El Premio Nacional de Literatura, en 80 años de historia, ha sido otorgado a 50 hombres y solo 5 mujeres. Una cifra, entre tantas otras asociadas al rubro, que demuestra la predominancia masculina a la hora de definir el canon de la literatura nacional. Las escritoras mujeres han sido sistemáticamente invisibilizadas y puestas en segundo plano; para las pocas que han logrado destacar no ha sido fácil. A Teresa Wilms Montt su familia le prohibió escribir, a la Bombal nunca le dieron el Nacional, a Marta Brunet la elogiaban porque “escribía como hombre” y Gabriela Mistral, -además de darle el Nacional 6 años después del Nobel- no la incluían en algunas antologías.

Siguiendo la posta de estas y otras escritoras más clásicas, entre la hostilidad de la crítica y una escena literaria que aún las cataloga como “literatura femenina”, generación tras generación las escritoras mujeres han trabajado duro para ampliar el territorio. Y en las últimas décadas parece que esa conquista empieza a dar más frutos. Quizás impulsado por la ola feminista actual, hoy no solo abundan los talleres de lectura y escritura de mujeres, y las editoriales apuestan por publicarlas más, sino que también se ha vuelto a valorar la obra de escritoras como Stella Díaz Varín, Teresa Wilms Montt o Julieta Kirkwood, cuya vida, obra y discurso inspiran y conectan con las mujeres de hoy.

La crítica literaria y profesora de literatura de la Universidad de California, Lucía Guerra, y la escritora y académica Montserrat Martorell son parte de las mujeres que hoy, desde su oficio literario, se dedican a estudiar, enseñar y difundir la literatura chilena escrita por mujeres. Aquí, dan una panorámica de la escena literaria y feminista actual.

La pasión de la ensayista y académica Lucía Guerra por la literatura de escritoras chilenas comenzó por los años setenta, en California, con el movimiento feminista de liberación a la mujer; un movimiento que cataloga como esencial al establecer la noción de género como construcción cultural. “En los años 70 la explosión de la liberación de la mujer abrió caminos por todos lados. En psicología y sociología se analiza la diferencia de género, que es la gran conquista del siglo XX”. El movimiento plantea que detrás de la idea de mujer hay una estructura de poder llamada patriarcado, lo cual supone también que es algo que se podría deconstruir. Eso y muchísimo otro bagaje feminista hizo a Lucía empezar en Estados Unidos a luchar para que se hiciera una diferencia entre literatura de hombres y literatura de mujeres, pero su trabajo comenzó a causarle problemas. Un profesor de la Universidad de Harvard cuestionó a Lucía el porqué, siendo tan inteligente, se ponía a “vociferar de feminismo como una verdulera de la feria”. Desde entonces se ha dedicado a rescatar la literatura escrita por mujeres de una critica y un canon dominado por hombres.

¿A través de tus ensayos y tu trabajo académico, cómo has observado el rol de la mujer en la literatura chilena?

Sin duda ha tenido un rol importante, pese a que fueron invisibilizadas. En la época de los 60 y 70 había muchos libros sobre historia de la literatura latinoamericana, y siempre ponían a doce mujeres, nada más, entre ellas Gabriela Mistral y María Luisa Bombal, pero eso era excepcional. Existía en ese momento un prejuicio muy claro; siempre estas mujeres estupendas se consideraban en realidad como masculinas, como un error de la naturaleza. Todavía ni se permitía la idea de que hay mujeres geniales o superiores a los hombres. No nos olvidemos que Gabriela Mistral recibió el Premio Nacional seis años después del Nobel, lo cual es lo más absurdo que te puedas imaginar. Es que todos los críticos eran hombres, eso significaba que esta gente especialista en literatura valoraba el código masculino. Muchas escritoras no fueron reseñadas, no tuvieron ningún tipo de resonancia y dejaron de escribir. Esto quiere decir que hay muchos talentos tronchados.

Creo que los años 80 marcaron el nacimiento de una generación muy prolifera que todavía está produciendo y que ha logrado destapar el silencio, decir a la mujer, representarla en la literatura y representarla desde una perspectiva interior y no exterior. Porque imágenes de mujeres tenemos miles y miles, pero producidas desde una perspectiva masculina, exterior. En el caso de estas escritoras es la perspectiva desde la mujer hacia su cuerpo, hacia sus relaciones amorosas, hacia la política, hacia la nación, etc. Entonces, en ese sentido, ha sido un gran paso. Lo que yo siento es que, muy de a poco, naturalmente -porque las cosas no ocurren de un día para el otro- se está creando un discurso que corresponde a la condición femenina. O sea, el discurso del subalterno, de la sexualidad, de lo político. Junto a ese discurso se está produciendo un imaginario.

Para la novelista y doctora en literatura Montserrat Martorell, que lleva 5 años haciendo talleres literarios enfocados en la literatura de mujeres, y casi seis enseñando en diferentes Universidades sobre el mismo tema, considera que leer, conocer y seguir difundiendo la obra de escritoras chilenas es la gran deuda de la literatura nacional. “Siempre ha habido muy buenas escritoras, lo que pasa es que muchas son grandes olvidadas. Cuando empiezas a investigar, vas viendo distintas generaciones de poetas, narradoras, cuentistas, y te das cuenta de que sí existían. Lo que pasa es que no se difundió su obra, o la crítica literaria las ninguneó o fueron borradas por los hombres. Tantas mujeres, María Monvel, Cecilia Casanova, María Luisa Bombal, Teresa Wilms Montt, las conocidas y las no tan conocidas, fueron marcando el camino desde distintos lugares. Registraron su mirada del mundo. Y te vas dando cuenta en ellas de que hay una herida en el ser mujer, que sus historias fueron muy sufridas. Fueron mujeres muy estimuladas intelectualmente y muy inteligentes, y esa misma inteligencia las hacía ser muy audaces en sus vidas, rebeldes, poco convencionales. Al mismo tiempo esa rebeldía se encuentra con una sociedad que las repele, que las rechaza, que no está hecha para mentes tan abiertas. Finalmente muchas terminan en la locura y sus biografías se empiezan a comer su propia literatura. Pero de alguna manera ese dolor, ese sufrimiento, abre la puerta para que las cosas cambien, que las escritoras se vayan cada vez atreviendo a más. Hoy se cuestiona el canon, las escritoras escriben sin pudores, desde las vísceras, se quieren diferenciar y romper con todo lo que parezca más etéreo o más escondido, quieren mostrarlo todo, explotar todo permanentemente”.

¿Cómo ves esa escena literaria actual?

Yo la veo con mucha esperanza, creo que han proliferado las voces, hoy escriben muchas mujeres de todas las edades. La cantidad de mujeres jóvenes que publican, por ejemplo, en Latinoamérica, en España, en Chile. Hay grandes escritoras que además están formando a otros, que están haciendo talleres literarios, que están escribiendo sus propias novelas, que se están perfeccionando en el extranjero. Y son de todas las generaciones, tenemos a una Rosabetty Muñoz, a una Verónica Zondek, a una Elvira Hernández, tenemos una Soledad Fariña, la Carmen Berenguer, todas están vivas, todas siguen escribiendo, produciendo, enseñando, asistiendo a conferencias. Y también tenemos a todas las otras escritoras jóvenes que están ahí dando la pelea, desde distintos lugares. Muchas mujeres que están apostando y dando el todo por el todo en la literatura. Creo que además la gran voz del siglo XXI tiene que ver con eso, con ser mujer, así como la primera persona es tan importante hoy, el ser mujer también.

¿De qué manera crees que aportas desde tu oficio al feminismo?

Creo que el feminismo nos ayuda a ser mejores personas, nos libera de muchas trancas, rompe con tradiciones que no necesariamente son positivas. Mi bandera de lucha es la lectura de mujeres. Mis bibliografías en pregrado y postgrado son de mujeres, porque eso que debería ser algo normal aún no lo es. Aún hay cursos donde solo leen a hombres, y existen hombres que todavía dicen que no leen a mujeres porque no se sienten identificados con “esos temas”. Una nunca dice eso de un autor hombre, que no te convoca, porque se trata de voces, sensibilidades, al final lo que importa es la sensibilidad, no el género. Muchas alumnas y alumnos me agradecen haber tomado mis cursos porque les permitió leer solo a mujeres. Yo siempre trato de pasar las de ayer y de hoy, de mirar las clásicas, entenderlas, releer, profundizar, y también leer lo nuevo que va saliendo, aunque no me convenza mucho determinada voz o género lo hago igual, porque creo que es una forma de ir entendiendo el lugar donde estamos inmersas y las tradiciones se van entrecruzando.