Los paisajes de Alejandro Quiroga
En la muestra Mitad mentira, mitad verdad, las pinturas de Alejandro Quiroga se parecen a muchos lugares que alguna vez hemos visto o imaginado, pero a ninguno en particular. El artista recrea esos vistazos que vamos archivando en la memoria y los articula en imágenes fantasmagóricas, que nos resultan familiares y extrañas al mismo tiempo. Hasta el 13 de junio en Galería Patricia Ready.
Paula 1147. Sábado 10 de mayo de 2014.
En la muestra Mitad mentira, mitad verdad, las pinturas de Alejandro Quiroga se parecen a muchos lugares que alguna vez hemos visto o imaginado, pero a ninguno en particular. El artista recrea esos vistazos que vamos archivando en la memoria y los articula en imágenes fantasmagóricas, que nos resultan familiares y extrañas al mismo tiempo. Hasta el 13 de junio en Galería Patricia Ready.
"La imagen siempre aparenta ser algo que no es". Así explica Alejandro Quiroga el título de su actual exhibición: Mitad mentira, mitad verdad. Se trata de una serie de 14 óleos sobre tela que remiten a atmósferas suburbanas, como aquellas que avistamos por las ventanillas del auto cuando transitamos por la carretera. La obra se juega en los bordes de la figuración, explicitando el mínimo de elementos necesarios para articular escenarios desolados donde la presencia humana ha desaparecido. "El término road movie es muy determinante en mi trabajo. Creo que, en parte, hago una road movie a partir de estos fotogramas. Aunque sin protagonista", dice el artista.
Quiroga egresó del Instituto de Arte Contemporáneo de Santiago (1986-1990) y después estudió Pintura y Composición en The Art Student League of New York (1998-2000). Ha realizado 11 muestras individuales y numerosas exhibiciones colectivas tanto en Chile como fuera. Aunque ha hecho fotografía e instalación, hace diez años se comprometió radicalmente con la pintura como su lenguaje primigenio. Las muestras que montó en galería Animal (2010) y en Sala Gasco (2012), ambas con muy buena crítica, sentaron las claves del desarrollo de su obra. A través del ejercicio pictórico y con el género del paisaje, Quiroga se pregunta una y otra vez acerca del modo en que percibimos y codificamos la realidad. Lo que le interesa es poder llevar a la tela esa elaboración misteriosa y subjetiva que hacemos del mundo: los suyos no son paisajes reales, sino escenarios que están archivados en nuestra memoria y que hemos construido como arquetipos a lo largo de nuestra vida. Paisajes que nos parecen familiares, aunque quizás nunca hayamos estado ahí, pero cuyos elementos se han introducido en nuestro imaginario a través de películas, fotos, sueños y múltiples representaciones. "Mi interés está en trabajar con estos 'lugares-tipo', lugares en los que el espectador ve una cosa que cree que conoce", explica.
Los referentes de sus pinturas son diversos registros fotográficos que han sido desgastados por sucesivos traspasos y presentan mala calidad de resolución, por lo que nunca son fieles a la realidad externa. Esa falta de verosimilitud de la imagen es lo que hace que el espectador repliegue su mirada hacia sí mismo para encontrar el sentido. El gesto pictórico, además, deja en evidencia la sobreabundancia de fotos que circulan actualmente y que han perdido su carácter documental, no solo por la reproducción infinita que se puede hacer de una imagen, sino también por los múltiples mecanismos de manipulación que se ejercen sobre ella. Las fotos, de este modo, ya no atestiguan la experiencia de capturar un momento y un lugar, sino que se han convertido en ficciones visuales de rápida circulación. En el texto del catálogo, el teórico Pedro Donoso, escribe: "El abuso de la visualidad de los tiempos actuales ha restado fuerza a la sensación de estar ahí. Tanto ha pasado delante de nuestros ojos, que habría que buscar una forma de regresar al paisaje a través del medio pictórico". Curiosamente esa carga de experiencia que marcó el sentido histórico de la fotografía como índice indiscutible de realidad, ahora se recupera a través de la pintura.
Una de las técnicas más tradicionales –que los pintores renacentistas llevaron a su expresión más acabada– es la veladura, que consiste en sobreponer capas de color translúcidas, lo que permite darle textura, iluminación y atmósfera a la imagen. "La veladura es, tal vez, la figuración del recuerdo, la pátina que añade espesor a la imagen. Ver nunca es un acontecimiento totalmente prístino. Ver es acceder a lo que tenemos ahí delante, a través de una serie de referencias que le dan su peso específico, su historicidad, su carácter añorable a esa sensación de ya visto", escribe Donoso. Y culmina: "En cierto punto, Mitad mentira, mitad verdad se muestra como un ejercicio melancólico e inevitablemente humano: el rescate de una imagen que, sin saberlo, aún nos une. Porque, aunque lo desconozcamos, todos hemos visto esos paisajes: de hecho, fueron pintados para que nuestros ojos logren, finalmente, reconocerlos".
Manquehue con nieve.
Quiroga utiliza como referentes de sus pinturas diversos registros fotográficos que han sido desgastados por sucesivos traspasos y presentan mala calidad de resolución, por lo que nunca son fieles a la realidad externa. Esa falta de verosimilitud de la imagen es lo que hace que el espectador repliegue su mirada hacia sí mismo para encontrar el sentido.
Caminando con Kuhn & Rice.
Araucarias en el centro.
"En cierto punto, la exposición Mitad mentira, mitad verdad de quiroga se muestra como un ejercicio melancólico e inevitablemente humano: el rescate de una imagen que, sin saberlo, aún nos une", escribe el teórico Pedro Donoso en el catálogo de la exhibición.
La pintura perfecta.
El gesto pictórico de Alejandro Quiroga deja en evidencia la sobreabundancia de fotos que circulan actualmente y que han perdido su carácter documental por los múltiples mecanismos de manipulación que se ejercen sobre ella. Curiosamente, esa carga de experiencia, que marcó el sentido histórico de la fotografía como índice indiscutible de realidad, ahora se recupera a través de la pintura.
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