María Fernanda Forttes sufrió abuso sexual desde los cuatro años hasta los 12. “El agresor es el hermano de mi mamá. Yo develé esta situación a los 16 y fue un terremoto familiar fuerte, porque hay dos fuerzas que chocan en esto: por un lado el cuidado hacia mí, querer protegerme de lo vivido y del agresor, pero también querer mantener la estructura familiar porque en esta sociedad la familia es importante y estas situaciones amenazan las dinámicas familiares”, cuenta. “Comencé con procesos terapéuticos de diversos tipos, y es que el proceso de develación viene acompañado de muchas emociones y decisiones que a veces no son muy acertadas a nivel familiar. Eso fue muy doloroso para mí, me vino una desesperanza brutal; las cosas me parecían carentes de sentido y necesité ayuda para transitar por ese periodo”.
Pero no fue hasta transformarse en una adulta, cuando María Fernanda pudo al fin “resignificar esa herida abierta y doliente” que la acompañó en toda su adolescencia y juventud. Por eso es que decidió formar la Fundación La María, una organización dirigida a mayores de 18 años víctimas de abuso sexual infantil, con el fin de acompañarlos en un proceso de crecimiento y superación de este trauma. “La María es una fundación que pone al centro a los adultos, que muchas veces son invisibilizados, para darles voz a sus testimonios, un espacio para sanar y, al mismo tiempo, crear puentes de conexión que permitan la sensibilización y concientización del tema”, dice. Y no es menor si consideramos que según cifras publicadas hace unas semanas por el Ministerio del Interior, al menos 18.000 menores de edad en nuestro país fueron víctimas de delitos sexuales durante el primer semestre del 2022, de ese total 15.000 son niñas.
¿Cuándo decidiste hablar?
No es que uno esté permanentemente consciente de que uno carga con esto. Sabes que está pero tu cerebro, para protegerte, cambia la atención a otro lado. Y esto se cuela en distintas situaciones. Antes de entrar en el proceso terapéutico sabes que hay algo, pero no tienes las herramientas ni recursos para enfrentar una situación como ésta. Además, tienes que entender que en estos casos, de abuso sexual infantil, quienes estamos en la vereda de la sobrevivencia, las víctimas, sentimos culpa, nos sentimos responsables; como una sensacion de que uno está haciendo algo mal para que eso te pase. Se mezclan sentimientos de culpa, de vergüenza, de asco y repulsión. Y es como una realidad que uno aloja en una parte, que cada cierto tiempo te recuerda que hay algo que no está bien. Yo entrada la adolescencia empecé a tener conflictos con mis papás, de confianza. Como había decidido no contarles esto a ellos, empecé a repetir esa conducta y no les contaba nada, ni dónde salía, ni las cosas que me pasaban en el colegio. Dejé de ser honesta. Ellos me preguntaban qué estaba pasando conmigo. Y ahí vi que era lo del abuso.
¿La herida abierta de la cual hablas?
La herida abierta y doliente fue una señal para pedir ayuda porque si no, no le encontraba sentido a la vida. No me sorprendería que hubiese tomado decisiones en la línea de hacerme daño.
¿Cómo lograste terminar con ese abuso?
Siendo más grande comencé a rehuir de situaciones riesgosas. Entonces en el verano desde niña mis papás siempre me dejaban en la casa de mis abuelos para tener sus espacios de pareja. Porque para ellos –y esto es obvio para cualquier madre o padre– no había ningún lugar más seguro que dejar a sus hijos con su familia. Pero pasado el tiempo yo comencé a hacer lo posible por no ir a esos lugares. Y como ya comenzaba a entrar en la adolescencia eso parecía normal. Al menos intentaba ir lo menos posible, porque como no había contado, no tenía un argumento para no ir.
Es decir, ¿seguiste viendo a esa persona?
Sí, pero hasta que comencé mis procesos terapéuticos. En ese momento mi casa comenzó a ser un lugar seguro, él ya no entraba ahí.
Mientras eras niña, ¿sabías que lo que estabas viviendo era un abuso?
Yo no me acuerdo de la primera vez que esta persona abusó de mí. Tengo recuerdos de muy chica, de una vez en particular que mis papás se habían ido de viaje. Ese es mi primer recuerdo. Yo no sabía con certeza que eso era abuso, no tenía el desarrollo cognitivo para entender que no era un juego, ni una relación como él lo pintaba.
Es que el abuso no parte al transgredir los límites de intimidad o de lo sexual. Parte con las pruebas del secreto. Hoy miro hacia atrás y en ese momento yo como niña estaba enojada porque no tenía atención. A mi hermano menor que tenía un año le dio Diabetes tipo 1, entonces la atención estaba en él y yo, que tenía tres años, estaba indignada. Ese fue un escenario propicio para que este hombre se pudiera acercar. Se aprovechó de este contexto para hacerme sentir importante. Luego comenzaron estas pruebas de secreto a cambio de cuidar este espacio de atención donde yo era alguien especial. Y en ese contexto se empieza a dar el abuso.
¿Cómo has vivido esto siendo adulta?
Hay personas que el proceso de develación viene de manera mucho más tardía. En mi historia tuve muchos procesos terapéuticos que tenían el objetivo de convivir con el trauma, con las secuelas que te deja esta experiencia, porque marca de manera muy profunda a las personas que lo viven. No es como algunos creen, que solo afecta la vida sexual; afecta la manera en que te relacionas con el entorno, como generas vínculos con otros.
Este trauma se hace presente de distintas maneras: recuerdos intrusivos, pesadillas o en las relaciones, cuando no me siento vista o que mis sentimientos no tienen espacio, si a una persona le duele cinco a mi me duele 400. Me cuesta manejar situaciones de ese tipo. Y así fue como comencé a darme cuenta de que algunas situaciones de mi vida adulta tocaban mi herida del pasado que no estaba resuelta. Aparecía esa niña del pasado que tuvo que convivir con esa experiencia monstruosa y lo sorteó con las herramientas que tuvo. En mi caso en particular, a pesar de pasar por diversas terapias, me costó encontrar una que me permitiera relacionarme con el fantasma de una manera distinta.
¿Ahí surge la resignificación?
Comencé a trabajar mi experiencia desde lo corporal, el lenguaje, lo artístico y creativo. Para ver mi historia en perspectiva y poder ir integrando lo que me pasó y una vez integrado ofrecerlo al mundo para que otros sobrevivientes pudieran sentirse acompañados. Eso comenzó a pasar con mis dibujos, que los subía a redes y otras víctimas de abuso se sentían identificadas y hasta acompañadas. Esto empezó a hacer que el fantasma que me evocaba solo emociones malas, también comenzara a generar algo de esperanza; iluminar espacios de oscuridad de otras personas.
¿Ese es tu objetivo cuando creas la fundación?
Me sentí tan bien al comenzar a relacionarme con mi historia de una manera distinta que quise que otros también pudieran resignificar la suya.
¿Por qué trabajan con adultos?
Porque nadie se fija en ellos. Como si por el hecho de crecer tuvieras que superar lo vivido. En la mayoría de los casos además el delito ya está prescrito, entonces denuncias pero todo queda ahí, en nada. Vas al psicólogo al que le tienes que pagar para que te ayude a vivir con algo que no elegiste y tienes que hacerte cargo de ti y de una situación que impacta en todas las áreas de la vida. Dimensionar el impacto es tan difícil e inabordable que muchos prefieren seguir siendo funcionales. Pero yo aprendí que es posible vivirlo de otra manera, resignificarlo, y esa es mi meta hoy. Que así como yo lo logré, otros lo hagan.
¿Por qué es importante hablar de abuso infantil?
Porque en la medida en que uno lo habla, sobre todo en entornos de confianza, enciendes luces y disminuyes las posibilidades de que pase. Nos hacemos conscientes de que es una realidad y podemos ser más lucidos para prevenir. Y en segundo lugar porque como sociedad cargamos con una herida importante que no solo tiene que ver con el abuso sexual infantil, sino que tambien con las herencias de violencia, negligencia y vulneraciones. Si no trabajamos estas heridas es poco probable que rompamos esa cadena hacia otras generaciones. Como adultos tenemos que revisar nuestras heridas de niñez y cómo éstas impactan en nuestra adultez. De lo contrario no seremos los adultos que los niños necesitan pues la herencia de violencia sigue.