Paula 1189, Especial Felicidad. Sábado 19 de diciembre de 2015.
A pesar de la precariedad, el reino budista de Bután es el país más feliz del mundo, según la ONG británica The New Economics Foundation. La socióloga Cecilia Montero partió en 2014 a averiguar si era tan cierto. Este es su relato.
Desde que en 2008 el antiguo reino de Bután empezó a abrirse al exterior y a ser publicitado como "el país más feliz del mundo", empecé a advertir que la OCDE, el PNUD y varios otros organismos, como la ONU, comenzaron a incorporar la felicidad en sus mediciones. En empresas se crearon gerencias de la felicidad e, incluso, el gobierno chileno incorporó la medición de bienestar en la encuesta Casen. Ese repentino interés de medir un estado de ánimo fugaz, efímero y muy personal despertó en mí una incómoda sospecha. Por eso, en mayo de 2014, aprovechando un viaje al Himalaya con un grupo de amigos, partí a Bután: quería conocer cómo era el modelo de vida del país que Occidente estaba empezando a tomar como referente. Había leído bastante y sabía que en Bután la felicidad pasó a ser un tema de Estado en los años 70, cuando el rey Jigme Singye Wangchuck captó la necesidad de orientar el desarrollo de su pequeño reino (de 730 mil habitantes) para mejorar la educación y las condiciones de vida de su pueblo. En 2008, cuando su nieto y sucesor llamó a elecciones, Bután comenzó un incipiente proceso de democratización, con estrictos pilares: un buen gobierno, desarrollo económico sustentable, educación para todos, preservación de la cultura y protección de los recursos naturales. En ese marco, lanzaron el GNH, un indicador alternativo al crecimiento económico, convirtiéndose, hasta el momento, en el único país del mundo que mide su progreso por el nivel de felicidad de sus ciudadanos y no por el PIB o el ingreso per cápita. Sin embargo, eso no significa que al llegar uno se encuentre con un país desarrollado. Al contrario: gran parte de sus poblados todavía viven en condiciones muy atrasadas. La estructura social todavía es bastante jerárquica. El Estado asegura empleo a la gente, pero los puede mover de ciudad o puesto sin derecho a objeción. Están, muy de a poco, abriéndose a la participación ciudadana, que para nosotros ya es algo ganado.
"Al tomar Bután como referente de la felicidad, caemos en una contradicción, ¿cómo podemos compararnos con un lugar donde la felicidad se busca en la interdependencia entre la naturaleza, la cultura y la espiritualidad?"
Esos contrastes a uno lo hacen preguntarse si la vida allá es mejor. O quién es más feliz: si ellos en su precariedad o nosotros con nuestra sobreabundancia de opciones. Lo cierto es que ellos no se han tomado la felicidad como un tema superficial. Viven en una cultura cargada de valores y la felicidad es solo reflejo de ella. Mientras recorres los caminos, en la cima de los cerros se ven banderitas de colores ondeando al viento las plegarias para que alcancen a todos los seres. Se respira un gran respeto por los mayores, a quienes siempre responden con una reverencia, aunque sea para pasarles un lápiz. Eso me hizo entender que la de ellos es una felicidad espiritual; la de nosotros, un discurso. Mientras en occidente nos volcamos a conseguirla en el "tener", ellos, en cambio, la buscan mejorando su "ser". Por eso, al tomar a Bután como referente de la felicidad, caemos en una contradicción. ¿Cómo podemos compararnos con un lugar donde la felicidad se busca en la interdependencia entre la naturaleza, la cultura y la espiritualidad?
Regresé de Bután con la certeza de haber estado en la reserva espiritual del planeta. Pero a la vez, regresé más consciente que nunca de que en este lado del mundo vivimos preocupados de cosas que no nos elevan y sumidos en la absoluta individualidad. En lugares como Bután, en cambio, las personas están todo el tiempo preocupadas de dar a otros, de tener paciencia, ser generosos, de que todos los seres sean felices. La vida en comunidad los hace felices, porque les da sentido de pertenencia y en esa cultura común todos tienen su lugar.