La documentalista opinante

Marcela Said, que se ganó varios enemigos por sus críticos documentales sobre el movimiento pinochetista y el Opus Dei, asegura que, más que la polémica, lo que le interesa es entender los matices en cada historia y generar debate. Ahora está a punto de estrenar en Chile El mocito, un documental que realizó junto a su marido Jean de Certeau, que cuenta la historia del hombre que sirvió café en las sesiones de tortura de la Dina y del cual terminó haciéndose amiga.




Una vez un cura le dijo a Marcela Said (38): "Un hombre no se reduce a un acto". Marcela no es creyente pero le encontró toda la razón: la vida no es blanco y negro, sino que está llena de grises. Eso es lo que le gusta buscar en sus documentales: los matices. Lo hizo en I love Pinochet (2001), un retrato de los fervientes defensores del general detenido en Londres. Lo volvió a hacer cuando se adentró en los pasillos del poder religioso en Opus Dei: una cruzada silenciosa (2007, realizado con su marido, Jean de Certeau). Y si hay algo que se respira en El mocito, su nuevo documental –también hecho a dúo con De Certeau y premiado en el último Festival de Cine de Munich– es esa búsqueda por entender los más extraños matices de la naturaleza humana: descifrar la mente de Jorgelino Vergara, un hombre que durante 10 años sirvió café en las sesiones de tortura de la Dina. "Él es muy complejo, al mismo tiempo víctima y victimario", dice Marcela. "Y la película lo presenta así. A veces lo quieres, a veces no, a veces le crees y otras no".

¿Cómo te enteraste de que existía este personaje?

Esta idea partió porque un día escuché decir a una señora en un café que no les creía nada a las víctimas de la dictadura. Y pensé, qué increíble que en este país todavía haya gente que piensa que todo eso es mentira. Esta rabia interior fue lo que me dio ganas de encontrar al victimario, y enfrentar los miedos propios que uno puede tener con esta gente.

¿Qué miedos?

Cuando te imaginas quiénes son, por qué lo hicieron, cómo fueron capaces. En esa búsqueda fue que dimos un poco por casualidad con este personaje. Fue en una de las conversaciones que tuve con gente de la PDI, que son los que mejor conocen a los de la Dina porque son los que tienen que ir a buscarlos y llevarlos adonde los jueces. Uno de ellos me dijo: '¿Sabes?, hay un personaje súper interesante, el mocito'. Y a mí me encantó. Su historia era de película. Llegó del campo a los 16 años a ser mozo en un cuartel de exterminio y estuvo 10 años ahí dentro. Era todo demasiado fuerte. Cuando lo conocimos con Jean, nos dimos cuenta de que él era la película.

¿Cómo lograste que te contara su historia, que confiara en ti?

Cuando lo conocí él estaba muy solo, sin trabajo, y yo me convertí en su conexión con el mundo. Fue un trabajo de años hasta que logramos intimidad e incluso nos hicimos amigos. El mocito está hecho con el corazón. Y eso se nota. Registramos un proceso en el que él empieza a tomar conciencia y a preguntarse por ciertas cosas. De hecho, era tanta la tensión que había en algunas escenas, que yo cerraba los ojos porque era incapaz de mirar lo que estaba pasando.

¿Fuiste afectada personalmente por el golpe militar?

No, para nada. Mi motivación es tratar de entender estos matices de la historia. El mocito es un pretexto para abordar un tema muy complejo: cómo nos hacemos cargo como sociedad de que hubo personas y militares que tuvieron que obedecer órdenes. Creo que es un camino para llegar a la reconciliación. Y creo que cerré un ciclo con este documental. Ahora estoy preparando mi primera película de ficción, El verano de los peces voladores, que tiene el conflicto mapuche como contexto.

¿Qué otros temas deberíamos estar documentando hoy en Chile?

Yo soy súper sensible, hay muchos temas que me preocupan. La inmigración. Los miles de chilenos que están endeudados. Los derechos humanos de los presos en las cárceles. Si no nos hacemos cargo de esos temas, vamos por mal camino. En eso me llama mucho la atención la televisión chilena, que es una mugre. La tele desviste a las jóvenes a las 3 de la tarde y después nos quejamos de que las niñas tengan una sexualidad temprana. Por eso el documental de autor ha ocupado el lugar que dejó la tele; la gente no es tonta, tiene ganas de ver cosas interesantes y escuchar opiniones.

Viviste 10 años en París, ¿tu mirada tiene que ver con esa distancia?

Por supuesto. Los franceses son alegadores, son conflictivos, adoran los valores republicanos. Yo comparto sus valores. Fue allá que me enamoré del documental, cuando descubrí que tiene opinión. Porque a mí me encanta la política.

Pareces ser muy combativa, muy crítica.

Hay gente que me tilda de comunista por mi trabajo, por decir lo que pienso. Y no es así. Cuando hablamos de derechos humanos no hablamos solo de los años 70: me parece notable que el ministro Bulnes diga que la agenda de derechos humanos hoy está en las cárceles y que tenga esa sensibilidad. Yo soy crítica y tengo opinión, pero si hay gente del gobierno de derecha que lo está haciendo bien, genial. El ministro Kast, por ejemplo, me encanta.

¿En serio?

¡Es que me encanta! Yo creo en una sociedad laica, pero al mismo tiempo me encanta el creyente que se acerca a la figura del cura jesuita, el que está cerca de los pobres, que se codea con las prostitutas, que enseña el amor al prójimo. Valores que no son propiedad del mundo cristiano, sino valores humanos. Por eso me cargaba cuando la gente pensaba que el documental del Opus Dei era una crítica a la Iglesia, cuando es a una ínfima parte de ella. Yo tengo un hermano que trabaja en Mideplan y hasta el día de hoy va todos los viernes a lavar vagabundos, y yo estoy muy orgullosa de él. Y por eso me encanta Kast, aun siendo pechoño. Porque se la juega por eso. ¡Ídolo!

El mocito acaba de ganar el premio Horizonte en el último Festival de Cine de Munich. En Chile se estrena en el próximo Festival Internacional de Documentales (Fidocs), que se realiza en Santiago del 20 al 26 de junio. Y en octubre se emitirá en la televisión abierta argentina.

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