Una de las noticias que ha aparecido esta última semana, fue la fiesta en lancha en Villarrica. Sin ánimo de crucificar a los jóvenes que asistieron, creo importante detenerse a reflexionar sobre este tipo de sucesos, que no es primera vez que aparecen en plena pandemia, como fueron las fiestas clandestinas o de año nuevo en distintas comunas del país.
Hemos tratado de ir normalizando nuestras vidas e ir retomando ese contacto afectivo y social tan relevante para la salud mental, sin embargo, no podemos confundir esto con pasar a llevar ciertos acuerdos fundamentales por el bien común.
Cuando jóvenes se reúnen de manera masiva en fiestas en plena pandemia y se graban para luego subirlo a las redes sociales, muestra, a mi parecer, una falta de solidaridad enorme con la realidad mundial y sobre todo la nacional. Me parece grotesco el comportamiento expuesto en los videos y más aún la jactación de estos al viralizarlos, presumiendo de su conducta auspiciada por la ingesta de alcohol en plena tarde.
Puede ser que algunos padres no sabían que sus hijas/os estarían presente ahí y que otros los hayan autorizado, pero a pesar de estas diferencias, me parece justo preguntarnos dónde estamos los adultos a cargo de estos jóvenes. Nadie discute que es necesario socializar y pasarlo bien, pero ¿por qué a veces nos encontramos justificando y validando conductas que sabemos que no son adecuadas y que van en contra de los valores que les queremos traspasar, como es el bien común? ¿Dónde estamos fallando? No solo tienen comportamientos egoístas, sino que lo peor de todo es que alardean de ellos haciéndolos públicos y recibiendo aprobación de sus contemporáneos.
Un grupo importante de estos jóvenes ya dejó la adolescencia atrás, haciéndose paso al mundo adulto, ese que supuestamente invita a tener mayor conciencia, pensamiento crítico, autorregulación y más responsabilidades. Y estas últimas se ven ausentes en este tipo de situaciones, dejando la capacidad de razonar y reflexionar supeditada a impulsos más primitivos y egoístas que nos alejan, a pesar de pensar lo contrario, de nuestra propia voluntad, capacidad de elegir y libertad.
Como adultos, podemos pensar que lo sucedido es un error, que no es para tanto, que no hay que ser tan densos e incluso preguntarnos qué hubiésemos hecho nosotros siendo estos jóvenes. Ahora bien, acogiendo lo anterior, no por eso vamos a relativizar situaciones objetivas en que se traspasan valores tan primordiales para hacer una sociedad solidaria y justa.
¿Por qué a veces confundimos ser adultos buena onda con creernos jóvenes, por el simple hecho de añorar esa etapa? Como madres y padres tenemos una responsabilidad no sólo con nuestros hijos, sino con la sociedad, de que los ciudadanos futuros piensen en el bien común y no sólo en sus necesidades. Es en pequeñas acciones que debemos mostrarles conductas que generen un aporte al bien común.
Entendiendo que la adolescencia se característica por la necesidad de socializar, con la idea de ser invencible y con cierto narcisismo, los adultos debemos de ser guía para mostrarles la importancia de la empatía, solidaridad y comunidad.
Josefina Montiel es psicóloga clínica. Instagram: @ps.josemontiel.