Los vacíos que trauman la infancia
“El trauma infantil no solo proviene de lo que experimentas, sino también de lo que no”, dice una ilustración en redes sociales que difunde el pensamiento de la psicóloga holística y autora bestseller Nicole LePera. En sus múltiples libros y tras años de carrera, la profesional detrás de la cuenta @the.holistic.psychologist, una de las más populares en Estados Unidos sobre salud mental, advierte que al hablar de trauma infantil solemos pensar en aquellos actos o agresiones explícitas de parte de padres, madres o cuidadores, y pocas veces imaginamos que a veces lo que más hiere es precisamente lo que no se hace; una forma de agresión que al ser más invisible se hace difícil de identificar en la experiencia. Hablamos de padres y madres emocionalmente ausentes, que no les enseñan a los niños y niñas a resolver sus problemas o a entender sus emociones, que no piden disculpas cuando se equivocan, que nunca asumen sus responsabilidades como cuidadores o generan un ambiente demasiado serio que no da espacio para la infancia. Las consecuencias de estas negligencias son sutilmente devastadoras; desde adultos excesivamente autocríticos, que no validan sus emociones, y con dificultad para salir de situaciones abusivas, hasta una tendencia depresiva o incapacidad limitante para relajarse y ser feliz.
Cuando José, de 30 años -quien prefirió para este artículo salir sin su apellido- vio la famosa ilustración en redes sociales que difundía el listado de la doctora LePera con estas negligencias, lo primero que pensó fue: es probable que las haya sufrido todas. Fue adoptado por una pareja a los pocos meses de nacer, algo que para él nunca fue un secreto pero que, sin embargo, dentro del grupo familiar y de su entorno en general se manejaba como un tabú; “No tengo recuerdos de que se hablara con nadie de nuestro entorno sobre mi adopción, ni siquiera el más inmediato, nunca. Nunca lo hablé tampoco en el colegio con mis pares ni de adulto con mis amigos. Hasta ahora, muy grande, que he podido decírselo recién a las dos personas que considero mis únicos amigos. Creo que ese fue el primer tratamiento negligente emocionalmente para mí”. Cuenta que con su madre y padre adoptivo, con quienes hasta ahora no tienen una relación cercana, jamás pudo tener una comunicación fluida. “Mi papá, hombre cis género sin educación emocional en los 90, entendía que su rol era únicamente ser proveedor. No estuvo nunca física ni emocionalmente presente, practicamente no lo veía excepto el domingo. Con mi madre tampoco logré tener un vínculo maternal. Estaba instalada en ellos la creencia de que criar consistía sólo en proveer techo, comida y educación, mi adopción era tratada más como un acto de caridad que como una instancia de formar una familia”.
En su libro “Volver a mirar”, el doctor en psicología y educación, especialista en apego e infancia, Felipe Lecannelier, habla de los problemas que arrastra una crianza donde no hay juego, no hay tiempo, cariño ni conversación, elementos intangibles de la crianza y tan sustanciales como el techo y la comida. Para Lecannelier, la madre de todas estas negligencias, común en la sociedad actual y que lleva décadas teniendo estragos que recién se comienzan a entender, es el escaso tiempo de calidad que se le da a niños y niñas. “El gran problema actual es que vivimos en una sociedad en donde a las personas que más amamos, las más importantes de nuestra vida, son justamente aquellas personas que menos vemos. Ahí es donde está nuestra gran negligencia”. Los estudios son entristecedores: un adulto que trabaja una jornada completa, desde que empieza a trabajar hasta que se jubile, no va a pasar más del 5% de su vida adulta cuidando a sus hijos. El 80% lo va a pasar durmiendo y trabajando. Los adolescentes no pasan más de 10 a 15 min a la semana con la mamá y el papá en tiempo de calidad, conversando, sin celular, sin televisión ni distractores. “Esto tiene un origen socioeconómico; aquellas sociedad más obsesionadas con la productividad económica, con la consecución de metas económicas, son aquellas sociedad más enfermas a nivel mental, aquellas sociedades donde la crianza suele ser mas estresante, y más negligente.”
Aunque José fue expuesto a multiples tipos de violencias durante su infancia, tanto física como verbal, es esta distancia emocional de sus padres adoptivos, la ausencia de cariño, de palabras, lo que más identifica como dañino en su crianza y lo que considera más le ha traido consecuencias en su vida adulta. “Hoy me es muy dificil tratar con otras personas y tener amigos. He tenido varios momentos de depresión y un intento de suicidio. Antes no era consciente de esa violencia, recién ahora voy internalizando lo que viví, después de mucha terapia”. Para cuando cumplió los 18 años los padres adoptivos de José ya se habían separado y lo dejaron viviendo de allegado con una tía. En ese contexto, joven y con poca educación, dejó embarazada a su polola de entonces. No fue fácil para él convertirse en padre. A medida en que su hija fue creciendo, se fue despertando en él la conciencia de esa falta de presencia emocional en su infancia y se dio cuenta que no podía replicarla. “Hoy puedo identificar todo lo que me hizo mal. Hoy sé que lo que necesita un niño en crecimiento es presencia, diálogo y mucho amor. A mi hija la amo con mi vida y no quiero que sufra nada de lo que yo sufrí”.
Lecannelier, quien lleva años investigando sobre crianza en Chile, dice que hoy las consecuencias de esta forma de vida ya comienzan a salir a la luz y dan conclusiones bastante claras y tristes. “En términos simples vamos hemos creado niños, adolescentes y adultos muy solitarios, extremadamente autónomos, que no saben pedir ayuda, niños que aprenden a guardarse el estrés. Ya de adulto, entre más solitario y más se guarda el estrés, más se enferman física y mentalmente. Chile es uno de los países donde más ocurre esta realidad producto de estas negligencias, y por eso tenemos una de las tazas más altas de depresión y suicidio. Eso solo ha ido empeorando a través de los años, y cada vez es menos el tiempo que le damos a nuestros hijos”. “Cuando pienso en mis padres, creo que ambos necesitaban mucha educación emocional, asistencia psicológica, ayuda en muchos sentidos” concluye hoy José al mirar su infancia. “Yo solo necesitaba cariño, contención y escucha.”
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