En 2019, un pequeño librito llamó mi atención: “Los hombres me explican cosas” de Rebecca Solnit. Lo compré y lo leí en la librería. Es un ensayo donde la autora parte contando una anécdota. En una fiesta, un hombre muy influyente se le acercó para hablar sobre un libro que ella había escrito y que él no había leído. No obstante, tenía mucho que decir sobre el libro, porque había leído una reseña en el New York Times. Si bien le dio risa esta situación, más tarde escribió este ensayo para compartir con otras mujeres si reconocían haber experimentado lo mismo que ella, en situaciones similares.

Si bien Solnit no acuño el término “mansplaining”, que es el momento en que un hombre explica algo a una mujer de manera condescendiente y asumiendo que sabe más que ella del tema, ese ensayo inspiró el término y por tanto, materializó un sentimiento que aparece en muchas mujeres y abrió un debate que sacó ronchas.

Como disclaimer: no se trata que todos los hombres hacen eso ni que las mujeres no explicamos cosas a quienes no nos han pedido opinión, sino que se reflexiona sobre un fenómeno que se repite en espacios laborales, sociales e íntimos.

Hasta ese entonces no me había detenido en una práctica que para mí era invisible, pero a su vez, evidente. Recordar reuniones en que he opinado y no he sido escuchada, sin embargo, cuando un compañero opinó lo mismo, sí se reconocía esa voz. No sólo una vez, no sólo a mí. Sino que a muchas mujeres. O de pronto un ejemplo más común, en una visita al ginecólogo, que me explica mi dolor y que exagero, porque él sabe cuánto duele.

¿Acaso hablo muy bajito? ¿No soy enfática ni vehemente en mi opinión? ¿Lo que opino no tiene validez suficiente? ¿No sé lo suficiente sobre lo que estoy diciendo?

Recordé una entrevista a Erika Lust, directora de cine porno para mujeres, donde el entrevistador la descalificaba, se tomaba la palabra y le explicaba irónicamente qué era el porno. Ahí mismo, invitó también a un excelso director, que ninguneó el trabajo de la directora y le explicó lo que la gente quería ver y que el porno para mujeres era una forma de discriminación. Ver la cara de rabia de Erika Lust, pionera en el porno feminista, grafica lo que muchas mujeres sentimos cuando somos acalladas en temas que dominamos, sólo por el hecho de ser mujeres.

Este es un ejemplo de un hombre hablando de algo que él asume que entendió, cuando no fue así, y que considera que la mujer es ignorante en el tema, cuando en realidad ella es incluso experta.

No es anecdótico, sino que se ha explicitado como una forma en que se asume que las mujeres somos incompetentes para hablar, lo que nos puede llevar a ser marginadas en nuestros trabajos o incluso poner en riesgo nuestras vidas. Yo te explico lo que sentiste cuando te pasó lo que te pasó.

Asimismo, se asume que no entendemos y por lo tanto, cuando participamos en política, recibimos advertencias respecto de lo que podemos decir u opinar y si eso no resulta, nos tildan de emocionales, como si los seres humanos no lo fuéramos.

¿Cuántas mujeres han ganado el premio Nobel en categorías “no femeninas”? ¿Cuántas han sido presidentas? Y las que han sido ¿han podido comportarse tal y como son o han tenido que asumir una posición “más masculina”?

En el mundo, aún existen países donde se valida un testimonio de violación sólo si hay un hombre presente que acredite dicho testimonio.

Si bien critico el término de “mansplaining” por intentar generalizar una forma de operar de todos los hombres, sí me parece un interesante punto de referencia, una invitación a validar nuestra voz, a no callar lo que pensamos, a abrir espacios de debate y no, por cansancio, dejar que un hombre me explique algo que ya sé.

* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.