. Me parece infantil y pedestre. Se toman el asunto como algo personal y eso desmesura el ego, porque toda la derecha se siente agredida. Una vez más, algunas personas de derecha muestran la hilacha con su intolerancia. Muchos de ellos todavía tienen que demostrar en la práctica un espíritu democrático. Me da la impresión de que muchos de ellos se muerden la lengua para ocultar su intolerancia. Basta recordar las recientes declaraciones del señor Otero y el señor Larraín.

Oye, y esta mirada que tú tienes sobre la madurez ¿está en la teleserie?

Todos los personajes parten de una crisis y eso genera procesos de liberación. Por ejemplo mi hermana que es una feminista muy rígida debe liberarse de la idea de que los hombres son enemigos. Y a mi hermano mayor, que es un winner, se le mueve toda su estructura al perder el control sobre su propia imagen de winner. También mi personaje tiene un proceso de cambio, sólo que se desarrolla de una forma muy inconsciente. Deja la pega, entra en crisis con el matrimonio. Son seres que están a medio camino entre la confusión y la claridad.

La imagen es la de unos cuarentones que se comportan como adolescentes. 

Pasan por esas conductas, pero no es la tónica. Son personajes contradictorios y eso es lo interesante. Sería aburrido si estuvieran resueltos. Lo otro interesante es que es una comedia dramática, y eso permite mostrar conflictos en profundidad pero también reírse de ellos. Porque también es muy patético ver a cuarentones comportándose como pendejos.

Que quieren soltarse las trenzas. 

Es que si uno ha arrastrado frustración y desencanto y la vida te pone en el lugar de pegarte un salto eso puede ir lleno de una intensidad, de una locura, de un desborde de energía. Pero en otros casos esos saltos son mucho menos ansiosos. Yo he intentado vivir mis cambios templadamente, no he vivido ninguna euforia adolescente. Siento que he vivido mis crisis actualizándome a la edad que tengo.