A mediados de octubre del año pasado, en pleno estallido social, entre todas las consignas que se hicieron presentes en la calle, una de ellas resaltó por sobre el resto: “No era depresión, era capitalismo”, decía. La mayoría de estas declaraciones callejeras ya habían determinado que el orden socioeconómico imperante era causa directa de las profundas inequidades existentes en el país, pero esta fue de las primeras en plantear, de manera explícita, que sus efectos no se habían limitado únicamente al reordenamiento económico y social. Habían permeado, por consecuencia, en nuestra salud mental.
Unos meses después, salió en Instagram un filtro disponible para esta región que decía: Am I depressed or am I just Latinamerican? (¿Estoy deprimida o simplemente soy Latinoamericana?), y así mismo, en la marcha del 8 de marzo de este año, un lienzo leía: “Agárrate Piñera, se nos acabó la sertralina”.
La alusión directa a los estados de salud mental develaba que junto al despertar social, habíamos podido identificar que el sistema en el que vivimos nos tenía sumidos en un estado de profundo malestar. A tal punto que la depresión, o sus sintomatologías derivadas, se habían vuelto una condición inherente al ser chileno.
En la Encuesta Nacional de Salud del 2015 –publicada en 2017– se estableció que un 16,1% de la población chilena presenta sintomatología depresiva. De ese porcentaje, solo un 6,2% padece de una depresión clínica, que se refiere, según los especialistas, a un trastorno mental específico que afecta a personas de cualquier edad y usualmente caracterizado, entre otras cosas, por un prolongado y persistente estado de ánimo bajo, pérdida de energía y baja autoestima, que terminan afectando el funcionamiento diario en actividades laborales, educacionales y sociales. Pero aun así, estas tasas eran un 20% más altas que el promedio mundial.
En estos cinco años, el Instituto Milenio para la Investigación de la Depresión (MIDAP) se ha dedicado a estudiar por qué en Chile hay índices más altos de depresión y sintomatología depresiva. Y, en un entendimiento común –y propio de esta época– de que la depresión no depende únicamente de los genes, sino que se trata de un fenómeno complejo multidimensional y multicausado que no se puede separar de lo externo y lo social, han logrado determinar que ese índice es más alto acá por la cantidad de gente que sufre de un malestar causado por un contexto social desigual e injusto. En el que las mujeres, y en especial las mujeres pobres, son las más afectadas. Por eso las cifras son tanto más altas.
En una publicación reciente de Ciper Académico, donde se da cuenta de los índices de depresión y sintomatología depresiva en nuestro país, los especialistas de MIDAP escribieron que “tanto la depresión como el malestar comparten un sustrato común que es social, especialmente en un modelo de desarrollo que privilegia los índices macroeconómicos, pero ignora la inequidad sociodemográfica, la segregación territorial y las faltas de respeto, dignidad y derecho”. Y es que, entendiendo que hay múltiples factores que inciden en la articulación de la depresión, su sintomatología termina siendo muchas veces un reflejo de la desesperanza o estrés que siente una comunidad en un momento determinado.
Como explica el psicoanalista, profesor titular de la Universidad de Chile y director de MIDAP, Juan Pablo Jiménez, el término “depresión” se ha vuelto uno polisémico, que se usa tanto para hablar de una condición que requiere de un tratamiento profesional como para hablar de un sufrimiento y malestar social arraigado en la falta de oportunidades. “En el siglo XX cada disciplina tendía a pensar en los problemas de manera separada, pero en este momento estamos entendiendo la complejidad de los fenómenos. La depresión clínica es un concepto de la psicología y la psiquiatría, y el malestar social es sociológico, pero no los podemos separar, porque nos dimos cuenta que todos los fenómenos están interrelacionados, por lo que hay que abordarlos de manera transdisciplinaria”.
Como explica el especialista, el concepto de malestar social no es uno nuevo. Este año se cumplen 90 años desde que Sigmund Freud publicara El malestar en la cultura (1930), donde plantea que la modernidad, que finalmente se basa en el desarrollo de la sociedad capitalista, empezó prometiendo progreso, bienestar y felicidad extendida, pero con la Primera Guerra Mundial quedó en evidencia que esa noción estaba mayormente errada. Según explica, hay un momento en que el crecimiento empieza a producir grados de insatisfacción, anomia, desorden y malestar. “Ese progreso nos va haciendo infelices en medio de la abundancia. Y cada época ha tenido distintas narrativas para ponerle nombre a ese malestar social. El nombre que tiene desde hace un tiempo, es depresión. Todos, por alguna u otra razón, estamos deprimidos, tanto por una pérdida o porque nos va mal en el trabajo”, explica Jiménez.
El estar deprimidos, por definición, es algo que a nivel individual produce inhibición, desactivación y aislamiento. Como explica el especialista, se vive como algo personal y egocéntrico –en tanto estamos centrados en nosotros mismos–. Pero lo que se dio desde el 18 de octubre fue un cambio brusco de estado de ánimo hacia una explosión emocional colectiva, que se posicionó en contraposición a la depresión solitaria. “Queríamos estar todos juntos y salir a la calle, por eso se hablaba de un despertar. Y aparecieron emociones positivas, como la de la esperanza”, señala. “Como parte de nuestras investigaciones pudimos ver que hay una relación directa con el endeudamiento. Las personas morosas en Chile son muchas y esas están claramente más deprimidas. La persistencia de esa depresión depende del nivel de endeudamiento. Ese es un claro ejemplo de los determinantes sociales de la depresión; cualquier comunidad que esté sometida a ciertas condiciones socioeconómicas determinadas, va cambiar de acuerdo a esas condiciones la probabilidad de deprimirse”.
Es quizás por eso que dentro del espectro de personas con depresión clínica o sintomatología depresiva, las mujeres son las más afectadas. El psiquiatra, académico de la Universidad de Chile e investigador MIDAP, Yamil Quevedo, explica que la depresión siempre es mayor en mujeres, pero no al nivel que ocurre en Chile. “Acá hay un fenómeno de intersección entre factores de vulnerabilidad, que en este caso serían los sociales y el género. Esa intersección entre ambos factores de riesgo produce más deterioro del bienestar, probablemente por fenómenos de falta de oportunidad, dificultades para concretar proyectos de vida, para sentirse contenidas y apoyadas y fenómenos de exclusión social”, explica.
Y es que la proporción de depresión clínica y sintomatología depresiva en el mundo establece que por cada dos mujeres deprimidas, hay un hombre con depresión. En Chile, la relación es de cinco mujeres a un hombre. Y dentro de eso, la variable más indicativa es el nivel socioeconómico y educacional. “Las mujeres de mayores ingresos siguen la proporción mundial, de 2 es a 1. Pero en los estratos más bajos, los niveles son mucho más altos. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿cuáles son las condiciones de las mujeres en general y las mujeres más pobres en este país y por qué no nos hemos enfocado en su salud mental?”, postula Jiménez.
Como explica Daniela Carrasco, académica UDP y directora del Diplomado en Psicosomática y Psicoanálisis, la depresión tiene que ver con una historia que se ido acumulando y escondiendo bajo la alfombra, muchas veces tapada por el alcohol, las drogas y la sobre productividad como manera de demostrar que en realidad estamos bien. “Eso es lo que se convierte en depresión. Porque no es la pena que tengamos que vivir a diario, y no es la tristeza de los duelos. Todo eso es parte de la vida. La depresión tiene que ver justamente con no darle espacio a esos duelos y pesares y entender que la felicidad son momentos. El sistema no nos permite entender eso porque nos exige que seamos funcionales y que rindamos. Y para las mujeres, que seamos siempre jóvenes, bonitas y sonrientes”, explica. “Todo eso da como resultados una tierra muy fecunda para que hayan cuadros depresivos”.