Pérdida de protección social, estabilidad y garantías es lo que -a grandes rasgos- se transa al ingresar al mercado laboral informal. Aun así, de acuerdo al último reporte del INE para el periodo marzo - mayo 2023, en el pasado trimestre se registró un aumento en este tipo de ocupación laboral que afectó a las mujeres tres veces más que a los hombres.
En otro escenario que también da cuenta de un incremento en ocupación laboral, el mismo informe señaló que tanto para mujeres como para hombres creció la ocupación formal. Eso sí, la edad en la que los hombres vieron esta reactivación en su empleabilidad fue entre los 35 y 44 años, mientras para las mujeres se produjo pasados los 45 y hasta los 54 años, es decir, una vez finalizada su etapa fértil.
Debemos seguir observando cómo se relacionan estos dos datos: por una parte el aumento de las mujeres transitando hacia el mercado laboral informal y por otra el de ellas incrementando su participación en el ámbito formal recién después de los 45 años, pues justamente podría ser un indicio de que se está castigando su ocupación cuando es o podría ser madre de niños pequeños, llevándola a acudir a opciones aparentemente más flexibles pero con toda la precariedad en las condiciones y protección que esto conlleva.
Si las mujeres, a diferencia de los hombres, son más solicitadas por el mercado laboral una vez que termina su etapa fértil, significa que no están siendo lo suficientemente valoradas en los años en que su desarrollo laboral podría necesitar complementarse con la maternidad, afectando no solo a las mujeres que son o desean ser madres, sino incluso a aquellas que no quieren serlo, pero que pueden ser vistas por potenciales empleadores como una amenaza sólo por encontrarse en ese rango etario. Distinto parece ser el caso de los hombres, para quienes la potencial paternidad no supone un problema a la hora de buscar y encontrar trabajo.
Entendiendo que la parentalidad no es tarea exclusiva de la mujer, resulta lógico esperar que la maternidad no deba cargar con la cantidad de dificultades y prejuicios asociados a la posibilidad de trabajar como lo hace hoy en día. Sabemos de muchas mujeres para quienes tener un hijo/a, proyectarse como madres o incluso simplemente tener una cierta edad implica un verdadero impedimento para desarrollarse laboralmente, mientras que para los hombres esto rara vez es una pregunta en alguna entrevista laboral. Necesitamos construir una sociedad donde se valore a las familias y su importancia, y de esta manera un niño nacido, en gestación o soñado no sea una amenaza para un lugar de trabajo; pero también necesitamos, con la misma urgencia, que entendamos que la vida, la crianza, el bienestar de ese niño o niña es tarea de quienes tienen encomendado su cuidado, y eso no debería ser exclusiva responsabilidad de la mujer.
Avanzando en una mayor comprensión de la coparentalidad, podríamos dividir tareas de crianza que hoy están sólo relegadas a la madre, tales como permisos laborales por enfermedades leves o para trámites como controles pediátricos. Así, contratar a cualquier persona con hijos o que potencialmente podría convertirse en padre o madre -independiente de su género- debería suponer la misma necesidad de flexibilidad, que no es más que la que necesita una sociedad humanizada para funcionar en armonía.