En 1978, en una mesa redonda en la que se discutían las aspiraciones de las mujeres trabajadoras, la autora estadounidense y consultora laboral Marilyn Loden pronunció por primera vez la expresión “techo de cristal”. Su intención era dar cuenta de que más que dificultades o carencias personales, lo que obstruía el avance de las mujeres en sus carreras profesionales era una barrera cultural intangible compuesta por sesgos y prejuicios que suponían, entre otras cosas, que los hombres eran líderes por naturaleza y que las mujeres, altamente emocionales, eran incapaces de congeniar sus vidas personales con la vida laboral, y por ende eran más propensas a realizar un liderazgo participativo y tenían menos espacio en las altas gerencias.

Más de 40 años después, la teoría de Loden es cada vez más irrefutable. Y es que no existen diferencias, ni biológicas ni de cualquier otra índole, que determinen que los hombres son más aptos para los cargos de liderazgo. Loden se ha dedicado a ser defensora de la diversidad y a estudiar los rasgos propios del liderazgo ejercido por mujeres. En 1985 escribió Feminine Leadership, or How to Succeed in Business Without Being One of the Boys, investigación en la que sostuvo que mientras el liderazgo masculino respondía a un esquema piramidal y jerárquico, el femenino solía identificarse con una estructura en forma de red, mucho más expansiva y acorde a funcionamientos reticulares. Porque el tipo de liderazgo que usualmente ejercen las mujeres en los cargos de alta dirección busca ser mucho más colaborativo, carismático y empático. En estos casos, la líder se percibe como un modelo a seguir que considera las necesidades de sus empleados, inspira al resto y logra transmitir su perspectiva de tal manera que las aspiraciones personales se unifiquen con los objetivos organizacionales.

Han sido los liderazgos que priorizan la escucha, la responsabilidad social y el cooperativismo los que han destacado en el escenario actual. Y han sido los países presididos por mujeres los que han enfrentado de mejor manera la crisis sanitaria desatada por el Covid-19. Como definió en junio la revista Time, de los 11 países que reaccionaron de mejor manera, 7 tienen líderes mujeres y sus gestiones llamaron la atención por priorizar una rápida y temprana intervención.

Alemania, por ejemplo, realizó plan de acción precoz y meticuloso al tomar en cuenta referencias y estudios provenientes de otros países, así como también modelos epidemiológicos de distintos proveedores. Es también el caso de Nueva Zelanda, en el que la primer ministra Jacinda Ardern tomó la decisión temprana y radical de cerrar las actividades económicas con anticipación. Y así también Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Taiwán, cuyas líderes tomaron medidas cautelosas que resultaron tener un mejor desempeño.

La coordinadora de Inclusión y Género de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, Carla Rojas, explica que en momentos de crisis los liderazgos transformacionales pasan a ser mejor valorados. “Esto lo hemos visto en crisis anteriores, como la de 2008, en la que las empresas lideradas por mujeres tuvieron objetivos más globales que finalmente buscaron colaborar no solo con el cumplimiento de metas, sino con una respuesta más sostenible en el tiempo”, explica. “En momentos de crisis este liderazgo es necesario porque no se centra en desarticulaciones o en los egos individuales –que imposibilitan la conciliación y coordinación de acciones–, sino en dejar el ego de lado en pos de algo más grande. Y eso es lo estamos viendo con las líderes internacionales”.

Y justamente, según sostiene Gónzalez, lo que se ha visto en las líderes mujeres cuyas gestiones han destacado en estos últimos meses es esa capacidad de empatizar con el otro, de tomar decisiones oportunas, de asumir la situación e ir a la acción. “No han pasado por una etapa de negación, sino que han asumido la realidad de forma inmediata. Fueron precavidas y poco arriesgadas. Proporcionaron seguridad, entregaron discursos claros y les hablaron a grupos específicos, entre ellos a los niños y niñas. Fueron mucho más cercanas”.

La socióloga del Observatorio de Equidad y Género, Tatiana Hernández, agrega: “Al final, ¿quiénes son las que saben lo que le pasa a la vecina? ¿Quiénes son las que se organizan? Muchas veces las mujeres no necesitan de instrumentos o encuestas para tener absoluta claridad respecto a lo que ocurre en los espacios que ellas habitan y donde se organizan en torno al cuidado. Y en estos contextos de emergencia, es clave darles voz a las personas afectadas. Este tipo de liderazgos, en el que se prioriza la escucha y participación de todos, están conducidos por mujeres. O bien hombres que comprenden que hay que “feminizar” la política, que tiene que ver con cambiar el orden de las prioridades”, explica Hernández.

La discusión, según Rojas, está en el hecho de que las mujeres recurren más a este tipo de liderazgo porque es el que atiende a los estereotipos de género con los cuales hemos sido formadas desde una temprana edad. “Es difícil definir si se trata de un liderazgo natural y efectivamente distinto o si se realiza porque hemos sido socializadas para ejercer un liderazgo en el que nos importa toda la sociedad por sobre nuestra necesidad individual”, plantea.

En esto concuerda Jessica González, directora del Centro de Liderazgo de Comunidad Mujer, quien dice que esto radica la división sexual del trabajo y la asignación de roles de acuerdo al género. “El liderazgo en general ha sido históricamente asociado a lo masculino y, por ende, a ciertos atributos que se consideran masculinos, como la fuerza y la determinación”, explica. “Pero en los últimos años ha cambiado la noción de lo que es valorado en las y los líderes. Y es que ya no se valora el liderazgo autoritario, sino que se busca un liderazgo democrático y colaborativo. Y de una manera u otra esas son cualidades que están asociadas a la mujer. Con esto no quiero decir que son inherentes a ellas, sino que son parte de las construcciones sociales de género con las que nos han criado”. En este sentido, parece importante no romantizar ni limitar los liderazgos femeninos. “Si siempre esperamos que las mujeres tengan liderazgos generosos y colaborativos, las castigamos cuando tienen un liderazgo que puede ser más directivo”, concluye González.