“De todos los prejuicios con que hemos sido criadas, creo que el de tener hijos de distinto padre es de los que más arraigados está. Me parece que de manera solapada es un fantasma que merodea más cerca de lo que quisiéramos. Nos respira en la nuca: cualquier cosa antes que tener hijos con distinto apellido.
Estas reflexiones me han sido frecuentes este último tiempo, en parte porque vivo en una ciudad pequeña donde, por cuestión de número, es fácil percibir el machismo arraigado y opiniones enjuiciadoras contra la mujer. Además, la cultura pop en forma de farándula, cada cierto tiempo nos trae un caso que evidencia estas violencias. Estos, además de reemplazar los temas relevantes de los medios masivos de comunicación, nos hacen ver cuán transversal es el juicio a la mujer y cómo hay mandatos instalados incluso en quienes ya se han puesto las lentes violeta. ‘Esta tiene x hijos, todos de distintos papás’ fue una de las frases enunciadas a modo de ataque que escuché en la tele el otro día y fue dicha por otra mujer que se jactaba de su familia ‘bien constituida’.
No es gracia tener hijos con la nueva pareja, nadie te va a querer en serio por ya tener un hijo, a la familia de él no le gustará, la figura del padrastro es terrible, no se criarán como hermanos, no es respetable una mujer así, da lo mismo que el padre rehaga su vida y tenga otros hijos, pero no la madre… y un largo etcétera que nos ha instalado la idea de que solo debes tener hijos con una pareja y del resto, réstate.
No es la primera vez que escucho críticas que caen como látigos en las espaldas de mujeres que tienen hijos de distintas parejas, pero nunca las he escuchado sobre los hombres que riegan hijos en distintas mujeres, incluso sin diferenciar relaciones estables de informales. Es un avance innegable la ley de deudores de pensión alimenticia, el acto de cuestionar públicamente a los papitos corazón, es un cambio en dirección al nuevo paradigma de corresponsabilidad y crianza conjunta. Pero de lo que siguen invictos, es del cuestionamiento moral por tener hijos con distintas madres. Porque todo parece indicar que la violencia simbólica es sólo para mujeres.
Reflexiono sobre esto no sólo porque yo he decidido tener hijos en dos momentos de mi vida con dos parejas distintas, sino también porque en el camino que tomamos hacia la deconstrucción y a encarnar el feminismo, tenemos que cuestionar estas formas de violencia. Porque pese a la educación feminista y al trabajo que muchas hacen por aplicarlo en el día a día, hay quienes tienen muy incrustada la idea de que no es buena decisión tener hijos de otros padres, y ante esa posibilidad prefieren seguir con relaciones tóxicas o carentes de proyección o simplemente, se restan de intentarlo otra vez. Por supuesto siempre existirá esa mujer que salta el cerco de la moral patriarcal y hace de su vida lo quiere, pero muchas otras siguen atrapadas en el deber ser de la mujer construida por este sistema que nos etiqueta siempre de buena o mala, sin siquiera poner la lupa en el hombre.
En mi experiencia, nunca dudé si tendría otro hijo después de divorciarme. La maternidad era un espacio en el que me sentí cómoda y un gesto político que me permitía ser quien yo quería ser. Al menos para mí, se trata de no subordinar mis decisiones a las convenciones morales que nos han sido impuestas. El cuestionamiento y la violencia simbólica sobre la mujer que se atreve a formar familias una y otra vez lo he visto en mujeres mayores, como nuestras abuelas, que se sorprenden de quienes han tenido 2, 3 o más parejas y con cada una de ellas hijos de por medio. Pero aquello no me molesta tanto como verlo en mis contemporáneas, porque lo primero responde a una generación que no tuvo herramientas como las que hoy están a nuestro alcance. Nuestras abuelas tienen otra formación, aunque también muchas de ellas se atrevieron a empezar matrimonios y familias, por supuesto. Por eso, me choca más cuando el juicio valórico viene de mis contemporáneas, de quienes levantan las banderas. A la vez me cuestiono el avance, porque parte de ellas han preferido sostener relaciones que ya han muerto e intentan resucitarlas con hijos dentro de esas relaciones únicamente por la consigna de que ‘peor sería de otro padre’. Lo que es triste, porque finalmente evidencia el miedo que nos han inyectado, impidiéndonos tener una mirada critica y así preferir que ‘mejor todo quede en familia’ a intentar ser feliz y refundar una nueva familia. Siempre el miedo y el deber ser.
Quizá el machismo en sus formas más solapadas ha permeado incluso en quienes levantan las banderas. Quizá el ejercicio comienza en ver quiénes queremos ser y dejar de apuntar a quienes sí se atreven a construir otra vez. Quizá el concepto familia debe deconstruirse más y entenderlo como el espacio seguro donde los y las niñas se desarrollen en armonía y amor donde los adultos responsables vivan en paz.
Tengo hijos de distintos padres. Tengo la fortuna de que mi marido y mi ex sean hombres nuevos que aprenden del feminismo y juntos tenemos una familia compuesta donde hacemos todo lo posible para que nuestros hijos vivan en un ambiente seguro. Y quizá la elección de ser genuino por sobre el deber ser sea un buen ejemplo para mis hijos de distinto padre.
En este mes de la madre recién conmemorado, celebro a quienes nos hemos atrevido a ser madres de la mano de distintos compañeros. Violentadas por el cuestionamiento solapado y el juicio a nuestra valentía”.
Jimena es periodista y tiene 35 años.