No todos pueden decir que han dejado los pies en la calle, pero la dirigenta social Aída Moreno algo sabe de eso. Más de 30 años ha trabajado en la comuna de Renca, dedicando su tiempo y garra –como ella misma dice– al trabajo con mujeres. Fue en 1989 cuando esta labor comenzó a tomar forma. Por entonces, fundó la Casa de la Mujer de Huamachuco, un centro comunitario que ha buscado capacitar y entregar oportunidades a las vecinas del sector. No solo para romper con la pobreza, sino también con la violencia que muchas viven en el día a día. Un trabajo que define como arduo, y que toma raíces en su propia historia.

Aída Moreno Reyes, de 76 años, llegó desde Chanco -región del Maule-, a Santiago en 1960. A los pocos años, conoció a quien sería el padre de sus hijos, y viviría una relación intensa, que la envolvería por completo. Quedó embarazada joven y, sin tiempo para pensarlo demasiado, se casó porque “ser madre soltera en esa época aún era mal visto”, dice. Sin embargo, al poco andar, su matrimonio se transformó en una pesadilla. “Me dediqué a ser jefa de hogar, mientras él se iba al cine o ver carreras. Viví, con mucho esfuerzo, una vida llena de violencia de todo tipo: psicológica, económica e intrafamiliar. Siempre pensé que iba a aguantar hasta que mis hijos fuesen grandes y nos pudiéramos liberar, pero tuve la posibilidad, en tiempos de dictadura, de enfrentar esta crisis”, relata.

Su marido era dirigente sindical y, en ese período, su casa fue allanada por la DINA. Aída Moreno cree que fue su despertar. En ese momento, ella misma respondió las preguntas de la policía para resguardar a su familia. “Desde entonces, le dije ‘no me vas a tratar más de tonta, bruta, huasa’. Porque según él yo era eso: una campesina con la que no se podía hablar”, cuenta.

Poco a poco sus deseos –por entonces ocultos– por manifestarse y expresar sus ideas, empezaron a tomar fuerza. “Ahí fue cuando empecé a participar en lo social. En ese período me invitaron a las actividades de la Vicaría de la Solidaridad, en las comunidades de base y grupos de salud. Esta fue la primera articulación social del sector. Ahí se me abrió un mundo para tener voz y hablar. Fue una forma de liberación. Desde ahí armamos las ollas comunes y aprendí el oficio de las arpilleras, como herramienta que comunica y denuncia. Igual andaba escondida del papá de mis hijos, pero él se dio cuenta de mi crecimiento personal y que ya no podía hacer nada”

En 1989, creaste la Casa de la Mujer de Huamachuco, en la comuna de Renca ¿Por qué fue necesario instalar ese espacio?

Para participar, siempre había tenido que salir a otros lugares, que no tenían soluciones específicas para las mujeres de Huamachuco. Quería que las mujeres del barrio tuvieran un lugar cercano, para juntarnos a reír o llorar porque en las casas no teníamos esos espacios. La idea era dejar atrás la miseria y la violencia que vivíamos en el día a día, además de tener un momento para compartir, vivenciar e invitar a otras mujeres. Y resultó.

¿Cómo fue la recepción? ¿Qué características en común tenían estas mujeres que llegaban a este centro?

Al inicio no fue fácil que llegaran porque no podían salir cualquier día de su casa. Para participar, tenían que hacerlo a escondidas del marido y pasar piola, porque si no, les tiraban lejos los cuadernos o les pegaban. La historia de la Casa de la Mujer es como la historia de Chile. Incluso, pasó en algún minuto, que las mismas vecinas no querían que la Casa de la Mujer se llamara así, porque ser mujer era mal visto. Querían que se llamara Casa de las Señoras. Y había que hacer consciencia, porque llegaban pidiendo talleres de cocina para prepararle cosas al marido. Ahí nosotras les demostrábamos que nuestro trabajo es relevante y tiene valor. La tarea ha sido dura, y costó mucho que la mujer pudiera sentirse libre y con derecho a tener una vida digna. Hasta la fecha, hay algunas que participan en silencio.

En la Casa de la Mujer realizan talleres de formación y capacitación en diversas áreas (computación, sexualidad, arpillería) ¿Cómo eso ha ayudado a las mujeres de Huamachuco?

En realidad, les ha cambiado la vida porque con estas capacitaciones, las mujeres empiezan a mejorar sus trayectorias. Se siembra un buen fruto en base al empoderamiento. Antes se pensaba que esto era para juntarse a pelar, pero ahora no, porque el quedar seleccionadas en un curso y capacitarse, permite dar nuevas oportunidades. Muchas, además, toman terapias con psicólogas que trabajan con enfoque de género y eso les ayuda en su desarrollo personal.

Estas capacitaciones, ¿rompen de algún modo con el círculo de la violencia que viven sus casas?

Claro, porque la misma mujer va viendo la diferencia entre lo que debería ser su trato y lo que tiene en su casa. Esa violencia va quedando al descubierto por sí sola. Con los contenidos de los cursos, se dan cuenta de que el trabajo vale y que nos merecemos tener una vida mejor. Muchas llegan por temas de violencia y nosotros les damos las herramientas para poder salir de ahí.

Aída, ¿te consideras feminista?

Desde mi trabajo, me siento identificada con el concepto de feminismo popular, que es una defensa integral de la vida, desde nuestra visión y posición del poder popular. Yo siempre defiendo a la mujer con garra y creo que, desde nuestra clase, está la fuerza. Somos maestras desde ahí, aunque a veces es complejo que te entiendan. Nosotras tenemos la práctica, mientras que los de arriba la teoría. Queremos apelar a que las mujeres del sector tenga mejores oportunidades.

Además de los cursos y talleres, ustedes instalaron una guardería en la Casa de la Mujer ¿Cómo evalúas lo que ha pasado con la crisis de los cuidados hoy, sobre todo después de la pandemia?

Nosotras, hace 35 años, nos dimos cuenta de que, para que la mujer se capacite y salga al mundo laboral, tiene que tener un lugar donde dejar a sus hijos, entonces abrimos una guardería comunitaria. Partimos con algo pequeño y en 2021, ONU Mujeres abrió un nuevo espacio en la Casa de la Mujer –aparte del que ya tenemos–, para seguir incentivando la participación femenina en el mundo laboral.

Como los cuidados siguen estando a cargo de nosotras, necesitamos políticas que repliquen iniciativas como éstas. Lamentablemente, la cultura sigue siendo machista, entonces hay que cuestionarse esa idea de que las mujeres tienen que hacerse cargo de los hijos y los hombres desligarse para dedicarse al trabajo. Nosotras tratamos de hacer consciencia de que ambos son responsables. De hecho, en la guardería, cada vez hay más hombres que vienen a dejar a sus hijos o también si se hacen consejerías de pareja, vienen los dos. Esas cosas van generando los cambios.

Considerando todo tu trabajo en el sector, ¿cómo caracterizarías tu liderazgo? ¿Cómo lo popular se inserta en este estilo?

Me identifico más con la palabra dirigenta. Porque el líder puede ser provisorio, o sea, hace cosas por el momento, sin tanta proyección. A mí me parece que mi trabajo no va por ahí, sino que implica congeniar con diferentes personas, y tener buenas relaciones y redes. Creo que ser dirigenta es luchar por una escuela, un consultorio, y por todas las necesidades que aquí existen, porque nada ha sido regalado. La gente joven tiene que tomar estas herramientas. Es la única forma de mejorar la calidad de vida de las personas y para eso hay que partir desde el compromiso y participación. Más allá de eso, mi trabajo también ha significado ser un modelo para mi familia porque en una población, que tu hijos tengan buen vivir, es necesario para no perder ese norte.