Tengo 37 años y el año pasado decidí tener un hijo con mi pareja, con quien llevamos casi diez años juntos. Hasta aquí todo parece muy normal, el problema es que al mismo tiempo en que decidí 'ponerme en campaña' para ser madre, me di cuenta de que no estaba enamorada.

A este hombre lo conocí en uno de mis primeros trabajos. Yo venía saliendo de una relación tóxica y estaba bastante dañada, así que al principio fuimos amigos. De a poco, y sin presiones, él empezó a conquistarme y a entrar en mi vida, hasta que, después de dos años de relación, nos fuimos a vivir juntos. Los primeros años fueron puro amor. Después, como en todas las relaciones, empezaron las peleas. Hubo tiempos buenos y otros no tanto.

En paralelo, me puse a estudiar un posgrado y entré en un trabajo en el que tenía muchas posibilidades de crecer, así que me enfoque en eso. Él por su parte hizo lo mismo, incluso un año se fue a trabajar fuera de la ciudad, con un sistema de turnos que nos permitía vernos solo un par de días a la semana.

Así pasaron los años, inmersos en una rutina que, al menos a mí, nunca me permitió ver qué estaba pasando realmente conmigo. Vivía en una especie de máquina que funcionaba sola, hasta que en un viaje de trabajo, todo mi mundo de desmoronó. Fue hace casi dos años, justo cuando el movimiento feminista venía en alza que me tocó participar de un seminario de género y compartir con diversas mujeres de todo Latinoamérica. Esas jornadas fueron una especie de catarsis. Y aunque suene al típico dicho chanta 'no eres tú, soy yo', todo lo que descubrí esos días tenía que ver conmigo.

Mi pareja es un hombre bueno, que me quiere, pero era yo la que no me estaba haciendo cargo de miles de rollos que probablemente venían de mi niñez, de la relación con mis papás y del tipo de crianza que me dieron. En el avión de vuelta del viaje pensé en cuánto tiempo de mi vida lo dedicaba a satisfacer a otros y cuánto a mí misma. En esa ecuación, yo claramente salía perdiendo.

Me propuse comenzar a disfrutar de la vida. Me propuse también cuestionarme todas mis relaciones y descubrir por qué las personas que tenía cerca, estaban ahí. Así fue como confirmé algo que nunca había querido ver: quería muchísimo a mi pareja, pero no estaba enamorada. Fue muy difícil asumirlo, porque esa certeza me obligaba a tomar decisiones. Vinieron semanas y meses tormentosos. Mi cabeza no paraba día y noche.

Un viernes después del trabajo, mi pareja me invitó a comer. Nos juntamos en un restorán y entre medio de la conversa, me propuso que tuviéramos un hijo. Quedé paralizada. Quizás un año antes hubiese estado feliz con la propuesta, pero esta vez para mí todo era un conflicto. No sé cuánto me demoré en contestar ni en qué tono le respondí, pero le dije que sí.

Es difícil sacarse de encima la mochila que llevamos todas por el hecho de haber crecido en una sociedad donde las mujeres no somos totalmente libres. Y es que desde que nacemos se nos impone seguir ciertos patrones -salir del colegio, estudiar, casarse, tener hijos- que si no cumples a tiempo, eres apuntada como la solterona o a la que dejó el tren.

Por eso el 'sí' que salió de mi boca el día de la comida, al final no fue tan improvisado. Fueron semanas en que le di vuelta a todo lo que estaba sintiendo. Por un lado estaba mi angelito liberal que me decía deja todo y parte de cero. Pero por otro lado estaba mi angelito machista, ese que tenemos toda la vida encima, que me decía: 'tienes casi 40 años, no tienes hijos, si terminas esta relación te vas a quedar solterona'. Y como siempre, ganó el machista. Me dio susto a mi edad partir de nuevo como si tuviera 20 años. Pensaba qué pasaría si no encontraba a alguien nuevamente o si se me pasaba el tiempo para ser madre. Todo eso me generaba angustia, así que preferí no arriesgarme. Mi opción fue quedarme en pareja y ser mamá.

Yo sé que esto ha ido cambiando con las nuevas generaciones. Y aunque definitivamente soy del grupo de las que no lograremos jamás romper con los estereotipos con los que fuimos criadas, estoy segura de que muchas mujeres -especialmente las más jóvenes- van a leer esto y ni siquiera van a entender mis razones para quedarme en esta relación, porque ellas jamás lo habrían hecho. Eso me hace feliz y me da esperanzas.

El próximo lunes tengo la ecografía donde sabré el sexo de mi guagua. Me hace mucha ilusión que sea una niña. Una mujer de la generación feminista que siempre va a poner su felicidad y placer por sobre todo. Acompañarla en este camino, va a ser también mi manera de liberarme.

Claudia Lagos, 37 años, periodista.