Esto me puede hacer parecer una señora de mucha edad, pero de verdad que me impresiona mucho cuando veo a adolescentes y púberes bailando coreografías en TikTok. No me considero una persona descoordinada, pero lo que veo en esos videos era impensable e inimaginable, para mí y mis amigas a mis 13 años, tanto en su estética como en la manera en que controlan su cuerpo.
En los 90 las coreografías eran parte de la vida cotidiana, porque las veíamos en la tele todo el tiempo; en el Show de Xuxa hasta en MTV, y era algo que no faltaba en los recreos del colegio. Las primeras que recuerdo son precisamente las de Danza de Xuxa: “Xu Xu Xu, Xa Xa Xa, este ritmo nuevo voy a bailar”, decía una. Y también las de Nubeluz.
Pero esto no fue así solamente siendo tan chica, porque hasta en mi viaje de estudios, en 1998, hicimos un esquema –así le solíamos decir a las coreografías– con la canción Procura de Chichi Peralta. Ya tenía 16 años y tampoco le llegaba ni a los tobillos a las niñas que hoy suben sus bailes en cualquier red social. Éramos unas verdaderas niñas de pecho.
Nuestras coreografías siempre empezaban hincadas y mirando al suelo. Siempre. Ese inicio solemne fue protagónico incluso en Educación Media, cuando se planeaban bailes para hacerle barra a los atletas del colegio. Ahí algunas compañeras muy diligentes estaban a cargo de liderar el esquema, armando la ejecución de manera casi profesional, quedándose después de clases hasta tarde para afinar los detalles.
Me río sola cuando pienso en todas las que bailábamos. Everybody de los Backstreet Boys, Aserejé de Las Ketchup, 1 2 3 de El Símbolo, Bye Bye Bye de N’Sync, Cómo es Posible que a mi Lado de Luis Miguel, El Meneaíto, Cachete Pechito y Ombligo, Eo Tchan y -por supuesto- La Macarena, son sólo algunas de las que se me ocurren, pero la lista es eterna.
Acordarse de esto es algo que surge cada cierto tiempo conversando con mis amigas. Si hacemos una fiesta, siempre aparece una de esas canciones y en varios matrimonios también ha sido así. Pero el recuerdo va más allá, porque no tiene tanto que ver con nuestros movimientos: también se relaciona con cierta complicidad y la sensación de pertenencia, porque en ese momento todas literalmente hacíamos lo mismo con canciones que eran la banda sonora de una época de transformaciones, de descubrimiento y de forjar vínculos que en muchos casos nos marcaron de por vida. Por algo nos seguimos acordando y podemos hablar de eso una y mil veces, riéndonos de nosotras mismas, pero con cariño. Porque esas coreografías fueron un lenguaje en común, un componente histórico clave en nuestras relaciones y algo que, aunque hayan pasado décadas, aún podemos y queremos bailar.