Paula 1208. Especial Moda, sábado 10 de septiembre de 2016.
Están en plena sesión de fotos en Montecarlo y Helmut Newton sigue con la cámara a Cindy Crawford, de boca roja y cejas muy marcadas, traje de baño azul, cinturón dorado y tacos altos rojos, bajando la escalera de un edificio. La gente mira y Newton le pide un billete a un curioso a cambio de una polaroid con la modelo. Se ríe con su ocurrencia. A un lado de la escalera, de camisa celeste y pantalón beige, un hombre moreno, no muy alto, un poco gordo en la cintura, se ríe también.
Es 1991 y José Luis Armijo es el principal maquillador de París. Ya había sido el director artístico del maquillaje de Yves Saint Laurent y el autor de las paletas de colores, como los de la primera colección de 1978. También parte del elenco estable de cientos de producciones y portadas de las revistas más importantes del mundo como Vogue, para la que maquilló en 1988 a Carolina de Mónaco en una imagen de blanco y negro.
José Luis también fue el que le pintó la boca oscura a Iman, el día de su matrimonio con David Bowie, y el confidente de Catherine Deneuve y Paloma Picasso.
Sin embargo, en Chile es casi un desconocido. Quizá porque vivió en la era preweb. Pero cuando murió, el 23 de febrero de 1994, ya hacía mucho que solo era José Luis sin apellidos. Estaba en la cima de su carrera.
Había nacido como José Luis Armijo García en 1939 y fue el segundo de seis hermanos. Después de él vino Carlos, quien años más tarde formaría la peluquería Rizos en Santiago.
Los Armijo nacieron en Vicuña y luego partieron a Antofagasta. El padre, que era carabinero y después trabajó en el ferrocarril de Mejillones, murió cuando José Luis tenía 20 años. Su madre murió hace ocho años, a la edad de 93. Ella fue su gran inspiración. Se llamaba Carmen. Una temporada José Luis lanzó con Saint Laurent un rouge que "era simplemente el color de labios que usaba mi mamá", dijo una vez. Un fucsia. "Y cada vez que la miraba me quedaba como pensativo", diría en una de sus escasas entrevistas, a revista Caras, en 1990.
"Es la única persona que yo conozca que encrespaba las pestañas con una cucharita", dijo Catherine Deneuve tras la muerte del maquillador.
Terminó el colegio en el norte y mientras su familia se venía a Santiago, él se fue a trabajar a un hotel a Arica donde llegaban las señoras de ejecutivos a las que les empezó a fabricar pestañas postizas. Ya en Santiago, comenzó en la peluquería France, en el pasaje Imperio, y en 1962 armó una propia en calle Subercaseaux, donde peinaba Luis Antonio, que sería su amigo del alma y quien nunca quiso dejar Chile, pese a su talento.
Pero José Luis era diferente, era busca vidas y partió a Madrid. Allá armó una peluquería chiquita. De ahí saltó a París, Eran mediados de los años 60.
Yves Saint Laurent y la modelo Karen Mulder maquillada por Jose Luis, para unas fotos de Helmut Newton publicadas en Vogue.
PARIS: LA CUCHARA DE PLATA
Hay varios mitos sobre cómo José Luis se hizo famoso en París. Uno dice que fue maquillando prostitutas en Pigalle a las que les pintaba los ojos negros con corcho quemado. "Él me contó una vez, pero contaba tantas cosas que no sabes, en el fondo, cuáles son las verdades, cuáles los mitos y qué es lo que hay de fondo", dice hoy el diseñador Iván Grubessich, a quien José Luis le abrió las puertas en París a comienzos de los 80.
Oscar Iturra, peluquero, quien trabajó años en Rizos –hoy tiene su propio salón– y que se iba a París por meses invitado a trabajar por José Luis, recuerda que él le contó que trató muchas veces de maquillar en París, pero que no se le abrían las puertas. "Hasta que un día, en un desfile, maquilló no ojos ni bocas, sino pies. Les sacó los zapatos a las modelos y les hizo como sandalias con brillos y sombras. Esa fue su entrada a París".
Era 1966 y tenía 27 años. Ahí se encontraría después con una chilena que debe ser la única que llegó tan alto como él en el mundo de la moda: Elsa Faúndez, la modelo preferida de Yves Saint Laurent en esa época y quien trabajó para el francés entre 1969 y 1977. "Cuando estaba en Saint Laurent, en París, José Luis apareció en mi vida", recuerda hoy Elsa, al teléfono desde Buenos Aires. "¿Cómo apareció? No recuerdo. Le había sido bien difícil al principio, porque no hablaba francés ni conocía prácticamente a nadie, pero era bien metedor, tenía personalidad".
Y un talento indiscutido.
Vogue Francia escribiría de él en un homenaje tras su muerte: "A fines de los años 60 las modelos se maquillaban solas. Es en esa época que aparece José Luis. Luego creó las líneas de maquillaje de Yves Saint Laurent, lanzando una moda que puede parecer hoy un poco excesiva: ojos oscuros, negros o violetas, alargados hasta la sien. Labios color granate, blush muy rosado".
Cuando José Luis llegó a Saint Laurent ya era conocido. "Conocí a los mejores maquilladores en esa época. Y para mí no había ninguno como José Luis. Extraordinario. Te hacía los ojos con los dedos y no se marcaba, y era maravilloso", recuerda Elsa.
Reconocía que Helmut Newton era el único fotógrafo que sabía más que él. Decía: "es el único que no puedo hacer leso, porque me cacha altiro".
Se hicieron muy amigos y comían seguido en el departamento de soltera de ella. "José Luis quería tener su éxito en lo que él hacía. Pero no era ambicioso en el mal sentido. Él era muy modesto, muy humilde en el fondo. "Cuando él ya fue tan famoso yo ya estaba en otra vida, con hijos (se casó con el argentino Jimmy Dodero), viajando mucho con mi marido y en otro mundo muy distinto. Entonces, quizá un poco, ya no le gustó el mundo que yo tenía y se alejó".
Cuando Oscar Iturra llegó a París, por esos años, se encontró con que José Luis ya conocía a todo el jet set. "Conocí a Alexander, que era su amigo", recuerda. Alexander era el más famoso de los peluqueros de Europa. "Y José Luis tuvo la buena ocurrencia de que Alexander necesitaba ayuda y me puso con él".
José Luis le tendió una mano a Oscar Iturra como hizo con muchos otros. "Pero yo no estaba preparado sicológicamente para quedarme en París. Era mucha la competencia. Cuando José Luis iba a los prêt-à-porter a maquillar, si se demoraba cinco minutos en la puerta había 30 maquilladores esperando por una oportunidad", recuerda Iturra.
Pero José Luis ya tenía su espacio ganado. En 1978 Yves Saint Laurent había dado a luz su propia colección de maquillaje. Era la imagen de una mujer con los labios rojos brillantes que tenía una rosa entre los dientes. "Fue de una calidad excepcional", dice Katoucha, la ex modelo y musa de Yves Saint Laurent en un artículo en L'Express. "Recuerdo que José Luis me encrespó las pestañas con una cuchara".
Su cuchara se transformaría en mito.
"La gran leyenda de José Luis es que ondulaba las pestañas con una cuchara de plata… Nadie en Europa lo hacía y él ocupaba la cuchara como debió haber visto hacerlo a su mamá, a todas las chilenas… Pero allá era una rareza", dice el fotógrafo chileno Juan Pablo Fabres, que trabajó con José Luis en París.
"Es la única persona que yo conozca que encrespaba las pestañas con una cucharita", dijo Catherine Deneuve a Vogue Francia tras la muerte del maquillador. "Yo, que no uso nunca pestañas falsas, aceptaba las suyas. ¡Era tan livianas! Las recibía por correo desde Chile donde sus hermanas las fabricaban".
José Luis decía que era pehuenche y convirtió el ser chileno en una ventaja. "Baila una samba o un merengue para relajar la atmósfera y logra hacer que la gente comparta su deseos", describió Vogue París sobre su estilo.
José Luis decía que era pehuenche y convirtió el ser chileno en una ventaja. "Baila una samba o un merengue para relajar la atmósfera y logra hacer que la gente comparta su deseos", describió Vogue Francia sobre su estilo.
"Eso era su atractivo. Un día él me dijo: 'no hay otra persona como yo aquí'. Esta gente lo veía como un personaje exótico, pero lo adoraban, se reían con él", dice Iván Grubessich. "Porque además era súper profesional. Nunca dejó de hacer su trabajo. Y si tenía que tomarse un avión e irse a los Emiratos Árabes, iba y si tenía que volver en la noche, volvía, y al día siguiente estaba maquillando. No era temperamental. No era divo".
En esa época andaba siempre con un bolso de cuero de Yves Saint Laurent, donde ponía sus elementos de trabajo, que tenía forma de bolsón de colegio, sin forro y con las mismas hebillas. Él le había pedido al mismo Saint Laurent que se lo diseñara.
Cuando Iván Grubessich llegó a París, recomendado por Oscar Iturra, lo llamó por teléfono. Al otro lado del teléfono sintió una voz "como de vieja", dice, pero se dio rápidamente cuenta que era el chileno José Luis. "Me mandó a la mierda (porque Grubessich no lo había llamado antes y estaba preocupado). Y después me dice: 'Te tomas un taxi y te vienes inmediatamente a donde voy a estar cenando con unos amigos. Llegué a L'Orangerie, el mejor restorán de París". José Luis le hizo señas desde una mesa y Grubessich reconoció a su lado a una mujer con un collar de pelotas de oro de Tiffany, beatle negro, la boca roja y el pelo muy negro. "Y digo: 'oh, ¿dónde estoy metido?'. O sea, este gallo es famoso entonces. Era la Paloma Picasso".
Al otro día de su primer encuentro, José Luis tenía a Grubessich en el 5 de Avenue Marceau, en Yves Saint Laurent, con su carpeta de dibujos. José Luis le tendería la mano muchas veces.
La actriz Nastassja Kinski maquillada por José Luis para una campaña del perfume Senso de Ungaro en 1987. "José Luis era top. Una vez no pudo llegar a una sesión en París y maquilló a la modelo por teléfono. Siempre estaba pasado de pega", dice el fotógrafo chileno Julio Donoso.
ESTACIONAR A MARILYN
A comienzos de la década de los 80, José Luis tenía una frase. "Way Bandy es el rey de Nueva York y yo soy el rey de París". Bandy, quien murió en 1986, fue una de las primeras rockstar del maquillaje norteamericano.
José Luis, como establece Vogue Francia, da un giro en 1984 y decide regresar a lo natural, "repitiendo lo que se convertirá en un lema para él: pestañas, cejas, boca. Esa desnudez del rostro representa un cambio radical y se demorará tres años en convertirse en una moda que hoy aún se sigue". Como agrega la publicación, José Luis no tiene pares para convencer.
Usaba polvos de arroz de colores extraños, azul medio morado o medio rosado, que después usaron todos los maquilladores.
En 1986, Terry de Gunzburg lo sucede en la dirección artística del maquillaje Saint Laurent y en 1989, cuando el fotógrafo Juan Pablo Fabres llegó a París, José Luis era freelance, pero seguía ligado a YSL, y asesoraba a otras marcas.
Fabres se consiguió hacer unas fotos de moda en Pin-up, el estudio de moda en Europa, y José Luis le ofreció hacer el maquillaje. "Y entro yo con José Luis del brazo y se me acerca Peter Lindbergh y me dice: '¿qué estás haciendo con José Luis?'. 'Me va a maquillar un test', '¡¿José Luis te va a maquillar un test?! Nunca ha querido trabajar conmigo'… Que Peter Lindbergh te diga 'nunca he podido trabajar con José Luis' y tú estás haciendo un test con él, era increíble".
La generosidad de esos gestos se repite en los recuerdos.
"La primera vez me fue a buscar al aeropuerto y me pasó las llaves y una invitación para un desfile de Saint Laurent, porque él se iba a Alemania. Eran desfiles para cuatro personas, con unas princesas, estaba la Sophia Loren ¡y yo por ahí hueveando!, recuerda Oscar Iturra.
Después de su paso por Saint Laurent, a Grubessich le dijo: "Ya aprendiste, ya lo viste, ahora te tienes que ir a otra casa de modas donde aprendas a cortar. Ya tengo claro donde te vas a ir. Vamos a ir altiro para allá, pero con la única condición –siempre te condicionaba las cosas– de que la Marilyn tiene estacionamiento en la puerta. Porque yo no voy a caminar".
La Marilyn era un Mini Cooper blanco con el techo negro que José Luis manejaba y estacionaba en cualquier parte, por lo que siempre andaba con un alto de multas. Atrás tenía una calcomanía de Marilyn Monroe con el vestido blanco. "En la Marilyn se subía la Catherine Deneuve, la Paloma Picasso, todas", recuerda Grubessich.
Partieron por una calle angosta y llena de autos. "José Luis iba reclamando, porque era como una vieja reclamona: 'mira que no hay ningún lugar, perdiste'. Pero ese era su juego, el tipo vivía en una constante película. Y me dice: 'Tienes cueva'. Había un estacionamiento en la puerta y la Marilyn entró justo. Al día siguiente entró a trabajar.
José Luis también fue muy cercano y ayudó a la actriz chilena Valentina Vargas, quien se había ido a París a estudiar maquillaje con él. Ella le presentó a José Luis al fotógrafo chileno Julio Donoso, quien lo logró convencer de venir a Chile a comienzos de los 90, a hacer unas fotos para revista Caras en Zapallar. "Al principio dudó, pero después estaba feliz Le gustaba porque estaba en su país. Afuera era muy top, pero no era arribista ni siútico. Era muy talentoso y nos regaló una semana de su tiempo", cuenta Donoso. También hicieron fotos juntos muchas veces en París. "José Luis era top, top. Una vez no pudo llegar a una sesión en París y maquilló a la modelo por teléfono. Siempre estaba pasado de pega".
AMARILLO CLAUDIA SCHIFFER
Lo que marcaba el maquillaje de José Luis era el tratamiento no solo del color, sino de la piel. "Antes del maquillaje se preocupaba mucho de la limpieza de la cara. De Chile llevaba unos aceites y limpiaba, limpiaba y después la cara quedaba traslúcida", cuenta Oscar. A veces él se ofrecía para llegar antes a los desfiles e ir limpiando los cutis y así José Luis llegaba directo a maquillar. "A veces me iba de desfile en desfile en el mismo día y solo nos encontrábamos ya de noche".
Una vez José Luis maquilló a Claudia Schiffer, recuerda Juan Pablo Fabres, y ella quedó muy feliz con el color de su piel. "Y José Luis le decía: 'claro, lo que pasa es que a tu piel hay que ponerle un poco de amarillo'. A ella la cargaban al rosado…".
Pero también le gustaba ir a las grandes tiendas y maquillar a la gente común. "Más que veinte páginas en Vogue, nada lo motivaba más que darle a las mujeres de la calle el don de gustar. Hacía demostraciones en las grandes tiendas y las llamaba "sesiones de interpretación"; escribió Vogue Francia.
Y miraba, miraba mucho, y enseñaba a hacerlo. Se lo decía a todos: "Estás viendo, pero no estás mirando, tienes que aprender a mirar", recuerda Fabres que le decía.
Una vez le dijo a Oscar Iturra que quería hacer algo diferente. "Y con un lápiz negro hizo toda la portada del maquillaje. Ojos, caras, labios, todo. Eso fue ¡increíble! "Fue una portada para Vogue, para quien hizo fotos, entre otros, con Guy Bourdin y Helmut Newton, a quien José Luis le tenía un enorme respeto. "Reconocía que era el único fotógrafo que sabía más que él. Decía: 'es el único huevón que no puedo hacer leso, porque me cacha altiro", recuerda Fabres. "José Luis era divertido, un tipo loco de espíritu, que podía bailar, podía desordenarte todo el estudio. Era del norte y tenía esa cosa pícara también. Le encantaba cantar… "en Mejillones yo tuve un amor". Eso lo vi que lo hizo con muchos fotógrafos, en muchos estudios de fotografía, sin embargo, con Helmut Newton no", señala Grubessich.
LAS LÁGRIMAS DE CATHERINE
José Luis vivía en un departamento pequeño donde tenía el piso lleno de revistas apiladas por todos lados. Quedaba en Neuilly, al frente a la Bois de Boulogne. El decía que no necesitaba nada más grande.
Nadie le recuerda al maquillador una pareja estable. "No sé si alguna vez tuvo un amor, no recuerdo que me lo haya contado", dice hoy Ivan Grubessich. "Pero tengo una sensación de un cierto dolor, que lo vi en mucha otra gente, de que para poder hacer esa vida en París tienes que ser solo. Para llegar a ese nivel. Porque tienes que salir a almorzar, tienes que salir a comer con la Paloma de Picasso, no con quien quieras estar".
Pero muchos de sus familiares y amigos iban a París a verlo. Y él venía a Chile para Navidad y se quedaba un buen tiempo.
En algunas venidas maquillaba en Rizos. "Se llenaba. Me acuerdo de las mujeres sentadas en el pasto debajo de un ciruelo para maquillarse con él", recuerda Oscar.
Dos años antes de morir vino en diciembre a Chile, para la Navidad de 1991. Fue la última vez. No le quiso contar a su familia que estaba enfermo. Ellos lo supieron por un amigo que llamó desde Francia.
A fines de 1993, Juan Pablo Fabres se iba a volver a Chile y quiso despedirse. "Pero no hubo caso. Se corrió". Lo había podido visitar antes en el Instituto Pasteur. "Estaba el mismo de siempre, haciendo bromas".
Su madre estaba en Santiago cuando murió. Su hermana Chabela llamó por teléfono a Santiago y avisó. Fue un cáncer asociado al VIH.
Lo incineraron en París y sus cenizas viajaron a Chile. Acá le hicieron una misa en una parroquia en Peñalolén. "Nuestras relaciones fueron muy íntimas, porque viajamos mucho juntos. Es un hombre al cual adoré. Lo vi casi hasta sus últimos días", declaró Catherine Deneuve.
Un año después, la actriz vino a Chile a Martes 13, que animaba Kike Morandé. "Cuando cruzó la cordillera lloró", dice Grubessich. "Porque dijo que ese viaje toda la vida se lo había prometido a José Luis y no habían alcanzado a hacerlo juntos".