Tengo una hamaca bajo el sauce. Mientras estoy en mi casa y no estoy ahí, me imagino recostada sobre ella mirando el cielo. La hamaca me mira vacía, solitaria, moviéndose lento. Cuando por fin logro llegar hasta ella, lo hago aperada de lecturas, bordados por hacer y tecitos. Como si el tiempo se detuviera y la vida fuera eterna en su vaivén.
Me subo a la hamaca y por fin miro al cielo. Todo va perfecto hasta que me fijo en la cuerda que la sujeta y me pregunto si estará bien amarrada. Seria doloroso caerme. Me bajo y la reviso, la amarro de nuevo, creyendo hacerlo mejor. Vuelvo subirme y miro las hojitas de los árboles sobre mí, y al mirar pienso que una rama se me puede caer encima. Intento descansar nuevamente, con la amenaza de la rama cayendo sobre mi cara. Aunque me perdono las paranoias y culpo al país sísmico, me doy cuenta que me cuesta mucho no hacer nada.
Mi mente tiende a despegar en cualquier parte, y siempre me lleva a algún lugar impensado. Es como un ruidito constante que solo se apaga cuando le hago caso. Desde que trabajo en mi casa, he tenido que ser más ordenada para cumplir con todos los encargos. Aunque tengo bastante trabajo, no puedo empezar a escribir si las camas no están hechas y no me concentro si las tazas del desayuno están sucias sobre la mesa. Parto el día temprano, pero muchas veces no me alcanza porque el espiral de las labores domésticas me lleva hasta los rincones más polvorientos del lavadero. Y cuando vuelvo al computador ya no me queda energía ni creatividad para empezar. El mar de ideas que tenía cuando lavaba los platos y hacia las camas, ya no es tal porque me agoté físicamente. Pienso en la hamaca. Pienso que debería haber descansado.
Creo que hay tantas maneras distintas de descansar como seres humanos hay en la Tierra. Si lo que buscamos es entrar en ese fluir de la mente en que el tiempo pasa y el disfrute se multiplica, tal vez la manera de descansar no es balancearse en una hamaca mirando el cielo. Tal vez haya quienes descansen conversando con otros o descansen haciendo algo, en fin. Habrá quienes descansen caminando kilómetros y ese sea el único momento en que ese ruidito mental se apague por un rato.
Flow le dicen algunos. Descansar haciendo algo, le digo yo. Volver a jugar con la concentración con la que jugábamos cuando éramos niños. Desconectados de la realidad, hablando con seres imaginarios o con uno mismo. Horas haciendo alguna actividad gratificante, placentera y feliz. Creo que es tarea de cada uno descubrir qué es eso que nos gusta hacer. Muchos lo desconocen porque no se han dado el tiempo o porque aun creen que descansar es estar mirando el cielo sin más que contemplar, y tal vez les puede resultar y les parece suficiente. Pero la mente es poderosa y mientras no llegue ahí, el más pequeño zancudo nos sacará del estado óptimo, de la experiencia gratificante, del momento de fluir y de por fin descansar.