“Hace unos días se cumplieron ocho meses desde que somos una familia adoptiva y estamos viviendo juntas con mi hija. Cuando nos conocimos fue un día lleno de emociones, fue muy conmovedor cuando ella me dijo ‘mamá’ por primera vez. Así fue también con el primer abrazo. Ella se acuerda del vestido que yo tenía puesto cuando nos conocimos, siempre me dice: ‘Tú llevabas el vestido fucsia’, y a veces me pide que me lo ponga. El primer día de la madre ella me dijo: ‘Mamá, es mi primer día de la madre’. Te dice esas cosas constantemente: ‘es mi primer cumpleaños con mi mamá’. Así fueron muchos de nuestros primeros momentos.
El camino que nos llevó a esto fue muy largo.
Hace años intenté congelar mis óvulos, pero finalmente me dijeron que no sería posible. Este proceso marcó un viaje de duelo por la maternidad biológica, un sueño que siempre tuve. A pesar de que había otras opciones, decidí abrir la puerta a la adopción y elegí ser madre adoptiva.
Sabía que yo tenía el derecho a ser madre. Entendía que, sin importar si estás casada, en pareja o soltera, todos tienen el derecho de crear una familia. Pero creo que, a pesar de que la sociedad ha ido evolucionando, sigue siendo tradicional. Se nos hace creer que por ser solteros, no podemos formar una familia. Pero ¿por qué no deberíamos tener esa opción? ¿por qué si hay niños que lo único que quieren es estar en una familia?
El proceso de evaluación hasta que me confirmaran que podía ser madre adoptiva fue muy difícil y lleno de incertidumbres, pero el 6 de agosto de 2019 me avisaron que era apta.
En ese momento comenzó el camino de la espera, que yo creo que es el más difícil y el más tortuoso, fue como un parto. Sabes que tu hijo o hija va a llegar, piensas todas las noches que ojalá alguien lo esté arropando, que le estén diciendo buenas noches. Porque alguien que espera a ser adoptado evidentemente lo tiene que haber pasado mal, esa herida va a estar siempre. Yo siempre le digo a mi hija: ‘Te esperé por mucho tiempo’.
El 8 de diciembre del año pasado me avisaron que había una niñita de casi siete años disponible para ser adoptada. Esa semana tuve una reunión en donde me contaron su historia. Te van diciendo las características que tiene porque muchas veces hay temas de salud que tienes que saber para ser consciente de sí podrás ser capaz de ser su mamá.
El miedo siempre está, pero creo que es una emoción que puede paralizar o activarte. Todos los días tengo un poco de miedo, pero creo que si este no me detiene y me activa, es normal.
Creo que la maternidad adoptiva es una maternidad muy consciente y muy pensada. Porque en mi caso estuve más de tres años dándole vueltas a esta idea de ser mamá. Sabes las características que puede tener un niño que ha estado años en una residencia o en el abandono.
En el caso de mi hija, ella estuvo cuatro años en una residencia sin ninguna visita. La espera para mí fue difícil, pero empecé a hacer cosas en esa espera, a proyectarme. Como adulta tienes más herramientas, y aunque mi niñita tiene muchas herramientas, igual estuvo cuatro años sin ninguna visita. Te preguntas mil cosas. ¿Por qué no tuvo el derecho de estar en familia antes?
La ley en Chile es súper antigua y aún no cambia. Perjudica a los adultos, pero también a los niños porque se prioriza siempre a la familia. Y tenemos que cuestionarnos cuál es el concepto de familia que tenemos hoy en Chile: sigue siendo el matrimonio. Y eso se traspasa también a nuestros niños. Mi hija tiene que explicar constantemente que su familia es monoparental, que su familia es adoptiva. Siempre es la diferente cuando en el fondo todos los seres humanos somos distintos.
Tuvimos que esperar mucho: son siete años que ella vivió y que yo no conocía. Llega tu hija y es una persona con hábitos, con características, con personalidad, con una manera de expresarse, con mañas que no conoces. Con historia, con vivencias, con heridas. Y no estuviste con ella para acompañarla.
Puedes enterarte de cómo fue su vida. Mi chica estuvo súper bien cuidada en su residencia, tenía una figura de apego muy significativa, una persona a la que siempre estaré muy agradecida y eso juega a su favor porque mi niña pudo vincularse. Obvio que también echa de menos muchas veces, porque fue muy querida. Pero también te das cuenta de la poca estimulación que han tenido esos niños. Ella se tuvo que adaptar a un mundo completamente distinto, a códigos sociales diferentes. Ha sido una adaptación para ella y también para mí.
En el colegio se han portado increíble, han sido muy acogedores. Hicieron una actividad en donde ellas tenían que llevar unas fotos de cuando eran guaguas, pero en su curso lo hicieron diferente: les pidieron que llevaran una foto actual y que se dibujaran cuando eran guaguas, por si ella no tenía fotos de esa época. Tenían que describir una situación de cuando eran bebés, y otra de su edad actual. Mi hija escribió, ahora que tengo siete puedo abrazar a mi mamá.
Mi hija es súper viva, es muy inteligente. Me lo han dicho mucho, no lo digo yo de chochera. Entonces te da pena imaginar la cantidad de niños que no han sido estimulados, porque en las residencias a veces por falta de recursos o infraestructura no es posible.
Hubo momentos difíciles, sobre todo al principio. Ella tiene una historia de vida y sus últimos cuatro años los pasó con personas que echa de menos.
Como mamá tienes que lidiar con esas emociones y acogerlas, porque son súper válidas. El proceso de adaptación fue impresionante. El día de hoy ella está bien, está contenta, está adaptándose. Ella es atómica en el sentido de que todo es nuevo para ella, está adaptándose a un mundo cultural completamente diferente, a un colegio nuevo. Ella me dijo ‘mamá’ al tiro, porque no tiene la experiencia de tener una mamá, está aprendiendo la vivencia de tener una y conociendo a toda una familia nueva que la estaba esperando.
La gente compara mucho la maternidad biológica con la maternidad adoptiva, pero es muy diferente porque es una adaptación que hemos ido teniendo las dos a la familia. Todo es nuevo: las casas, el colegio, el lenguaje, las compañeras, la ciudad.
También tienes que presentarte a esta sociedad sola. Yo siempre me paro con orgullo, como cuando en el colegio expliqué que somos una familia monoparental adoptiva. Y digo familia adoptiva porque sino cae mucho el peso en ella. Siempre le digo a mi niñita: ‘Tú también me adoptaste a mí’.
Tienes que enfrentar no solo preguntas de ella, sino también las preguntas de sus compañeritas. En la casa un día una de ellas me preguntó, ‘¿por qué ella no tiene papá?’ o ‘¿por qué no te casaste?’ Hay que intentar tomárselo con humor para no empeorar la situación.
Yo también al principio de mi vida imaginaba una guagua al pensar en mi maternidad porque es parte del proceso de la maternidad biológica y la maternidad en general que uno conoce. Pero esta maternidad es absolutamente diferente porque mi hija es una guagua en muchos aspectos y por otro lado, ya es una niña.
Es un desafío súper grande porque tienes que integrar esas dos cosas y acogerla porque ella no tuvo siempre contención y apego. Hay millones de desafíos, pero también tienes una partner. Es lo más aperrada y compañera que hay, puedes conversar con ella, opina, es súper entretenida. Tiene mucha personalidad, es una niñita que le gusta cantar, bailar. También se enoja, como todos los niños. Te ayuda, le gusta hacer cosas. Panorama que le digas, panorama que quiere hacer. Entonces me desafía constantemente a mí porque ella viene con su personalidad y comparte su yo ya formado y su identidad. Muchas cosas las vamos haciendo de cero. Pero se puede, siempre lo digo, se puede.
Tenemos que cambiar nuestra visión sobre el concepto de familia. Que la sociedad no nos castigue por ser familias monoparentales, si en Chile siempre ha habido madres solteras. Por eso me paro con orgullo frente a la sociedad y me paro con orgullo frente al curso de mi hija a decir que soy una familia monoparental. Voy con la cabeza en alto. Tenemos que ser más empáticos y abrir la mirada, todavía hay una lucha muy grande por hacer”.
Magdalena (44) es psicóloga, arteterapeuta y profesora