Cuando Mackarena Duhalde estaba en tercero medio llegaba a su casa de vuelta del colegio, dejaba la mochila en la pieza y después entraba a la cocina. Esa era su rutina. Pasaba las tardes sola en la casa y, al menos dos o tres veces a la semana, sentía que un impulso incontrolable por comerlo todo se apoderaba de ella. Entonces arrasaba: comía mínimo cuatro o cinco panes, destapaba las ollas que encontraba en el refrigerador y las cuchareaba sin siquiera sacarlas de ahí, luego registraba si había paquetes de galletas abiertos o cualquier otra cosa dulce, y finalizaba sacando de su mochila las golosinas o chocolates que había comprado en el camino, antes de llegar a la casa. Solo paraba cuando le dolía el estómago o derechamente ya no quedaba nada que comer.
Después venía una culpa tan profunda como desoladora. “Qué hice”, se repetía una y otra vez, mientras trataba de no dejar rastro de lo que había comido. Botar los papeles de los dulces, sacar la basura si era necesario, o ir a comprar más pan a la esquina para reponerlo. Que nadie se diera cuenta.
“Han pasado muchos años de esos episodios y muchas terapias entre medio. Con el tiempo fui elaborando mis trastornos de conducta alimentaria, sanándolos e integrando distintas herramientas y visiones. Fue algo que mantuve en absoluto secreto por muchos años, por vergüenza, pero que hoy soy capaz de ver con mucha compasión, porque entendí que la relación que tenía con la comida era la consecuencia –y no la causa– de la relación que tenía conmigo misma”, cuenta Mackarena Duhalde (@mackaduhalde_ps), quien hoy es psicóloga de la Universidad Católica, magíster en Psicología Clínica y especialista en alimentación consciente basada en mindfulness.
Fue su propia experiencia la que llevó a Mackarena a entender lo que hay detrás de los atracones, estudiarlos, observarlos y desarrollar metodologías específicas para guiar a mujeres que sientan que se desbordan al comer, que tienen ansiedad y culpa con la comida. “Me interesa especialmente el tema de los atracones por mis propias vivencias, pero también porque es el trastorno de la conducta alimentaria más desconocido, a pesar de estar muy extendido. Y porque hay una paradoja que hace complejo salir de ahí sin ayuda o sin tomar consciencia”, dice.
El gran tema con los atracones, plantea la psicóloga, es que se viven como un descontrol frente a la comida: “comes una gran cantidad de alimentos en un breve periodo de tiempo, hasta ya no poder más, hasta sentir que vas a explotar. Después viene la culpa y buscas compensar este descontrol con estrategias de control, especialmente restricción alimentaria, ayuno, quitar alimentos, etc. Pero nuestros mecanismos fisiológicos no están hechos para vivir en control cuando se trata de comida. Por eso, ese aparente autocontrol va a gatillar un nuevo atracón”, explica.
¿Entonces el autocontrol no ayuda en este caso?
Creo que el control es un mecanismo necesario para vivir en sociedad, no es que lo condene. Pero cuando hablamos de alimentación, son otras lógicas las que operan: allí están los instintos, los impulsos, la cultura, el contexto, la emocionalidad, los gustos. Hay muchas variables que derechamente no se pueden controlar. Y cuando intentamos hacerlo, sí o sí vamos a caer en el descontrol de nuevo. Por eso los atracones son parte de un círculo, de una paradoja, intentas salirte con el autocontrol pero no lo logras.
¿Y cuál es la manera de salir de ahí?
Creo que la salida tiene que ver con la consciencia, que es distinto del “controlar”. Tiene que ver con tomar decisiones conscientes en conexión contigo misma, versus lo que sucede cuando estás atravesando un atracón: ahí estás funcionando en piloto automático sin saber por qué. Te das cuenta al final, cuando ya estás que explotas. La alimentación consciente, por otra parte, es poder conectar contigo misma antes de tomar decisiones y eso ayuda a comer en paz. También tiene que ver con estar consciente de quién soy, de lo que necesito, de lo que me hace bien y en ese sentido se come en un modo más intuitivo.
Pero comer intuitivamente, por ejemplo, ¿no se podría asociar a comerse todo lo que tengas por delante?
Yo creo que si comes todo lo que tienes por delante, estás más bien en una fase de desconexión que de intuición. La intuición tiene que ver con estar conectada contigo misma. Comer en paz no significa comer en desconexión, o que yo hago lo que sea con mi cuerpo y me hecho cualquier cosa adentro. Significa estar consciente de mi cuerpo, de mis emociones, de mis procesos. Creo que una relación armónica con la comida es un diálogo entre la mente racional y la experiencia más intuitiva: por ejemplo, yo sé que me caen mal los lácteos, aunque a veces sí me dan ganas de comer quesos. Entonces, desde la experiencia voy viendo qué quesos puedo comer, cuáles me caen mal, cuáles tolero, en qué cantidad, en qué momentos del día.
Es distinto para todas…
Claro, e incluso en ti misma es distinto en el tiempo. No puedo pretender que mi alimentación sea igual siempre, si yo no soy la misma persona todo el tiempo, ni mi contexto es el mismo todo el tiempo. La flexibilidad es muy importante, pues hay momentos donde voy a poder comer súper intuitivamente y conectada conmigo y otros momentos en que voy a estar en el piloto automático, porque la vida es así, se mueve en esos ciclos. Cuando estés en piloto automático, probablemente estarás en desconexión contigo, entonces ahí te observas, sin juzgarte, y te traes de vuelta.
Pero te traes de vuelta sin control, en el fondo…
Exacto, lo que haces es volver a conectar contigo. No es la mente hablando, sino que es tu intuición, tu sabiduría y tu cuerpo hablando. Y eso se logra después de un trabajo personal muy profundo, constante, de estar en ti, de empoderarte de tu propia vida, de irte preguntando muchas veces en el día qué necesitas, qué es lo que quiero realmente y de actuar conforme a eso.