Había una vez una mujer que quería ser mamá, pero no tenía pareja. Para poder hacerlo, fue al doctor y gracias a eso, pudo traer unos pirigüines arriba de un avión desde Estados Unidos a Chile. Esos se los pusieron en la guatita, y ¿adivina quién nació?”, le preguntaba Soledad Cartagena a su hija Amanda, mientras le contaba este cuento recurrentemente antes de dormir. ¡Yooo!, decía la niña.

Soledad, hoy de 53 años, siempre había querido ser mamá. Cuando tenía 36, empezó a preocuparse, porque hacía cuatro años que no tenía una pareja estable, y no quería que, en caso de tenerla pronto, tuviese que mirar a esa persona como un eventual padre. No le parecía justo.

Trabajaba en temas relacionados a la reproducción y sabía que había alternativas. Por eso, a los 38 años, en un chequeo de rutina, preguntó sobre la posibilidad de comprar espermios para convertirse en madre soltera, pero en su clínica todavía no lo hacían de manera abierta. No era bien visto. Fue recién en 2009 cuando supo que el doctor José Balmaceda, especialista en fertilidad -y padre del actor Pedro Pascal-, había recién comenzado a trabajar en la Clínica las Nieves, donde se podía hacer el procedimiento sin problemas, y fue a verlo. Poco después estaba comenzado el proceso que cambiaría su vida para siempre.

“Fue un regalo de la vida esto de poder ser mamá a pesar de no tener un papá”, dice. “Es un deseo súper legítimo y para mí es una bendición tener a Amanda”, recalca. Soledad le comunicó a su familia que estaba en este proceso cuando ya había tomado la decisión. Encargó las muestras de espermios a California Cryobank y, entre otras cosas, pidió que no hubiese en esos genes antecedentes de cáncer -porque no quería profundizar antecedentes que ya estaban en su propia familia-, y que la muestra fuera abierta. ¿Qué significaba esto? Que cuando su hija cumpliera 18 años, si así lo quisiera, podrá pedir la identidad del donante.

Aunque su intervención sería una de baja intensidad y ambulatoria, se hizo el seguimiento correspondiente para avanzar con la inseminación intrauterina y se puso las inyecciones necesarias para hacer la inseminación. Poco después -y luego de un falso negativo-, llegó la noticia. Soledad cumplía 40 años embarazada de su tan anhelada hija, y su familia celebró en el Tip y Tap, regalándole baberos y otros productos de bebé para celebrar que ya venía en camino.

Si bien reconoce que hasta ahora nunca ha sentido ninguna discriminación ni hacia ella ni hacia su hija por haber decidido ser madre sin tener un padre, existe cierta ignorancia por parte de algunas personas. Como ejemplo, cuenta la primera vez que fue al ginecólogo obstetra, y luego de contarle toda su historia, él asumió que ella era lesbiana.

Amanda nació el 18 de marzo de 2010, días después del terremoto, y Soledad siempre ha sido consistente en decir la verdad. Cada vez que alguien la veía embarazada y le preguntaba si el papá estaba contento, ella respondía de forma directa que había decidido hacerlo con espermios donados. En algunas fechas importantes, como el día del padre, a veces era difícil, pero Soledad siempre contaba con la presencia de su propio padre, el abuelo de Amanda. “Cuando la gente me decía que era super duro decir que no tiene papá, yo les decía, pucha, no sé como más decirlo. Es un donante, no un papá. Para mí el papá es la persona que está presente, que cuida, que protege, y en eso lamentablemente no tiene papá, pero sí un tata que ha sido muy participativo y presente, y a quien, desde que nació Amanda, la vida le ha vuelto a florecer”, recalca.

Cuando Amanda tenía alrededor de cuatro años -hoy tiene 13-, ya era consciente que la mayoría de las familias eran distintas a la suya, con una mamá y un papá. Le insistía recurrentemente a Soledad que ella también quería tener un papá. “Yo no atacaba su deseo, entendía. Amanda tenía compañeros y compañeras con buenos padres, ¿cómo no iba a querer tener uno? Yo también tenía un papá súper presente, era razonable”, señala. Todo terminó cuando Amanda se dio cuenta de que para que ella pudiese tener un papá, primero debía dejar a Soledad salir en las noches. Fue ahí cuando le comunicó a Soledad que si esa era la condición, mejor no quería tener un padre, cuenta entre risas.

Amanda contaba su historia abiertamente, sin preámbulos. Soledad recuerda una vez que la invitaron a la casa de una persona mayor y esta le pidió a todos los niños que se presentaran y dijeran los nombres de sus padres. “Me llamo Amanda, mi mamá se llama Sole, y nací por donación de órganos”, dijo ante todos. “De espermios”, le corrigió una amiga de su madre. “Es una historia que es nuestra, ella la sabe, es parte del inventario de nuestra casa, no es un tema. No sé cómo será después, pero hasta el momento nunca ha sido un tema”, comenta.

Soledad reconoce que criar sola tiene muchas dificultades y, por eso, dice que no levanta la bandera de ser madre soltera, porque sabe que de a dos es más fácil cuando ambos tienen implicancia, pero, aunque haya sido difícil, todo ha valido la pena porque su hija la hace feliz. “He vivido la vida antes de Amanda y después de Amanda. Tengo la sensación de haber sentido un amor que nunca he sentido, demasiado incondicional, demasiado impactante, pero también sentir la vulnerabilidad a concho. Hoy mi fragilidad, mi vulnerabilidad, es la Amanda”, dice Soledad.

Interés creciente

Soledad Cartagena y Javiera Navarro crearon el grupo Madres Singulares, que hoy reúne a cerca de 54 mujeres que han optado por comprar espermios y convertirse en madres solteras por opción. Ambas reconocen que el interés ha ido creciendo a lo largo de los años, y que son cada vez más las mujeres que optan por este camino, así como también las clínicas y centros que ofrecen este tipo de procedimientos.

Javiera cuenta que las razones que la llevaron a hacerlo son semejantes a las de Soledad, y que le dio vueltas a la idea alrededor de cuatro años. Como académica y estudiante de doctorado de la Universidad Alberto Hurtado, se ha dedicado en los últimos años a estudiar estos temas de reproducción, y explica que en realidad el gran mercado es la donación de óvulos, más que la de espermios, producto del retraso de la maternidad. Hoy, del total de estos procedimientos, alrededor del 80% corresponde a donación de óvulos y cerca de un 20% de espermios.

Hoy, el Estado de Chile no lleva ningún registro en cuanto a estos procedimientos, por lo que Javiera ha debido levantar datos por medio de la Red Latinoamericana de Reproducción Asistida (Red Lara), un registro particular hecho por médicos. SI bien este no considera tratamientos como el que se hizo ella o Soledad -que es el tratamiento de Inseminación Intrauterina, uno que requiere una baja intervención-, estima que desde 1990 a 2019, cerca de 13.683 nacimientos han sido a través de donantes. Contando los tratamientos de baja intervención, Javiera Navarro estima que los nacimientos en nuestro país a través de este método deben rondar los 16 mil niños y niñas, de los cuales solo un 10% se atribuyen a madres singulares, 10% a parejas homoparentales, y el resto a parejas heterosexuales. Estas últimas, sin embargo, por lo general suelen dejarlo en secreto por lo que es difícil tener el número con exactitud.

Javiera indica que, en el caso de las parejas homosexuales o las madres singulares, en general le cuentan a sus hijos la historia de sus orígenes cerca de los tres años, en cambio los hijos de las parejas heterosexuales se enteran cerca de los cinco años. Javiera, y también Soledad, piensan que es un derecho de los niños el saber su identidad.

¿Es siempre mejor tener un padre, sin importar quién sea?

En Chile no se ha legislado respecto de temas relacionados a la reproducción asistida, por lo que no se conocen los números exactos de cuántas personas han optado por estos métodos, y tampoco se regulan asuntos como la donación de espermios u óvulos, por ejemplo. Según cuenta Javiera Navarro, la mayoría de los países desarrollados del mundo -a excepción de Estados Unidos y España- obligan que estas donaciones sean abiertas, es decir, que los niños y niñas que nacen por estos métodos puedan conocer la identidad del donante cuando son mayores.

Pero no solo eso. Todas las personas que tienen hijos sin padres reconocidos, pero especialmente las madres singulares, sufren con una ley antigua, pero todavía vigente en Chile, que presume que para un niño o niña siempre es mejor tener un padre que no tenerlo, por lo que cualquier hombre puede reconocer un hijo o hija sin el consentimiento de la madre, y cambiarle el apellido. Javiera y Soledad reconocen que este es un tema muy complejo, sobre todo para mujeres como ellas, porque no tienen cómo demostrar mediante pruebas de ADN con los padres que sus hijos son de ellos, lo que las pone en una situación de vulnerabilidad indeseada tanto a ellas como a sus hijas.

También otra situación compleja a la que deben enfrentarse es a la de los apellidos. La nueva ley indica que en aquellas familias que hay dos apoderados, se puede optar por cuál apellido irá primero, si el del padre o el de la madre. Pero en el caso de mujeres como ellas, donde solo existe una apoderada, a sus hijos les corresponde solo un apellido, generando una discriminación arbitraria. Esto, en su momento, generó cierta polémica por lo que hoy, dependiendo la voluntad del funcionario del Registro Civil que toca, cuenta Javiera, permiten elegir un segundo apellido para que no queden niños solo con un apellido.

Por último, comenta Javiera, es que con todos los cambios generados por el matrimonio igualitario, ahora los papeles no dicen “madre” y “padre”, sino progenitor 1 y 2, pero esta palabra define de por sí una relación genética, que en el caso de sus niños no existe, por lo que pide que en realidad se generalice esta denominación a algo más inclusivo, como “apoderado”.