"No tengo en mi familia referentes de personas excesivamente preocupados del peso, en mi casa ni siquiera teníamos una pesa. Tampoco me hicieron bullying en el colegio. La anorexia no siempre parte así. En mi caso fue cuando entré en la adolescencia. Estaba viviendo una situación familiar complicada, mis papás no se llevaban bien, mi relación con mi mamá no era buena y me sentía muy presionada por cumplir con las expectativas de todos. Controlar al máximo lo que comía me hacía sentir que podía ponerle orden al caos que vivía en ese momento. A los 14 años, una doctora a la que llegué por algo no relacionado con el tema le avisó a mi papá que yo iba en camino a desarrollar un trastorno alimenticio. Ella se dio cuenta inmediatamente que había algo raro. Me acuerdo que me hizo un montón de preguntas que parecían no tener nada que ver con el motivo de mi consulta. La advertencia fue clara: si no paraba ahora iba a entrar de lleno en la anorexia.

Mi papá salió devastado de esa consulta, pero en ese momento a mí me entró por una oreja y me salió por la otra porque no me sentía enferma. En ese momento pensaba que la preocupación con el cuerpo y querer ser delgada era algo completamente normal. Siendo adolescente, el tema de conversación con las amigas está muchas veces vinculado a cómo te ves. Ahora me doy cuenta de que la obsesión con la apariencia y con lo físico trasciende una etapa particular de la vida. Hasta el día de hoy recibo muchas reacciones positivas de parte de la gente que no sabe que soy anoréxica, y que cuando me ven me dicen 'ay qué estupenda'. Es complicado. Por un lado sabes que tienes que parar, pero por otro el refuerzo es casi siempre positivo.

La anorexia es una enfermedad con un perfil muy marcado porque te permite seguir siendo funcional y rendir en todos los contextos. Yo siempre fui buena alumna en el colegio y en la universidad, tenía hartos amigos y una vida social activa. Todo parece que va muy bien por fuera, pero la que se destruye por dentro es uno. Mientras más problemas tenían mis papás y más peleaba con mi mamá, más restringía lo que comía. De a poco se va generando una desconexión al punto que no era capaz de sentir ni pena, ni rabia, ni angustia. El amor propio tiene que ver con estar conectada con uno misma, porque eso te permite estar bien, cambiar las cosas cuando algo te afecta. Siento que por la anorexia perdí mi amor propio o por lo menos lo dañé mucho.

Esta enfermedad hace que uno realmente no sea consciente de lo que está pasando hasta que ya es tarde. La primera vez que me internaron logré darme cuenta que tenía un problema y entendí que ser flaca no valía la pena. Todo se centraba en lo que comía o lo que no comía, y mi percepción de mí misma se vinculaba solamente con eso. No existía nada más de mí que valiera la pena. Siempre he sido una persona muy autoexigente, pero perder toda mi autonomía al entrar a una clínica me hizo ver que el costo de seguir esa perfección era demasiado alto. En ese momento sentí que toqué fondo, no era capaz de agarrar un pan y echármelo a la boca aunque sabía que me podía morir. Estando en la clínica decidí que quería estudiar psicología porque siempre me interesaron las carreras del área de la salud pero el vivirlo desde adentro me permitió ver que el contacto con otras personas, escucharlos y poder empatizar con ellos era algo que me llenaba. Han pasado varios años desde eso, y ahora estoy terminando mi carrera. No ha sido fácil y he tenido recaídas. Sé que es posible que no me recupere nunca completamente de esta enfermedad porque después de una cierta cantidad de años los trastornos alimentarios se vuelven crónicos.

Para mí el amor propio ahora es entender que necesito salir de esto por mí misma. Por mucho tiempo mi motivación era que los demás dejaran de preocuparse por mí y creo que por fin entendí que necesito estar bien conmigo, ya que lo demás es una consecuencia. Para una persona con un trastorno como este quererse implica una tremenda determinación para cumplir con el tratamiento, las pautas de alimentación y hacer todo lo que sé que necesito para estar bien. Cuando me miro al espejo y veo que he subido de peso se prenden mil alertas en mi cabeza. Quizás siempre sea así, pero ya tomé la decisión de mejorarme y eso para mí es amor propio.

Si voy manejando y escucho en la radio algo sobre una dieta lo cambio inmediatamente. Vivimos en una época en la que se supone que aceptamos a las mujeres como son, con cuerpos de todo tipo, pero la realidad no es así. La flaca perfecta sigue teniendo muchísima más aceptación que cualquier otro tipo de cuerpo. Tener la guata plana y las piernas delgadas sigue siendo algo que se persigue porque solo así puedes permitirte usar ropa apretada o poleras cortas. Me molesta mucho que incluso las mujeres sigamos hablando en esos términos porque sí afecta, a personas como yo que tenemos una enfermedad, pero también a todas las niñas y mujeres a las que les generan inseguridades.

Las personas de mi círculo cercano saben que no deben hablar de temas relacionados con el físico ni con el peso delante de mí, pero me pasa mucho que la gente que no me conoce me celebra el estar así de flaca. El amor propio es para mí decir 'OK, pase lo que pase y diga lo que me diga la gente, tengo que seguir mi tratamiento'. Es tomar consciencia de tu posición y hacerte cargo de ella, independiente de lo que digan los demás. Me ha costado porque la enfermedad que tengo es compleja, pero no he retrocedido. El amor propio es también ser honesta y aprender a pedir ayuda cuando la necesito".

Macarena Pino (24) es estudiante en práctica de psicología.