Paula 1231. Sábado 29 de julio de 2017.
A sangre fría | Truman Capote
"En primer año de Periodismo leí A sangre fría de Truman Capote. La historia me impactó tanto, que me mantuvo varias noches desvelada, pensando que podrían aparecer por mi casa la versión criolla de Dick Hickock y Perry Smith, los asesinos de los 4 integrantes de la familia Clutter. Fue quizás el origen de mi afición por la novela negra. Mi escritor de culto de este género es el sueco Henning Mankell. Ahora leo a Pierre Lemaitre, rey de la novela negra".
Adiós a Ruibarbo | Guillermo Blanco
"A los 12 años los cuentos fueron mi devoción. En mi casa había una edición de Cuentos latinoamericanos, donde encontré Adiós a Ruibarbo, de Guillermo Blanco, el que releí tantas veces que la primera parte me la sabía de memoria y la puedo recitar hasta hoy: me sentí totalmente identificada con el amor de ese niño por los caballos y sufrí con el destino trágico y cruel de Ruibarbo".
Silabario Hispano americano | Adrián Dufflocq
"Aprendí a leer recién a los 9 años. La explicación es simple: la básica la hice en una pequeña escuela pública donde, aparte de pasar jugando, teníamos promoción automática de curso. Pero a quinto básico ya no podía pasar sin saber leer y fue mi hermano mayor, Patricio, quien me sentó en el comedor y me dijo 'no te paras de aquí hasta que aprendas'. Una hora después, y con ayuda del Silabario Hispano Americano, me levanté de la silla después de haber leído para satisfacción de mi hermano la frase 'ese mono se come toda la comida'. Muchos años después, como periodista tuve que viajar a Llifén a entrevistar al dueño de un lodge de pesca, el que me contó, así de la nada, que había escrito el Silabario Hispano Americano para enseñar a leer a sus hijos. Era ni más ni menos Adrián Dufflocq".
Los Hermanos Karamazov | Fiodor Dostoyevski
"La primera vez que leí Los hermanos Karamazov, a los 16, tuve que ayudarme con un torpedo que pegué en la última página con los nombres de los personajes, porque me parecieron difíciles de memorizar, papel que aún conservo. La segunda vez habían transcurrido 15 años y fue en una edición de 1953 traducida del ruso al español, una joya en papel de seda y letra minúscula que me regalaron don Juan y la señora Aurora, un matrimonio a quien en vacaciones le arrendamos su casa en Lican Ray y con quienes sostuve maravillosas conversaciones, cada noche después de acostar a mis cuatro niños".