Paula.cl
Hay un monstruo sentado en mi mesa. Es invisible y todos lo vemos.
Es un gusano verde y largo que salió por la boca de alguien, entró por la oreja de mi hija y ahora se niega a salir.
Le hemos dado lechuga, chocolates, carne, antidepresivos, vitamina D, calcio y nada lo saca. Hemos dejado caer millones de palabras en terapias, discusiones en el auto, gritos con golpes en la mesa. Hemos vomitado amenazas. Hemos llorado suplicantes. Nada lo saca.
Se alojó en una parte de su cerebro y depositó su cola en las entrañas de mi hija. A la hora de comer, enrolla su cola alrededor del estómago y lo aprieta con fuerza. Pocas horas después lo suelta y deja que se expanda, para darle espacio al hambre. Su cara se sonríe, siente cosquillas en todo el cuerpo y bate el cerebro con las manos. 'No comerás', susurra, 'tienes hambre y no comerás'. Entonces el monstruo crece, un centímetro en cada aguante, mientras el cuerpo que lo refugia se encoge, cada vez más, hasta tomar su propia forma.
Imagino que es verde como un lagarto, pero toma el color rojo de la furia y el azul de la melancolía. Pasa tardes enteras vestido de azul. La fatiga de su refugio es su alegría.
Nunca he odiado tanto algo en mi vida, quiero que muera lentamente, destruirlo en pedazos pequeños para que no penetre en otras orejas. Mi rabia lo fortalece, saca una lengua larga y babosa para burlarse de mi impotencia. No hay armas, solo puede expulsarlo el cerebro que lo aloja, pero como lo tiene contaminado con sus heces, ese cerebro no piensa bien.
Expele un veneno que traspasa las paredes de su hotel provisorio, sale como un gas por los poros de ella y lo contamina todo. Nuestras narices, nuestras conversaciones, el centro mismo de la percepción. Nos engaña y nos hace dudar que existe. Lo traiciona su latido nervioso y exultante en la sobremesa, preocupado cuando el apretón de su cola no funciona. Y veo sus dientes pequeños sonreír maliciosamente. Todo es una ilusión, murmura sin abrir la boca y tomo temerosa un cuchillo para enterrárselo en eso que late, que en su caso no es corazón.
Pero entonces la veo a ella, mi hija sonriente, cada vez más pequeña, y veo que nada puedo hacer pues está escondido detrás de sus ojos.