Paula 1225. Sábado 6 de mayo de 2017. Especial Belleza.
La belleza
Lorena Valenzuela (53), periodista, editora general de revista ¡Hola!
"La piel más suelta, las arrugas y cómo todo comenzaba a caerse, lo empecé a sentir a los 40 y me aterré con la vejez. Ahí comencé una lucha para hacer resistencia. Me puse tres veces bótox alrededor de los ojos, hice todos los tratamientos que habían para la guata, para las piernas, para todo. Hoy entiendo que eso tenía que ver con el momento vital que estaba pasando: a los 40 todavía hay incertidumbre y algunos pendientes en la vida. En los 50 esa lucha contra la naturaleza se acabó, me di cuenta de que era una batalla perdida, agotadora, sin sentido. Lo más doloroso de aceptar a los 50, en términos de belleza, es lo que pasa con el contorno de la cara, como que los cachetes se sueltan y se caen. Lo noto más que nada en las fotos y cuando voy a la peluquería donde siempre me miro al espejo y digo: chuta que estoy vieja. Todos me dicen que estoy mejor que antes, yo sé que no, pero lo que sí es que hoy camino con una seguridad que nunca había sentido y eso me hace atractiva. Eso es lo que cambió. Cuando joven me paraba frente al espejo a buscarme los defectos, hoy, aunque sé que no es perfecto, me quiero y me encanta lo que veo. Avanzo como con un 'aquí voy', la vida ya me enseñó que esto es lo que hay, que esto es lo que soy. Entonces doy el paso firme. Me siento una mujer potente, que proyecta seguridad, estabilidad, madurez y eso me aporta mucho. Decidí llevar mis años dignamente y me hice la promesa de no hacerme nada en la cara porque me gusta que me miren y se den cuenta de que no me he estirado. A cambio, tomé conciencia del cuidado de mi piel como algo sagrado, tengo un ritual con mis cremas en la mañana y en la noche, y me hago una limpieza de cutis mensual. A los 50 uno no puede pretender tener la piel tersa, ni el vientre plano, o no tener arrugas, pero cuidarse pasa a ser un deber con uno misma".
En paz
Denise Grove (56), paisajista y terapeuta en biomagnetismo
Hasta los 27 años, Denise Grove había vivido intranquila, sentía que no encajaba. Creció en el Colegio Villa María, estudió Paisajismo e intentó seguir el camino de sus amigas. Pero había algo que la inquietaba. "Necesitaba salir a la búsqueda, hacerme cargo de mi inquietud". Agarró sus cosas y partió a la India y se instaló en una comunidad de Osho. En los tres años que estuvo ahí, aprendió a tomar conciencia a través de la meditación. "Fue maravilloso, ahí pude responder varias dudas internas que tenía". Después se fue a Byron Bay en Australia donde vivió cuatro años más y aprendió todo sobre permacultura. Al volver se instaló en el Valle de Elqui por 10 años donde construyo Devamani, un espacio para el yoga y la meditación. Nunca se casó y a los 35, solo cuando sintió que ya había hecho su trabajo interno y que podía criar sin traspasar carencias, tuvo una hija que hoy tiene 19 años, y por quien se devolvió a Santiago en la época escolar. "La More era muy exigente entonces la matriculé en el Nido de Águilas, el colegio más open mind que encontré en Santiago". Ahora ella estudia en Madrid y Denise se quedó en Santiago haciendo biomagnetismo. "A mis 50 encontré la tranquilidad que tanto anhelaba. Estoy en paz porque me hice cargo de mi conflicto interno, me atreví a vivir, a salir a la búsqueda, a enfrentar desafíos. Y lo mejor de todo es que incorporé la meditación a mi vida. Hoy tengo la capacidad de observarme y entiendo que no soy ni mi mente ni mi personalidad, ni mis emociones o sentimientos. Soy mucho más que eso, por lo tanto ya nada de eso me controla. Entendí que eso es solo parte de mi equipaje y que tengo una herramienta muy poderosa que antes no sabía manejar: la respiración. No tenemos idea de respirar y esa es la llave para enfrentar todo tipo de problemas y miedos. Creo finalmente que tuve mucha suerte de no haber encajado, aunque en su minuto fue incómodo, porque eso fue lo que me impulsó a salir al mundo a aprender de él".
Volver a empezar
Carolina Delpiano (49), diseñadora y artista
"En la antesala de los 50 he experimentado los cambios más potentes de mi vida y no creo que sea una coincidencia. En menos de un mes me separé, se acabó el proyecto laboral en el que estaba, tuve que vender la casa de mis sueños y desaparecieron la mitad de los amigos. Gran parte de lo que había dado por seguro, y que había acarreado por 49 años, desapareció. Me sentí como un auto al que la vida le sacó las cuatro ruedas y le dijo: 'vamos, sigue'. Y yo sin saber cómo seguir, sentí que la vida me dijo: '¿tú pensabas que necesitabas las ruedas? Sigue, si tú puedes volar'. Así recibo los 50, como el portal de la segunda parte de mi vida que me tiene alucinada porque todo lo que me pasó era para que descubriera los poderes que tenía, la capacidad que tengo de hacer mil cosas de las que no me creía capaz: soy seca como mamá, soy seca escribiendo, soy seca creando, soy seca para lo que quiera hacer. Me había acostumbrado a necesitar tanta estructura externa y con esto me di cuenta de que no necesito nada más que a mí misma para lograr muchas cosas. Esto me provocó un Big Bang creativo que no sentía desde que estaba en la universidad y, de pronto, tengo miles de proyectos en la cabeza y me veo construyendo una nueva escenografía, encontrándome con nuevos personajes, abrazando a los que se quedaron y armando una nueva historia. Siento que hasta aquí viví tomando lo que la vida me ofrecía en el camino: si aparecía un naranjo comía naranjas. Y fui feliz. Pero en esta segunda parte, en la que el auto está sin ruedas, tomé el timón y no quiero volar a ningún otro lugar más que al que yo quiera".
Atreverse
Carmen Gloria López (50), periodista, guionista, a punto de debutar con su primera novela
"Cuando chicas jugamos a ser mamá, profesoras, doctoras. Nos regalan la cocinita, la casita de muñecas, y con escoba para limpiar. Los hombres, mientras, están metiendo la pelota al arco. Ellos juegan a jugar y nosotras a interpretar roles. Crecemos y vivimos exigidas. No más. A mis 50 decidí que me toca atreverme a jugar y a crear. Me aburrí del rol de la mujer que cumple: la trabajólica, la matea, la perfeccionista. Decidí que no quiero más pegas que me consuman, que me hagan mal. Y me lancé a mis pasiones. Por fin estoy escribiendo historias. Me puse a pintar acuarela porque es difícil de controlar, hay que manchar, y pucha que me ha costado; todo el rato me tienen que decir: '¿por qué piensas tanto Carmen Gloria?' Estoy usando el lado más creativo y más osado de mi cerebro. Tomé clases de baile y dos veces me he presentado en el teatro bailando una coreografía tipo Broadway. Hasta ahora nunca había cocinado porque: ¿y si no me quedaba rico? He sido muy autoexigente, me abandoné muchas veces por cumplir, por demostrar cosas, por sacarme sietes en todo y olvidé el autocuidado. Hoy estoy más consciente que nunca de eso. A los 50 entendí que no es un lujo preocuparme de mí misma, es un derecho y un deber. No es un lujo descansar, no es un lujo meterme a la tina en la semana, no es un lujo encremarme, ni tomarme un café con una amiga. ¡Quiero que mis hijas aprendan eso antes de los 50! Nutrirse es clave para poder nutrir a otros y al trabajo que haces. A los 50, estoy haciendo las cosas que antes no me permití hacer: a los 30 no me habría atrevido a renunciar a la dirección ejecutiva de TVN, habría estado cinco años sufriendo. Jamás hubiera publicado una novela, me habría muerto de susto. Y tampoco me habría atrevido a posar para esta foto".
Libre
Francisca Valenzuela (51), artista visual
"A mí no me ha pasado eso que les pasa a muchas mujeres a los 50 que tienen un quiebre, un antes y un después. Creo que es porque toda la vida me he cuestionado y tengo años de terapia en el cuerpo, eso me ha ayudado a vivir como he querido, muy consecuente conmigo, haciendo mi propio camino, bien diferente al resto, y lo he disfrutado. No estoy esperando llegar a ninguna parte, porque tampoco sé dónde termina este camino ni adónde me va a llevar. He sido muy poco estructurada, siempre muy libre. Me separé cuando sentí que las cosas no funcionaban y me quedé sola, muy joven, con dos hijos. Tuve una pareja aventurera, con la que recorrí el mundo. Y después me casé con mi marido y tuve tres hijos más pasados mis 35. Siempre he ido cortando cadenas y armando mi propio recorrido. Tuve que aceptar que era una mamá atípica, que a veces llegaba tarde o se equivocaba con el disfraz que tenían que usar los niños. Mi arte es reflejo de mi evolución personal. La pintura es el lugar desde donde he enfrentado todos los momentos de mi vida. Es mi identidad y la forma en que me he expresado. A mis 50 me encuentro haciendo arte abstracto, donde muestro quién soy ahora: una mujer que se siente más libre que nunca. Mis cuadros se han llenado de miles de capas que se fueron abriendo. A los 20 y 30 años pintaba rostros, mujeres, estaba buscándome a mí misma, intentando demostrar que sabía dibujar y tenía técnica. Entonces hacía un arte más figurativo. Ahora mi arte es totalmente libre, expresa algo espontáneo y natural. Lo que soy hoy día. Tengo 5 hijos, la mayor tiene 30, el menor 12 y a los 50 me convertí por primera vez en abuela. Mi nieta me conectó con el goce, es una sensación rara que me llevó a otra dimensión".
El amor
Alejandra Wood (50), historiadora y directora del Centro de Estudios del Cobre y la Minería
"Este es mi momento. A los 50 me conecté con esa cualidad del tiempo, con el presente. Si a los 50 quieres dar un giro, es el momento; si a los 50 te enamoraste, es el momento". Alejandra cumplió 50 en diciembre pasado y está enamorada "hasta las patas". "Estoy disfrutando de un amor profundo. Me di la oportunidad de vivir una historia de amor a los 50". Para la celebración de su cumpleaños, llegó a un local de Lastarria y en la fachada se encontró con un afiche de la película Lady from Shanghai, de Orson Welles, y en lugar de Rita Hayworth aparecía ella en la imagen, sonriendo. Dentro, su pareja junto a un grupo de mariachis le cantó frente a todos sus amigos. "Casi me morí de la impresión. Fue una demostración de amor que nunca hubiera esperado. Un acto para compartir con el mundo el hecho de que estamos comprometidos. Fue una suerte de jubileo, un hito para mí". Optaron por no casarse. Viven a dos cuadras y se las arreglan para pasar tiempo juntos, viajar y disfrutar. "Estoy comprometida hasta el resto de mis días pero no me voy a casar. Decidimos respetar el espacio de nuestros hijos y no interferir en su sistema. Nos dimos cuenta de que eso podría atentar contra nuestro amor. Por eso lo estamos viviendo a concho pero cuidándolo. Tiene que ver con esta conciencia del tiempo que, como nunca antes, estoy sintiendo. Hoy cada minuto que pasa, vale. Por eso quiero darles el tiempo que se merecen a mis hijos, a mi mamá que está postrada, a mí misma, a él, a sus hijos, a nosotros dos".
A la aventura
Pin Campaña (54), fotógrafa
"Hoy podría decir que se me acabó la angustia. Crecí en dictadura, por lo tanto crecí angustiada, me fui a vivir a París y tuve que armarme en otro país. Me diagnosticaron lupus, Addison, perdí un riñón por cáncer y superé un cáncer a la espalda. Cuando has vivido tantas cosas fuertes pero te has hecho cargo de tus miedos y de tus traumas a través de terapias, a los 50 puedes decir que ya murió la angustia y que lograste dominar tu ego. Siento que la vida se encargó de decirme: '¿creíste que era fácil?,¿te creías tan fuerte? Toma, ahí tienes'. Así, sabiamente se encargó de bajarme el moño, las vanidades y el ego. Es que en la juventud ¡por Dios que fui prepotente! El amor es un tema pendiente aún a mis 50. Creo que no me he enamorado, que nunca amé, ni perdoné lo suficiente. Pero de verdad a estas alturas no me interesa estar en pareja. No quiero que me jodan cuando edito mis fotos a las 3 de la mañana ni cuando me fumo mis pitos de marihuana para los dolores. Quiero tener romances cortos, amores libres, historias apasionantes. O si no, tendría que aparecer un rockero que viviera su vida súper independiente y que fuera muy abierto de cabeza como soy yo. En el fondo se trata de la libertad. A los 25 estando en París me liberé y después de eso nunca más cerré las alas. Sigo aferrada a la libertad porque nunca me banqué lo que dictaba la sociedad chilena. Chile es demasiado medieval. Hoy estoy escuchando atenta porque entendí la importancia del escuchar para conectar con otro. Quiero aprender a tocar piano, guitarra eléctrica y lanzarme a la fotografía submarina. Tal vez a los 60, 70 me vaya al Amazonas donde un chamán para vivir la experiencia de la ayahuasca, es algo que me da curiosidad pero necesito prepararme para eso porque y ¿si me da por quedarme a vivir allá? No, ahora no, es mejor que sea después".
La reconciliación
Marcela Ríos (50), doctora en Ciencias Políticas, trabaja en Naciones Unidas (PNUD)
"A los 50 me reconcilié con este país. Nací en una población de Lo Espejo. Soy la primera generación con estudios superiores y la única con un doctorado en mi entorno. Nos fuimos al exilio a Canadá cuando tenía 13 años y volví a los 39. Por mucho tiempo cargué con el hecho de no sentirme de aquí, de no encajar. Este es un país muy cerrado en términos sociales y siempre me hacían las mismas preguntas: '¿Eres socióloga de la Chile o de la Católica?'. Decía que estudié en Canadá y entonces venía: '¿A qué colegio fuiste?'... Ese afán de encasillarte, de buscar una conexión, de medirte por tu origen es algo tan chileno. Eso me incomodó por mucho tiempo. Sentí esa mirada sospechosa, esa sensación de estar fuera de lugar. Tuve que luchar por inventar nuevas redes, nuevos grupos, y no ha sido fácil. Pero a los 50, miro el recorrido y los espacios que conquisté y me siento reconciliada con mi historia y como aggiornada en mi relación con Chile. Podría vivir en cualquier parte, pero estoy aquí por convicción, porque quiero y me gusta aportar. Estoy trabajando por promover la inclusión y disminuir las desigualdades, pero no desde el resentimiento ya que hoy estoy en paz con mi inserción en el país. Encontré mi espacio. Además, a los 50 me siento reconocida profesionalmente. Ser mujer y ejercer liderazgo en espacios de poder es muy difícil, sobre todo cuando eres joven. Tienes que andar escribiendo, publicando, haciendo malabares para que te validen. Ya no me siento cuestionada, ni a prueba. Una mujer que admiro cercana a los 70 dijo: 'en realidad, uno logra estar tranquila de ejercer liderazgo, y logra ser validada, cuando llegas a esa edad en que ya nadie quiere acostarse contigo".
Renacer
Claudia Bobadilla (50), directora de empresas y organizaciones sin fines de lucro
Hoy, con 50 recién cumplidos, ¿qué ves cuando miras para atrás?
Veo una recurrencia en las conexiones, en las relaciones, una casi obsesión por conversar y conocer, por salir, por conectarme con el mundo. A los 50 no me defino como abogada, sino más bien como un conector, como dicen los gringos. Lo que he hecho en mi vida es conectar personas, comunidades y mundos que generalmente no se encuentran entre ellos. Creo que tiene que ver con ser provinciana, con llegar a los lugares como inmigrante, donde no tienes conocidos, donde no fuiste al mismo colegio, a las mismas fiestas. Nací en Talca y viví mi infancia entre Molina y Curicó. Cuando uno llega como inmigrante tiene una necesidad de conectarse con la gente.
Si sentáramos a la Claudia Bobadilla de los 20 y a la de los 30 aquí al frente de las dos: ¿qué veríamos?
¡Uy!, verías a una niña asustada, muy asustada, muy insegura, muerta de miedo de todo. Aterrada de la ciudad, de ser tan alta, de no saber cómo armar su futuro. Yo era muy insegura. Las primeras veces cuando me tocaba hablar en unas reuniones muy modestas, se me ponía colorada hasta la partidura de la cabeza.
¿De dónde viene tanta inseguridad?
Viene de una historia familiar compleja. Cuando uno nace en un ambiente difícil o inestable desde niña chica, donde los afectos más básicos que uno cree están garantizados y seguros, no están, ahí se genera una inseguridad muy fuerte.
¿A qué te refieres con un ambiente difícil?
Es que es complicado. Yo tuve un papá muy violento, que murió hace un año, entonces crecí en un ambiente familiar muy tenso, de mucha violencia. Eso me provocó inseguridades porque hubo violencia física, violencia sicológica. Fue muy fuerte. Y pucha que me demoré años de años de terapia para tratar de sacarme eso de encima. Pero siempre que lo hablo con gente que ha tenido una experiencia similar, me doy cuenta de lo que trajo a mi vida: una capacidad de resiliencia, un deseo de descubrir espacios distintos a eso, de no replicar lo mismo en mi familia, de tratar de entender por qué ocurrió y abuenarme con mi papá porque estuve como 15 años sin contacto con él. Pero tuve la suerte de reencontrarme un año y medio antes de que muriera. En enero de 2016.
A los 50...
Sí, a los 49. Recibí una llamada en la que me dijeron: tu papá está muy enfermo y está muy mal, está en un hospital público en Linares y no tiene a nadie que lo cuide. Me llamó una persona que silenciosa y generosamente lo había cuidado todo ese tiempo. Y lo fui a ver. Lo encontré en una sala común en el hospital y fue… impresionante, porque todo lo que puede haber pasado en la infancia en ese minuto da lo mismo, si al final somos seres humanos. Apareció la persona. No mis dolores. Es tu papá.
¿Qué pasó ahí? ¿Lo abrazaste?
Me quedé mucho rato como tratando de descubrirlo. Tenía 76 años pero se veía como un ancianito. Entonces lo primero fue reconocerlo en su apariencia física. Mirarlo. Reconocer quién era. Fue súper fuerte. Y ahí nos encontramos.
¿Lo perdonaste?
No sé si lo perdoné pero pasaron a segundo lugar mis propios dolores.
¿Y lo pudiste cuidar?
Sí, lo pude cuidar el último tiempo, un año y medio. Ahora pienso que tal vez por estar en mis 50 lo pude hacer, porque estos son procesos. Hay algo muy sabio en la naturaleza de todos nosotros. Algo te va diciendo el cuerpo, las experiencias. Si uno está atento a escuchar los mensajes van tomando sentido. De eso se tratan los 50, del sentido.
¿Y la relación con tu mamá?
Mi mamá es una mujer muy potente. Trabajadora, sólida, que le puede pasar un camión por encima y se levanta. Se saca el polvo y sigue para adelante. Mucha fuerza.
¿Es un ejemplo para ti?
Sí, modelo de mujer valiente, independiente, resiliente. Y mi papá era fantástico también, tenía este problema, una enfermedad, pero tenía otras cosas preciosas. Era generoso, por eso terminó pobre, pobre, en una sala común de un hospital porque todo lo daba. Lleno de amigos y lo pasó chancho. Y eso creo que es una gran cualidad. La vida también es para jugar, para reírse y eso yo lo he aprendido a los 50. A reírme mucho, me río en todos los lugares que quiero, ahora me río fuerte, antes jamás lo hubiera hecho.
¿Por qué?
Porque no me atrevía. Era insegura de ser yo, de mis capacidades, de todo. Carencias que me dejó mi infancia. Cuando no están los afectos básicos dudas el triple. Era insegura físicamente. Me sentía cero atractiva, era muy grande, era gordita, como pava, pelo blanco, piel blanca, muy desabrida. Al final lo que va por dentro se refleja afuera.
¿Cómo se provoca la transformación?
Con los años uno empieza a encontrar su espacio en el espacio físico. Y empecé a crecer y a pararme distinto en el mundo, a cuidarme a todo nivel. Uno se atreve a cosas diferentes. No me pinté las uñas de color hasta como los 40. Son tonteras pero reflejo de cómo una va apareciendo en el mundo.
¿Y el cambio físico? Me cuesta imaginarte gordita.
Fue como a los 18 años. Cuando llegué a Santiago. Eran todos tan flacos aquí en Santiago. En Curicó comíamos más cazuela, pantruca, charquicán. Aquí no comían nada. Yo venía sobrealimentada de provincia.
¿Y ahora, te sientes una mujer atractiva?
Sí. Pero es algo de los últimos dos años. El otro día lo pensaba. Y dije: es muy reciente esto, esta sensación. Y no tiene que ver con lo externo tiene que ver con que me siento más libre y más yo ahora que me reconcilié con mi historia y con lo que quiero para los años que vienen. Los 50 han sido conmovedores.
¿Qué más ha pasado en tus 50?
He tomado decisiones personales difíciles como elegir estar sola, no estar en pareja.
¿Te separaste?
Sí, justo antes de cumplir 50.
¿Tiene que ver con empezar esta segunda etapa de la vida?
Yo no sé qué tan consciente es pero al menos a esta edad se te plantean algunas preguntas que son ineludibles. El tema del sentido todo el rato. ¿En qué estoy en lo personal?, ¿dónde están mis amores?, ¿qué es lo realmente importante? Eso ha sido lo más conmovedor. No he encontrado la solución, pero es dejar de enamorarse de lo efímero y pensar que nuestra existencia es limitada, que hay que aprender no solo a vivir bien, sino que a morir bien.
¿Cómo es eso?
Que fui capaz de pararme en los dos pies y dije: uno viene sola al mundo y se va sola, ¿por qué tanto miedo a estar sola? Se trató de madurar en serio, en el sentido de ser capaz de tomar decisiones difíciles con las que a veces uno se hace medio la tonta y puede pasar toda la vida sin tomarlas, pero cuando uno se va a acostar en la noche y la almohada te empieza a hablar y ya no te puedes hacer más la tonta y tiene que ver con...
¿Valentía?
Con la valentía. Y pensé que hay cosas a las que tengo que honrar, la vida me ha dado una cantidad de oportunidades que quiero retribuir. Me gusta demasiado el trabajo que hago, y necesitaba la libertad que no estaba teniendo para poder hacer ese trabajo que tiene que ver con una devuelta de mano.
¿El estar en pareja te coartaba?
Siempre estar con alguien pone límites. De eso se trata la vida en pareja y me parece maravilloso pero el tema es cuando eso se transforma en una barrera y no en un límite.
¿No da miedo estar sola?
Da pánico. Todavía me da susto. Además, yo entro a mi casa y estoy 100% sola. Mis dos hijos (21, 23) están viviendo afuera. Entonces es estar bien sola. Pero en apariencia porque muy acompañada de tantas amigas, amigos y de mis propios pensamientos y sueños. Me siento en paz conmigo. Siento que mis hijos están contentos conmigo también. Me lo han dicho: "qué valiente". Sentir que tus hijos admiran tus decisiones es maravilloso.
¿Estar en pareja iba en contra de tu búsqueda?
Siempre hay una parte más del sueño a completar. Eso es lo que te hace seguir en la vida. Entonces es como un puzzle que para completar la parte que falta ya no era compatible seguir en mi relación de pareja. Habiendo mucho amor.
¿De qué se trata esta parte del puzzle?
Primero en comprometerme en muchos más proyectos que no son mis proyectos. Tengo una necesidad potente de retribuir que no había sentido así antes. Ya no ando persiguiendo mis propios proyectos. Quiero participar en los proyectos de otros. Hoy día me importan más los proyectos de los otros que los míos.
Tenía la idea de que eras una mujer siempre demasiado compuesta, muy perfecta, muy pauteada, ¿algo cambió?
Totalmente. Así era yo. Estos dos últimos años, acercándome a los 50, ya no soy más Miss Perfect.
¿Lo fuiste durante muchos años?
Claro, creo que la inseguridad te hace jugar ese rol de la perfecta. De estar a prueba de todo para no fallar en nada, tener todo bajo control. Hoy día vivo en un espacio de mucho más relajo, de más disfrute. Un buen ejemplo es que no tengo el celular con sonido, ya no hace ring ring nunca más.
¿Qué otros ejemplos?
Descansar. Dormir. Antes tenía que ir al gimnasio todas las mañanas. Ahora me canso, quiero dormir, descansar, reírme mucho, ver a mis amigos, encerrarme y ver 40 películas si quiero el fin de semana.
Eso es lo rico de estar sola.
Pffffffff.
Y hacer lo que uno quiere...
Lo que uno quiere pero quiero una libertad con responsabilidad. Porque es rico estar libre y tener todo el tiempo disponible para ti pero ahí te vuelves un poquito selfish, te empiezas a mirar mucho el ombligo. En cambio, la libertad con un propósito genera una buena libertad. Y me he dado cuenta de que estoy conquistando espacios para crear, para compartir mucho con mis amigos, para no hacer nada.Porque si no hay tiempo para el ocio es difícil que aparezcan nuevas ideas. En los espacios de ocio, sale todo eso.
¿Le tenías miedo al número 50?
Cada año que he cumplido, he celebrado el año que viene. No retrocedería ni un día, ni una hora, ni un solo minuto en el tiempo. Siempre he sentido que mi vida se va transformando en una mejor vida mientras más años cumplo. Y en particular quiero celebrar que los 50 años son maravillosos.
¿Por qué tanto?
Porque te dan una sensación de expansión. Siento una mezcla de energía, carrete de vida y experiencia que quiero traspasar, pero a la vez tengo hambre por seguir aprendiendo y seguir completando mi puzzle. Ahora lo entendí ¡Esos son los 50!
Dijiste que estabas intentando dejar de enamorarte de las cosas efímeras, ¿cuáles eran?
Cumplir ciertos estándares. Tener que ser de una determinada manera, un tipo de profesional, un tipo de liderazgo, cuando al final lo único que importa es que nos cuidemos y queramos entre nosotros, si al final ¿de qué se trata todo esto?
¿Cuál era ese liderazgo que cultivabas y que dejaste?
Un liderazgo autoritario. Pero pucha, yo no sabía, a mí no me enseñaron a liderar. En mi época no había cursos de liderazgo.
¿Cómo lideras hoy?
Es un liderazgo mucho más compartido, co-creativo, colaborativo. Siempre a uno le toca tomar una decisión, hay un momento en que hay que cortar el queque pero hoy lo hago de otra forma.
Me habían dicho que eras media histérica, mañosa, regluda, ¿es así?
Sí, así era. Súper. Y no solo me liberé de eso. Digo qué mala onda haber sido así. Qué pérdida de tiempo porque es puro estrés para todos. Es que era controladora. Y uno no puede controlarlo todo, es un ilusión totalmente estúpida ¡si uno no controla nada! Es puro estrés.
¿Y cómo te diste cuenta?
La propia gente con la que trabajé y que no lo pasó bien conmigo como jefa me lo fue mostrando y muchas de esas personas se transformaron en mis amigas en el tiempo y me hicieron ver cosas que no estaba viendo. A veces es doloroso que te digan cosas que a uno no le gusta escuchar pero entendí que eso era puro generar dolor, para uno mismo y para otros.
¿Te arrepientes de haber sido así?
No me arrepiento, me enseñó y me di cuenta de que era innecesario, aprendí que eso no genera felicidad en nadie y estoy feliz de que lo pude revertir.
Los últimos 20
Mimi Bick (58), doctora en Filosofía y consultora en educación
"A este punto del camino, cuando hay menos tiempo al frente que atrás, estoy consciente de que a lo mejor me quedan solo 20 veranos, 20 años nuevos, 20 inviernos y, por tanto, quiero intentar concienzudamente vivirlos bien. Así que todos los días subo a mi bicicleta o camino por mi barrio y miro el cielo cambiante, las caras de la gente en la calle, el color de las hojas y de las flores. Me hago feliz con esas cosas que en otro momento de mi vida no me daba ni cuenta que estaban ahí. Disfruto repasando mi recorrido, lo que fui, hice y construí e intento no quedarme atrapada en el pasado, pensando en lo que podría haber hecho, en las puertas que decidí no abrir o en las oportunidades que no se dieron. Creo que quizás en Canadá hay más mujeres como yo, que se atreven con el pelo canoso, pero las barreras para las mujeres 'de cierta edad' son similares acá y allá debido al prejuicio social a favor de la juventud y al patrón de belleza estrecho que comparte Occidente. De todas maneras, creo que somos cada vez más las que seguimos un camino propio desafiando los límites de lo que quizás la sociedad espera de nosotras. En comparación con 50 años atrás, hay muchas más entre 50 y 60 años subiendo cerros, publicando libros de ficción, artículos científicos, ejerciendo roles políticos. Hoy le agradezco a la vida los modelos de mujeres potentes que me puso alrededor. Ellas me inspiraron a ser siempre quien yo era y me protegieron con garras de las imposiciones sociales. Es importante que les demos el ejemplo y eduquemos a las mujeres que vienen detrás de nosotras con lo único importante en la vida: ser quien tú quieras ser. No las bellas y perfectitas que se casan a los 30, que tienen muchas guaguas y andan con su blusita blanca. Que sean lo que ellas quieran ser".