Los 90: la magia de ICQ

ICQ



El otro día vi uno de los memes con los que más me he sentido identificada. Decía: “Tendrán WhatsApp, Twitter, Facebook, TikTok, Instagram y todo lo que quieran, pero la emoción de ver que la persona que te gustaba había iniciado sesión en Messenger fue y será incomparable”. Imposible no conmoverse al leer eso si, como yo, en 1999 tenías 16 años.

Pero antes de Messenger estaba ICQ, en el que también se podía ver cuando alguien se conectaba. Lo mismo: mariposas inmediatas en la guata.

Internet era lento, ingresar demoraba. El logo de la flor iba cambiando sus pétalos de rojo a verde, daba vueltas y vueltas hasta completarse y por fin sumergirse en ese mundo paralelo que a eso de las 7 de la tarde se transformaba en una fiesta.

El “0h-oh!” de ICQ era poderoso. Pensemos que el contexto era el de una época en la que el celular era un lujo adulto, aún escaso y que sólo se usaba para llamar. Es decir, la opción de contacto entre jóvenes seguía siendo el teléfono fijo.

ICQ no sólo daba privacidad, sino que además era una forma distinta de expresión, rara e impensada. Por esa vía se abría un espectro enorme, porque llamar y tener el teléfono de alguien era algo íntimo, que requería de un vínculo previo; en ICQ podías hablar con personas que quizás ubicabas, pero con las que no necesariamente habías tenido contacto directo. Un Instagram más naif y sin reacciones y, si lo pensamos de manera más romántica, de alguna manera el regreso de las relaciones epistolares.

Alguna vez traté de encontrar mi cuenta de ICQ y fue imposible, mataría por leer todos esos mensajes.

Nunca fui de foros -creo que eso es de generaciones menores que la mía- ni tampoco de conversar por internet con gente absolutamente desconocida, pero sí me acerqué a personas de mi entorno con la que no había hablado anteriormente. De hecho, a pesar de verlo en el patio del colegio todos los días, la aproximación inicial con mi primer pololo fue por ahí.

ICQ era una herramienta mágica, pero también como la vida misma. ¿Quién habla primero? ¿Quién se acerca para hacer parte al otro de sus contactos? También existía la posibilidad de ingresar en estado Invisible para sólo chatear con la persona que te interesaba o ver si estaba conectado y recién ahí hacer la entrada triunfal. Todo era una señal; una metáfora efervescente, considerando las sensibilidades de la edad. Era una oportunidad y al mismo tiempo un escudo maravilloso para quienes eran más tímidos.

No sé si le pasará a todo el mundo, pero para mí escribir es mucho más liberador, y creo que soy más elocuente que al hablar. Imagino que no es algo tan inusual si el chat se transformó en la forma de comunicación más común de nuestros días. Hoy son pocos los que llaman, de hecho, a muchos derechamente no les gusta contestar el teléfono. Los mensajes de voz son otra vía (y quizás hoy la más masiva), pero siento que es la interfaz la que juega el papel clave en eso más que la expresión oral. ¿Será que no hay posibilidad de interrupción? ¿Que se puede elaborar y divagar más libremente? Puedo ser ilusa, pero creo que varios lo sienten así y no como una mera manera de acortar el trabajo de la escritura.

Tal vez tiene que ver con la edad, pero aún no me es fácil entender el amor moderno. A pesar de que han pasado ya más de dos décadas de su llegada, los vínculos virtuales me siguen pareciendo una forma de relacionarse intrincada, en ocasiones con más dificultades para captar el sentido del mensaje, pero también especialmente atractivos e íntimos si se logra forjar un lazo. Porque finalmente es contar una historia en varios capítulos, y pocas cosas pueden encantar más que un buen relato.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.