Belén (25) despierta a las 6:00 todas las mañanas. Rápidamente se viste, prepara su mochila, saca a pasear a su perro y se preocupa de salir de su casa en la comuna de Santiago antes de las 7:00 –previo a la hora punta– para poder irse sentada en la micro. En el trayecto hacia el trabajo, que queda en Peñalolén, saca el computador y aprovecha de revisar los correos del día anterior, atiende a las solicitudes individuales de los apoderados, evalúa pruebas y repasa alguno que otro concepto para afinar los detalles de sus clases.
Desde marzo es profesora en un colegio particular y si bien postuló para ser asistente de aula –siendo éste su primer año de ejercicio docente, después de cinco prácticas–, al poco tiempo que la contrataron tuvo que reemplazar a la profesora de lenguaje. Hoy cumple con 38 horas semanales, de las cuales 32 se las dedica a la asignatura en sala y las otras seis son para corregir trabajos y preparar las próximas sesiones. Clases cuyo formato, por cierto, está permanentemente sujeto a la contingencia sanitaria. Hoy día son presenciales, pero mañana pueden volver a ser online y de manera remota, situación que implicaría un reajuste en su rutina nuevamente.
Desayuna con sus colegas cuando llega a la escuela y ahí también aprovecha los últimos minutos para completar sus pendientes. Todo, como dice, es para ayer. Recién puede ir al baño a la hora de almuerzo y el primer mes, antes de que lograra una adaptación más contundente, no encontraba el minuto para tomar agua. “Los niños están con muchas necesidades de atención específica –muchos de ellos no saben usar el cuaderno, ni poner la fecha, porque estuvieron en el computador estos últimos dos años y han desarrollado una adicción a las pantallas–, además de una profunda necesidad de aprobación y aceptación. A eso se le suma la presión que tenemos como docentes por lograr que se recupere el tiempo perdido y, por sobre todo, los reclamos y solicitudes de cada uno de los padres y madres. Nadie dice ‘gracias por hacer todo lo humanamente posible por acompañar a mi hijo en esta situación tan adversa’. Muchos de nosotros estamos trabajando sábados y domingos completos porque de verdad, aunque nos despertemos antes, no nos da el tiempo”, relata Belén.
Ella, de hecho, trabaja de 8 a 16:00, pero recién a las 18:00, luego de haber terminado las evaluaciones, vuelve a su casa. En la noche, nuevamente abre el computador y prepara los materiales, las guías y las presentaciones en Power Point. “Es angustiante porque sentimos que estamos constantemente atrasados y eso, a su vez, hace que nos sintamos sobrepasados en lo socioemocional. Los niños me han tirado tijeras y la agresividad ha aumentado mucho. Y estos son niños que viven en contextos mayormente privilegiados, pero aun así, también han vivido carencias que los han llevado a generar frustración ante ciertas dificultades, tener poca paciencia y a responder con violencia”, relata. “Para nosotros los adultos no hay contención ni tampoco tiempo para hablar de lo que está pasando. Hay un descuido de la infancia y no es a nivel familiar; es a nivel de Estado, porque así nos tienen a los encargados de educarlos y contenerlos”.
Como Belén, hay muchas profesoras y profesores de básica, media y universitarios que se han visto sobrepasados en este periodo de transición. Cifras exactas no hay, pero se habla de un aumento en un 25% en la cantidad de licencias médicas –tanto psiquiátricas como por enfermedad– que se han pedido en algunas comunas. En su sala de profesores, de hecho, de los 16 docentes, 7 han tenido licencia en los últimos dos meses.
Y es que el 2 de marzo pasado se retomaron las clases presenciales obligatorias en todo el país –tras dos años de clases remotas o directamente suspendidas– bajo la premisa de que la suspensión prolongada estaba incidiendo de manera altamente negativa en el proceso de aprendizaje y desarrollo socioemocional de los estudiantes. En eso, hubo consenso. Pero aun así, el retorno a los establecimientos educativos fue, como poco, abrupto, y las consecuencias de una falta de gradualidad no tardaron en manifestarse; las primeras semanas, entre actos de agresividad e incluso un tiroteo masivo al interior de un recinto educativo, estuvieron marcadas por la violencia y las denuncias que recibió la Superintendencia de Educación lo corroboraron. Un 30% correspondía a casos de violencia escolar.
Pero la situación actual no es atribuible únicamente al contexto pandémico; nos habla más bien de un sistema educacional de base precario y carente, poco integral y en el que no se valora el trabajo de los educadores. Y es que como explica Claudia Silva, psicóloga de Educación 2020 quien acompaña a comunidades educativas, el agobio docente es un tema que los profesores han intentado poner sobre la mesa en múltiples ocasiones, desde antes de la pandemia. “Lo que pasó es que la pandemia nos pilló con un sistema estresado y precarizado, que tenía a los docentes con altos niveles de estrés y exigencia. La violencia escolar ya se estaba palpando. Sabíamos que había que cuestionar y renovar el sistema educacional. La pregunta que nos hacíamos durante la pandemia, justamente, era si íbamos a volver a lo mismo. Ahora tenemos un retorno a clases que nos está exigiendo volver a lo mismo, pero eso es imposible. Y no es que los niños y niñas no hayan aprendido en estos dos años –ese discurso también le suma un factor estresor adicional–, es que aprendieron de manera distinta y otras cosas”, explica la especialista. “Todos estos aspectos nos han propiciado un escenario en el que al mes de mayo los profesores están tan agotados como lo estarían en octubre en un año sin pandemia. Por eso se han disparado las licencias médicas”.
En julio del 2021, Educación 2020 e Ipsos realizaron la encuesta Estamos Conectados para dar cuenta de la realidad educacional en pandemia. Los resultados develaron, entre otras cosas, que un 87% de los directivos y docentes de establecimientos educacionales encontraban que su jornada diaria con teletrabajo era más extensa que antes de la pandemia. Un 80% de ellos reconoció que su vida familiar se había visto profundamente afectada y un 65% dijo sentirse estresados. Y es que, como explica la profesora de matemática, astronomía y ganadora de la última edición del Global Teacher Prize Chile, Maritza Arias, el nivel de exigencia al que se han visto sometidos los y las docentes, sin poder vivir lo que conlleva el proceso de adaptación y hacerlo de manera paulatina y gradual, con actividades lúdicas, es lo que ha hecho que se sientan tan agobiados y cansados. “Los adultos, que tenemos algo más de herramientas, lo hemos manifestado de una manera; pidiendo licencia y llorando. Pero los niños, que tienen menos herramientas, canalizan a través del malestar y la violencia”, reflexiona.
“Hay días en los que pueden faltar 10 funcionarios –entre psicólogos, profesores y educadores diferenciales– de una, porque están con sospecha de Covid y tienen que seguir el protocolo o simplemente porque no pueden entrar a hacer clases de la angustia y el estrés que están viviendo. Y en esos casos, otra profesora o profesor tiene que hacer el reemplazo. Se genera un círculo vicioso porque esos son momentos en los que ese educador debiese estar haciendo su trabajo, pero no puede. A la larga terminamos todos desgastados. Acá hay un factor clave que tiene que ver con la formación inicial de los profesores y educadores. Las carreras de pedagogía, si bien abarcan un espectro amplio de conocimiento, no entregan herramientas para poder enfrentar las problemáticas y dificultades que nos toca vivir actualmente. El cambio, entonces, tiene que ser desde la base”, explica. A eso, Arias le suma que el foco está puesto hoy en día en una recuperación del conocimiento más que un desarrollo integral. Y ese nivel de exigencia hace que todos terminen agobiados, deprimidos y enfermos. “Los niños están agotados y mis colegas han llorado como nunca antes los he visto llorar”.
Por eso, como argumenta Claudia Silva, el plan de reactivación de educación integral, “Seamos Comunidad”, presentado recientemente por el gobierno es tan importante; porque busca enfrentar los efectos de la pandemia en las comunidades educativas de una manera más holística, poniendo el énfasis en el desarrollo integral, la flexibilidad de horarios y de la estructura del sistema en función de recursos, tiempos y procesos, sin estresar los tiempos de los docentes quienes además de eso, son guías, orientadores y los que contienen a los estudiantes. “No podemos cuidar la integridad de niñas, niños y adolescentes si no los resguardamos a ellos. Tienen a su cuidado lo más delicado de nuestra sociedad”, explica. “Los profesores que se van lo hacen porque de verdad no pueden estar en el aula, y los que quedan tienen que ocupar su horario no electivo para cubrir esas horas. Por eso es clave contar con la posibilidad de flexibilizar horarios, disminuir las horas de asignatura e incorporar más disciplinas artísticas y deportivas, para empezar a pasarlo bien dentro del establecimiento”. Y es que, como sigue Silva, los estudiantes están enfrentando mayores dificultades producto de cómo les afectó a ellos en sus distintas realidades la pandemia, y eso inevitablemente tiene una incidencia directa en los docentes. “Por eso es necesario poner el foco en la convivencia escolar, en el bienestar y la salud mental de todas y todos; fortalecer la activación de aprendizaje a través de distintas metodologías; y dar espacio al trabajo colaborativo”.