Tengo 45 años y la cabeza blanca. Es una herencia de la familia de mi papá. Todos mis tíos y mis tías fueron canosos desde jóvenes.
No recuerdo bien cuándo me salieron las primeras. Y es que al primer asomo de un pelo blanco, me lo arrancaba para que nadie lo viera. Luego, cuando eran tantos que no podía sacarlos todos, empecé con la tintura. Me traumaba tener el pelo así. Veía a mis compañeras de universidad con su pelo de color lindo, natural y sentía envidia.
Desde entonces que soy una esclava de la peluquería. No alcanza a pasar un mes cuando ya tengo que ir de nuevo a retocarme. Me he gastado un dineral en esto, pero lo asumo, porque para mí es lo normal. Crecí viendo a mis tías ocultar sus canas. Tengo patente en mi cabeza la frase "me tengo que ir a retocar el pelo, ya se me están notando las canas", como si se tratase de un defecto que tuvieran que ocultar. O cuando veían a una mujer que se había dejado las canas e inmediatamente comentaban: "qué vieja se ve la fulanita", haciendo alusión a que el pelo blanco le suma años a las mujeres, cuestión que jamás dijeron de un hombre. Todo lo contrario, para ellas un hombre canoso es un hombre interesante, guapo, sexy y atractivo. Adjetivos que he escuchado de sus propias bocas.
En estos días de cuarentena evidentemente no he podido ir a la peluquería. Mi empresa fue de las primeras que se sumó al teletrabajo, entonces llevo casi dos meses sin salir de mi casa y obviamente ya se me notan las canas. Como no he estado en contacto con gente, no me ha complicado verlas. Incluso, ahora que la raíz está de casi unos 4 centímetros, hay momentos del día, cuando entra esa luz linda de la tarde, que me siento frente a la ventana con un espejo y juego a mover el pelo e imaginar cómo sería si lo dejara natural.
No niego que antes de esto lo pensé también. He googleado seguido 'mujeres canosas' y me encuentro con fotos maravillosas de mujeres preciosas que no tienen nada que ver con los comentarios que siempre escuché de mis tías. Pero a pesar de eso, no me atrevo.
Creo que tiene que ver con que toda mi vida he visto las canas como algo malo. La inercia y los estereotipos culturales están detrás de que sean las mujeres las que se tiñan de forma habitual y que los hombres no lo hagan casi nunca. Son mandatos que nos han enseñado desde pequeñas, que dicen que la mujer tiene que ser -o al menos parecer- siempre joven. Y las canas, así como muchas otras transformaciones del cuerpo, son solo la evidencia natural de que la juventud no es eterna.
Vivimos constantemente luchando contra nuestro cuerpo. Queremos borrar las estrías, quitar las arrugas y camuflar las canas. Y si no lo hacemos, nos sentimos feas.
En estos días de confinamiento me he dado cuenta de que lo hacemos para las y los otros, no para nosotras mismas, porque las veces que me he mirado en ese espejo, al lado de la ventana, me gusta lo que veo.
No sé si algún día logre dejarme el pelo blanco. Me acuerdo de una vez que le comenté a una amiga que el día que se acabara el mundo me iba a atrever a hacerlo. Y no es que crea que esta pandemia sea el fin, pero quizás para mí es una señal y una oportunidad para que, terminado el aislamiento, me atreva a salir libre con mi pelo blanco.
María Teresa Videla tiene 45 años y es ingeniera.