Dos gemelos idénticos, los Power Peralta, se miran en el espejo. Raúl y Gabo ahora son cuatro. Dos acá y dos en el reflejo. Uno de ellos aprieta play en su iPod conectado a parlantes que amplifican la música a varios decibeles, tanto, que retumba el pecho. Suena Ayo Technology, de 50Cent, el tema romántico de la coreografía hip hop que los gemelos enseñan a sus alumnas del Arte en Movimiento Dance Studio, en el octavo piso de un edificio en Bellavista.

Son las ocho de la tarde. Por los ventanales abiertos se ve el sol cayendo y la ciudad iluminándose artificialmente. El viento corre a ráfagas.

Las chicas, guapas y jóvenes, que toman clases con los Power Peralta, todas, van con pantalones de buzo anchos, calzones fluorescentes que se asoman por la pretina, poleras desbocadas (cortadas a tijeretazos) con los hombros al aire, petos de colores bajo sudaderas hechas con telas que se usan para fabricar ropa de boxeo y —sobre todo— argollas inmensas, doradas o plateadas, estilo bling-bling en las orejas. Sus zapatillas son free style de colores fluorescentes con caña, marca Reebok, Nike o Adidas Original. Son caras. Invierten mucha plata en sus pies. Dicen que las necesitan. Que así arman su personaje.

La clase es una fiesta sexy donde todos quieren verse lo mejor posible frente al espejo. Los gemelos incitan a sentir el cuerpo. Algunas alumnas se entusiasman demasiado, se encocorocan con los gemelos, pero disimulan, porque en la clase no es bien visto demostrar tanto interés por ellos.

Pero es evidente: puras mujeres imitan los pasos de los gemelos con la sangre hot por el ejercicio.

—Voy a sus clases sólo pera verlos bailar— dice Claudia Barudy, una de las primeras alumnas de los gemelos.

—Son muy profesionales. Ponen la última música que está pegando— afirma la artista Olivia Allamand, que bailó un año y medio con los Power.

—Me gustaría que estuvieran en mi despedida de soltera. Bailan exquisitamente— dice Javiera, una ex alumna que encuentra minos a los gemelos.

—¡Más encima son dos!— acota Bárbara Meschede, diseñadora de vestuario, otra alumna que no tiene vergüenza en reconocer lo estupendo que son los hermanos.

—Algunas se han pasado para la punta. Se nos desubican, porque son muy niñas. Pero esto es danza, nada más— dice Raúl secamente. Sólo él pololea.

Sus movimientos en quiebre, como de Michael Jackson, como de robot, como de breaker de Plaza Italia, como de negro del Bronx made in Chile, van al beat de la música. Esto es Street Dance, baile de la calle, libre, suelto, afro, yanqui. En el espejo, los Power se ven iguales. Mismo short, misma polera XXL, mismo jockey, misma zapatilla, mismo movimiento. Generan adrenalina. Tanta, que los piden cuatro veces por semana en fiestas, matrimonios, eventos, malls, escuelas de danza, cumpleaños.

Cobran 300 mil pesos por show, que incluye dos coreografías de cinco minutos cada una. Además, bailan a diario en Cadena Nacional, el programa de entrevistas que Ignacio Franzani conduce en Vía X.

—Los vi bailar en un show y los quise— dice Franzani. Les pidió su tarjeta un día que se toparon en el palco del Festival de Viña del Mar. Los Power bailan en la tele con guantes blancos y no dicen palabra.

Volvamos al espejo. Al país de Gabo y las maravillas de Raúl. En la primera línea del reflejo, los gemelos dictan los primeros ocho tiempos de la "córeo", como denominan ellos a la coreografía.

Sudan. Sudan sexymente. Como una máquina doble de musculatura humana perfecta. Y detrás, todas sacuden hombros, cabeza, pies y caderas en forma adictiva.

Cuando uno y otro avanzan sin avanzar, uno y otro,—como Michael Jackson en Billie Jean antes de operarse mil veces— levantan las rodillas, se paran en puntas de pie y cortan el aire con los brazos. Es muy rápido. Es tacatacatacatá. Son pasos dificiles de seguir para las principiantes. Ondulan el pecho y marcan un tiempo como el de Shakira, en La tortura. Es una especie de punto seguido en el baile. Ocho compases más y de nuevo a la carga. Las alumnas repiten la secuencia infinitas veces hasta lograr simetría. El sudor es colectivo.

—Agua— dice escuetamente un gemelo cuando las ve fenecer.

Todas van a beber del grifo.

—Estoy raja— dice una chica que durante el día trabaja como vendedora en una farmacia y que a esta hora de la noche tiene su único y más estupendo recreo—Hora y media de baile con los Power y soy feliz— dice cansada, pero brillando.

—Pago por esto lo que me pidan— agrega Natalia Mayer (26), secretaria bilingüe.

Tras el breve descanso, los gemelos, serios como una roca, enseñan otra secuencia, más rápida aún. La córeo queda ingresada en el cuerpo como una ficha de video.

Gen hip hop

Los gemelos Power Peralta son genéticamente aptos para la danza. Mamá y papá les heredaron el movimiento perfecto de los cuerpos. Mónica Valenzuela es directora de Danza de la Escuela Moderna de Música y Renato Peralta es maestro de Técnica Clásica del Ballet Nacional Chileno. Ahora están separados.

Mónica dice que los gemelos tenían el instinto de la danza antes de nacer.

—Se movían en el poco espacio del vientre que debían compartir. Yo veía codos y patitas asomarse por debajo de mi ombligo cuando iba a los ensayos en mis años de intérprete y madre primeriza— explica sentada en un sillón de la Escuela Moderna, erguida perfectamente, delgadísima, con un power house (abdominal) tonificado gracias a la técnica pilates que actualmente practica, a sus años de bailarina y a las clases que a veces toma con sus propios hijos.

Los Power empezaron de niños. Inventaban coreografías con sus compañeros del Liceo Alemán o bailaban para los abuelos en las fiestas familiares. Además se nutrían con los videos musicales que pasaban en programas como Sábado taquilla, Más música, y canales de televisión como MTV, y videoclips de cantantes famosos con ballet detrás, que los gemelos compraban o conseguían. Con ojo de lince, se fijaban en los bailarines y descubrieron que muchos de los que bailaban con Michael Jackson también lo hacían con Paula Abdul.

—Sacábamos los pasos. Michael Jackson era nuestro ídolo. Lo imitábamos en todo— dice Gabo.

Pero no estudiaron danza. Gabo se matriculó en Diseño Industrial y Raúl, en Publicidad. El baile autodidacta siguió de manera paralela a sus carreras, que actualmente están terminando. Raúl fue parte de la segunda generación de Rojo (2003), el programa buscatalentos de TVN, donde bailó y salió segundo. Le regalaron una beca para estudiar ballet clásico en el Teatro Municipal. Nunca cobró el premio.

—Yo no quería nada docto— explica Raúl, no muy orgulloso de su paso por Rojo.

Lo que quería era entrenarse junto a su hermano en Estados Unidos, la cuna del hip hop. Nunca habían ido. No conocían. Peso a peso juntaron el dinero para pasar las vacaciones del verano 2007 en Nueva York y estudiar danza en la Broadway Dance Center, la misma academia donde estudió Marty Kudelka, el coreógrafo de Justin Timberlake y Janet Jackson.

En las tierras del tío Sam, durmieron en un basement o subterráneo —sin ventanas, sobre un colchón inflable y otro a mal traer— que les arrendó una familia de El Salvador avecindada en la Gran Manzana. Tenían tres mil dólares para vivir tres meses, y el primer día se gastaron los primeros mil pagando por adelantado varias clases y la matrícula de la escuela de danza.

—¿Qué hacemos ahora, hermano?— le preguntó Raúl a Gabo, sin un duro en los bolsillos, con hambre en el estómago.

Para decidirlo, salieron a caminar entre grafitis y raperos. Después de las tres clases diarias de danza, tenían que conse-

guir dinero extra, con visa de turista que no permite trabajar en Estados Unidos.

Apostaron en ellos mismos el poco dinero que les quedaba y compraron un amplificador de música.

—Queríamos bailar en la calle como lo hacían los negros y los breakers de allá— cuenta Raúl con el jockey ladeado sobre los ojos.

—Pusimos el ampli con la música suavecita y le preguntamos a un paco si podíamos bailar. El paco dijo que ya y nos pusimos a tirar pasos— cuenta Gabo, también con el jockey ladeado, pero hacia la otra diagonal.

—Nadie nos pescaba. Habíamos puesto un gorro de lana en el suelo (era invierno), pero la gente lo chuteaba sin darse cuenta, al caminar apurada al trabajo. Estábamos perdidos. No sabíamos cómo congregar a la gente, era una selva sin reglas, ninguna universidad te enseña cómo vivir de la calle— relata Raúl.

Minutos más tarde apareció otro policía que les prohibió mover un solo músculo. "¡Get out!", dijo seco.

—Tiritábamos, pensábamos que nos iban a deportar y más encima nos íbamos a quedar sin clases, sin sueño, sin plata— dice Raúl.

Así estaban cuando se les acercaron unos hiphoperos nativos.

—Hey twins, ustedes tienen el amplificador y no saben cómo hacerlo. Nosotros no tenemos el equipo, pero sabemos cómo hacerlo. Hagamos negocio— les dijeron en inglés.

Los gemelos se miraron y se preguntaron en español —y en susurro— que quizás querían quitarles el equipo. Discutieron si confiaban o no.

—Confiemos— dijeron al unísono, entregados. ¿Qué cosa peor podría pasar?

—Que nos quitaran el ampli— explica ahora Gabo.

Y, como pollos en corral ajeno, siguieron a los breakers hacia la puerta del hotel Hilton, en el Rockefeller Center.

No era engaño. Menos mal. Los hiphoperos bailaron con el amplificador de los chilenos y luego presentaron a los gemelos como "the twins of South America". Los hermanos Peralta ganaron 50 dólares en pocos minutos. Y así, día tras día, repitieron la frase mágica que aprendieron de los nativos y hace que los gringos y japoneses se detengan a ver los espectáculos de la calle en Times Square: "¡Show Time! ¡Show Time!".

Así nació el mito: en la cuneta.

Reality Peralta

En Chile partieron profesionalmente, después de llegar de Nueva York, en mayo de 2007, con seis alumnas heredadas de un profesor de danza que nunca pudo hacer las clases, sobrepasado por los ensayos. Lentamente, la voz de que había unos gemelos que dictaban clases de hip hop llenas de onda, se fue corriendo.

Los Power son desde 2007 rostros de Adidas, auspiciados por la marca. Sus armarios están llenos de ropa deportiva con las tres líneas y poseen cada uno cerca de 15 pares de zapatillas con caña, que se cambian todos los días. Los insumos los escogen en las tiendas, personalmente. O Adidas les manda prendas únicas que quiere posicionar en el mercado. Lo que quieran, lo tienen.

La jornada de los gemelos comienza a las 10 de la mañana en un gimnasio. Un personal trainer les dicta series con pesas, ejercicios localizados y jornadas cardiovasculares para potenciar la musculatura.

—Así, duro, uno se mueve con más agilidad. Todos los movimientos vienen de apretar bien la guata— explica Raúl.

Viven en el departamento de su padre, que se volvió a casar. A la hora de almuerzo, mientras el clan come, los gemelos alternan bocado con ensayos frente al ventanal, que opera como espejo.

—El living de la casa es un reality permanente— describe el padre.

—Queremos vernos iguales— dice Gabo.

—Que uno sea el espejo del otro— dice Raúl, vestido igual que Gabo para una presentación que tendrían esta noche en la Jammin, un club de reggae de Antonia López de Bello, en Bellavista.

Como se cambian cuatro veces al día, en el dormitorio de cada uno de los gemelos hay un cerro de ropa sucia: tenidas completas, inutilizadas por el sudor del ejercicio constante.

—Es un desorden que no te explico. Imagínate: cuatro tenidas por dos. Es decir, ocho jockeys, dieciséis zapatillas, ocho poleras que hay que lavar y planchar cada día. Menos mal que los auspician, sino, ¿qué haríamos?— se pregunta el padre, que a los 50 años se tatuó en el hombro las iniciales de sus hijos, los mismos que a veces llegan a las tantas de la madrugada, después de las presentaciones en fiestas, sin llaves para entrar, perdidas entre el cerro de ropa sucia.

Son las ocho de otro día martes. Las alumnas esperan a los Power, que siempre llegan corriendo, al límite de la hora. Mientras los gemelos suben las escaleras con sus big zapatillas, ellas abrochan las suyas, elongan los músculos, repasan las coreografías de la clase anterior. Preparan los celulares y las cámaras de video para registrar los pasos que los gemelos mandan a practicar en la casa.

Entran los Power. Los decibeles se elevan. Los aretes tintinean. El sudor cae. El beat retumba como un corazón. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! En el espejo, los gemelos vuelven a ser cuatro y las chicas, detrás de ellos, miles.