Mamá de tres niños en pandemia: “Siento culpa porque sé que estoy mejor que otras mujeres, pero igual me siento sobrepasada”
“Ya ni siquiera sé cómo sentarme, ni en qué lugar del departamento. Soy mamá de tres hombres, todos menores de diez años y con teletrabajo todo el día. Personalmente creo que, esta pega que nos ha tocado a las mamás, es el rol más difícil de la pandemia, luego de la primera línea.
Mis días transcurren así; somos cuatro –yo y mis tres hijos de 9, 7 y 3 años– conectados toda la mañana. Todos con audífonos, porque sino sería imposible. Me considero una mujer fuerte, extremadamente positiva y una mamá relajada, pero por primera vez me he visto superada. Es difícil sentir que los hijos están viviendo algo que, además de marcarlos para siempre, les hace mal física y mentalmente. Por mucho que uno lo entienda, que intente relajar todo tipo de situaciones, que seamos positivos al creer que al ser niños lo podrían recuperar, el carrusel de emociones pasan desde lo más relajado (si no hace clases no importa) a lo más estresante (necesita apoyo, se está quedando atrás). Como además tengo que trabajar todo el día, me pesa no poder estar acompañándolos. Porque es evidente que si pudiera hacerlo, habría un mundo de diferencia.
A veces no funciona la clave, el Internet se cae, hay que estar atentos porque todos entran en horarios distintos, y porque no quieren entrar, porque están aburridos y no quieren más Zoom. Y los entiendo. Otras veces necesitan algún material especial, o en medio de la clase les da hambre, se paran al baño, se desconectan. Si para uno es difícil, para ellos es tremendo. Y una como mamá siempre quiere hacerlo bien, pero tarde o temprano se transforma en un monstruo. Me ha pasado y me he culpado. Luego me relajo y otra vez pienso que no pasa nada si no entran a la clase. Esta pandemia ha sido literalmente un carrusel de emociones.
Tener a los niños encerrados hace más de un año es cruel. Un año sin plazas, un año con poca naturaleza, sin amigos del colegio, pegados a una pantalla toda la mañana y luego peleando para que no pasen en ella el resto de la tarde. Están agotados, más gordos, ansiosos y al igual que uno, ni ellos entienden por qué se alteran más seguido. Debo reconocer que ya no doy más. Pero también me pasa que me doy cuenta de lo afortunada que soy. Tengo la suerte de que los niños han seguido viendo a sus abuelos, que son tres y se acompañan; que vivimos en un departamento de buen tamaño, que podemos tener cuatro computadores y salir a jugar al estacionamiento abajo en las tardes.
No me gusta quejarme de la situación actual, ya que no es ni comparable a lo que viven otras familias en lugares más pequeños, sin los recursos necesarios o sin un pequeño patio para salir. Para qué hablar de la falta de ingresos y las enfermedades que deben enfrentar miles de mujeres en el país. Y ese es mi gran sentimiento de culpa. Saber que claramente estoy mejor que otras, que no es lo peor que nos podría pasar, ni cerca. Y es difícil manejar esa emoción, porque aunque sé que todo puede ser peor, y que hay que agradecer lo que uno tiene, a veces pienso que también hace bien colapsar. Al final cada uno enfrenta sus propios temores, miedos y realidades.
Aun así creo que me mantiene cuerda pensar que esto terminará pronto. Me autoconvenzo de que queda poco, aunque suene iluso me sirve. Porque si algo ha traído esta pandemia, es una presión infinita. Espero que aprendamos de eso. Nos hemos cuidado tanto del Covid, que hemos olvidado que la salud es mucho más amplia que lo que solo se vive en las camas UCI”.
T. K. quiso resguardar su nombre. Es mamá de tres niños y trabaja full time.
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