El hijo o hija de Magdalena ya existe. Está en algún lugar, en alguna casa, en algún hogar de acogida, a cargo de algún cuidador, o tal vez a cargo de su madre o abuela biológica, pero en medio de un proceso de susceptibilidad de adopción. Cuando llega la noche Magdalena piensa en él, o en ella, y se pregunta si alguien le habrá hecho cariño en el pelo para que se pudiera dormir, si alguien lo habrá tapado, o si le dieron un abrazo. Si fue feliz durante el día.

“Siempre quise ser mamá, siempre sentí ese deseo de tener un hijo y jamás pensé que no podría ser madre biológica. Pero de repente comenzó a pasar el tiempo. Yo no me emparejaba, la vida seguía avanzando y de repente me encontré yendo a un especialista para congelar óvulos. Lo intenté casi por un año, pero fue imposible captar esos óvulos. Ya casi no me quedaba reserva ovárica; parecía como si hubiera tenido 50 años en vez de 36″, cuenta esta psicopedagoga, arteterapeuta y estudiante de psicología que hoy tiene 42 años y que hace más de tres comenzó el proceso para poder adoptar.

Fue en 2018 cuando supo que no podría ser mamá biológica. Era el cuarto intento de estimulación ovárica, y el doctor le pidió que se vistiera y que hablaran en la salita. “Por su cara, lo supe al tiro. Me dijo que no valía la pena seguir intentando, y que había otras formas de ser mamá”, recuerda. El especialista le mencionó dos opciones: la ovodonación, es decir, recibir un óvulo donado por otra mujer para luego inseminarlo in vitro. Y el vientre de alquiler, en otro país en que fuera legal. “Pero había una tercera opción, que el especialista no mencionó, pero que fue la que elegí. La adopción. Porque me di cuenta que hay niños que necesitan y buscan una familia y que yo, al mismo tiempo, buscaba a un hijo o hija. Entonces tendría que llegar ese minuto de encontrarnos”, cuenta Magdalena que, por supuesto, vivió un duelo profundo al comprender que no se embarazaría, no tendría panza, ni daría a luz. Pero sabía que sí tendría a su hijo.

Lo que vino después fue un proceso arduo y muy lento. Sabía que adoptar en Chile, siendo soltera, era difícil, así que partió por fuera. Pero tras enviar decenas de mails para averiguar sobre adopciones en el extranjero, y darse cuenta que no podía adoptar por esa vía, se acercó finalmente a las instituciones que colaboran en la tramitación de las adopciones en el país y supo que solo tres de ellas aceptaban a mujeres solteras. Decidió postular a la Fundación Chilena de la Adopción (FADOP), y presentó cientos de papeles -certificados, antecedentes de renta, fotografías, cartas de recomendaciones-, asistió a todas las reuniones, estudió y leyó profusamente sobre adopciones, dio una serie de entrevistas y evaluaciones, y varios meses más tarde fue declarada idónea. Ese día, el 6 de agosto de 2019, a Magdalena no se le borró más: se abrían las posibilidades de ser madre y comenzaba oficialmente su “embarazo adoptivo”.

De eso han pasado casi dos años y medio, porque la ley chilena sobre adopción de menores establece un orden de prelación o preferencia: primero están los matrimonios chilenos, luego los matrimonios en el extranjero y luego las personas solteras, viudas o separadas. Algo que ella siempre supo, por cierto, y que lejos de disminuir su empuje, se ha transformado en su causa: “Me parece que la ley es de una discriminación tremenda. ¿Tengo menos derecho a ser madre por ser soltera? ¿Sabemos cuántas madres solteras existen en Chile? ¿Por qué mi estado civil condiciona la posibilidad de hacer familia?”, se pregunta Magdalena.

Esa espera, a veces llena de esperanza y otras llena de angustia, llevó a Magdalena a crear @en_espera_estoy, una cuenta de Instagram que comenzó hace 8 meses con mucho pudor, vergüenza y pocos seguidores, pero que fue tomando más fuerza. La abrió para compartir lo que estaba viviendo. Pero hace algunas semanas, después de haber llamado para saber cómo iba su proceso de adopción y recibir por enésimas vez el comentario “es que las solteras tienen menos opciones”, sintió la urgencia de hacer algo más, escribió cartas a los diarios y comenzó una alerta amarilla: un video que comenzó a difundirse a través de redes sociales, para visibilizar esta discriminación por ser soltera, “además de los tiempos de espera que son eternos no solo para quienes queremos ser padres adoptivos, sino especialmente para los niños, que merecen y tienen derecho a vivir en familia”, cuenta. El video -que grabó gracias a su grupo de amigas- comenzó a compartirse cada vez más.

Hoy existe una iniciativa de eliminar el orden de prelación en la Ley 19.620 sobre adopciones de menores en Chile. Un trámite que aún descansa en el Senado, pues aún no entra en tabla para que sea votada. “Estas modificaciones a la ley incluyen eliminar este orden de preferencia y esta discriminación según tu estado civil. Pero no contempla los tiempos de espera que en otros países, como España, tienen un límite de 2 años. Hay que pensar que estos primeros años en los niños y niñas son vitales y creo que es una urgencia que velemos de verdad por la infancia, y que prioricemos su derecho de vivir en familia independiente de la composición que esta tenga”, dice Magdalena.