"La primera vez que me di cuenta que tenía el mal de la lagartija fue a los trece años. No es que antes no hubiese sabido que mi mamá era estupenda, porque objetivamente lo es, pero no era consciente de que había una diferencia notoria entre las dos. O quizás sí. Sin embargo, en ese periodo lo escuché por primera vez en voz alta, cuando mis compañeros del colegio empezaron a preguntarme más de lo normal por ella y a bromear respecto a nuestro físico.
La verdad es que nunca lo he entendido como algo malo. Muy por el contrario. Me sentía orgullosa de ella cuando era adolescente, me encantaba que todos la encontraran igual de linda como la veía yo. Y cuando alguien me comentaba, solía reírme y decir que ojalá en el futuro nos pudiésemos parecer más. Sé que, más allá de las bromas, a mi mamá siempre le incomodó el tema. Y creo que hasta el día de hoy es algo que nos persigue.
Mi mamá es la mujer más ondera del mundo. Lo que se ponga, le queda bien. Y aunque irradie una imagen muy jovial y de 'amiga', también es muy maternal. Jamás ha intentado competir conmigo o se ha referido a nuestras diferencias. Y si lo hace, es con el fin de destacar cosas positivas en mí. Yo tengo muchos rasgos de ella, pero para mi mala suerte, su contextura delgada no formó parte de la herencia. Soy de esas personas que les cuesta mantenerse en el peso ideal. Soy de subir y bajar muy rápido. Entonces, inconscientemente, una parte de mí suele compararse con su apariencia.
Creo que una de las cosas más frustrantes es intentar ponerme su ropa. Ya asumí que no me queda bien, pero reconozco que para cada evento 'formal' intento volver a probarme uno de sus vestidos elegantes. Me siento una masoquista porque muy rara vez quedo feliz con el resultado. Y cuando eso no pasa, mi mamá trata de bajarle el perfil y me inventa que justo ese vestido se le deformó. Yo sé que en el fondo siente culpa. Y una culpa totalmente injustificada.
Tener el mal de la lagartija implica saber que, a donde vayas, van a piropear a tu mamá. Me acuerdo que una vez fuimos al estadio y ella estaba de la mano con su marido, y como se ve tan joven, todos empezaron a gritarle 'suegro' a él. Nosotras nos matamos de la risa. También nos pasa que cuando estamos las dos solas y alguien la mira, ella siempre me molesta con que me están coqueteando a mí. La amo por pensarlo, pero es demasiado evidente que no es así.
Si hay algo que a mi mamá le encanta, es que la gente piense que somos hermanas. Y no es porque le interesa verse más joven, sino porque le fascina que nos encuentren iguales. Sin embargo, cada vez que eso pasa, marca la diferencia y dice que yo soy su versión mejorada. Es que, aparte de ser su única hija mujer, soy su máximo orgullo. Y siempre se ha preocupado de transmitírmelo. Pero yo también trato que ella entienda lo mismo. Que aunque no seamos muy parecidas físicamente, sueño con convertirme en la increíble mujer y mamá que ella es. Al final, esas son las cosas que realmente importa heredar.
Isidora tiene 26 años y es fonoaudióloga