Quedaban sólo horas para ingresar a la Villa Panamericana y Martina Weil - la atleta que se quedó con el oro en los 400 metros - tecleó en su celular el número de María Ignacia Montt, su compañera de relevo 4x100: “Ina, no olvides llevar tus zapatillas blancas, porque nos subiremos al podio”, le dijo. Y así fue.
El frío y la lluvia de esa tarde del 2 de noviembre no fueron impedimento para que miles de chilenos esperaran ansiosos la competencia que correría el equipo femenino de relevo 4x100, conformado por Martina Weil (24), Isidora Jiménez (30), Anaís Hernández (22) y María Ignacia Montt (27).
En el ambiente reinaba el silencio y la tensión y el nerviosismo eran más que evidentes. Con el disparo que dio inicio a la carrera, el silencio pasó a ser euforia, y el equipo de chilenas comenzó a correr a toda velocidad. Cuando Ignacia cruzó la línea de llegada, el estadio se llenó de vítores y aplausos. No solo habían ganado el segundo lugar, sino que, además, batían el récord nacional.
Antes de ir a celebrar, y todavía jadeando de cansancio, Ignacia se conectó rápidamente su bomba de insulina, ese aparato que – con el fin de combatir los efectos de la diabetes - la acompañaría por el resto de su vida.
Diabetes: más que una lucha, una compañera de vida
“¡Mamá, mamá! ¡La Ina tiene la azúcar demasiado alta! ¿¡Qué hacemos!?”, gritaba asustada la hermana de la atleta. Y es que ella padecía de diabetes y al notar que su hermana chica tenía todos los síntomas, le midió el azúcar con el glucómetro.
Inmediatamente llevaron a la pequeña de once años a la clínica donde les confirmaron sus sospechas: Ignacia tenía diabetes tipo 1, una enfermedad autoinmune en la que el páncreas no produce insulina por lo que hay un alto nivel de azúcar en la sangre.
Para la familia Montt la enfermedad era más que conocida. De las tres hermanas, dos ya habían sido diagnosticadas; Ignacia se convirtió en la tercera. “Ya habían dos experiencias previas, así que eso me ayudó porque mi familia ya estaba como entrenada frente a la enfermedad”, cuenta.
A los 17 años, Ignacia se puso la bomba de insulina por primera vez. Ese aparato – que tiene como objetivo inyectarle la insulina que necesita para vivir - la acompañaría por el resto de su vida. “Tengo suerte de contar con esta tecnología. Mis hermanas, al ser mayores, no tuvieron esa posibilidad”, dice. La atleta sólo se desconecta el aparato en dos ocasiones: cuando se ducha, o cuando compite.
La disciplina de Ignacia – propia de los deportistas de alto rendimiento – se nota a kilómetros. Su forma de hablar es clara y concisa. No hay espacio para quejas y mucho menos para lamentos. “Claro, tengo un aparato que los demás no tienen, y eso a veces puede ser un poco incómodo para entrenar, pero cuando te conviertes en deportista de alto rendimiento te das cuenta de que hay mil cosas por las que hay que preocuparse para rendir bien, y para mí, la diabetes es solo una más de ellas”, dice tajante.
Ignacia no percibe a la enfermedad como algo contra lo que hay que luchar: la diabetes se convirtió en su compañera de vida. “Entendí que mientras más estable estaba mi glicemia, mejor iba a ser mi rendimiento”, dice. “Y gracias a la disciplina que me ha entregado el deporte, he aprendido a manejar mucho mejor esta enfermedad”.
El inicio
No hubo una pasión instantánea, tampoco un profesor o familiar que la haya inspirado. Los inicios de María Ignacia Montt en el atletismo podrían atribuirse casi que al azar. “Tenía diez años y todas mis amigas estaban en atletismo, ¿qué iba a hacer yo si no? Obvio que decidí meterme”, recuerda.
Y aunque al principio se trató de algo meramente recreativo, poco a poco sus capacidades comenzaron a dar frutos y las marcas que lograba no le quedaron indiferente a nadie. “A los 16 años fui a mi primer Sudamericano. Ahí me di cuenta de que me encantaba y que me quería dedicar a esto”.
Cuando salió del colegio se ganó una beca para estudiar Business en la Universidad de Portland mientras se seguía perfeccionando en atletismo. Sus expectativas eran altas, pero no se cumplieron. “Quería mejorar más que nunca, pero no me pude adaptar a la cultura ni a los entrenadores. No estaba rindiendo bien ni mejorando mis marcas”.
Ignacia volvió a Chile con un sueño quebrado en mil pedazos. “No quería volver a pisar una pista. Estaba como viviendo un luto por ese sueño no cumplido”. Pero a los seis meses de estar retirada, volvió a lo que siempre había sido para ella. “De a poquito empecé a agarrar el ritmo de nuevo y a retomar mi nivel”, dice. “Y ahí ya la historia cambió”.
“Entendí que mientras más estable estaba mi glicemia, mejor iba a ser mi rendimiento. Y gracias a la disciplina que me ha entregado el deporte, he aprendido a manejar mucho mejor esta enfermedad”.
En 2019, Ignacia decidió dedicarse de lleno al alto rendimiento. El año 2021 ganó por primera vez los 100 metros en el Campeonato Nacional de Atletismo, batiendo su marca personal y rompiendo con la hegemonía de Isidora Jiménez. En 2022, “La mujer más rápida de Chile” - como es conocida -, volvió a ganar los 100 y 200 metros en el Campeonato Nacional y se convirtió en la primera velocista Latinoamericana en integrar un equipo mundial de atletas, al ser reclutada por el Team Novo Nodisk.
“Un trabajo de 24 horas”
Ignacia entrena de lunes a sábado. Tiene dos masajes semanales, una ida al quiropráctico y cada quince días visita a su nutricionista y psicóloga. “Pero en realidad ser deportista de alto rendimiento significa tener un trabajo de 24 horas, porque uno esta todo el día pensando en cómo mejorar”, dice.
“El entrenamiento es la parte más fácil, lo difícil es llevar la disciplina a todos los ámbitos de tu vida y saber que muchas veces vas a tener que faltar a eventos sociales o familiares importantes porque tienes que priorizar tu calendario deportivo, tus competencias, tus horas de sueño y tu recuperación (…) Tenemos que sacrificar mucho, pero yo desde el minuto en que decidí ponerme a entrenar en serio y pelear por una final Panamericana, entendí que el atletismo iba a ser mi prioridad número uno. Después vendría el resto”.
Ahora con una medalla de plata colgada al cuello, Ignacia espera seguir subiéndose al podio y batiendo récords. Actualmente se está preparando para las clasificaciones de los Juegos Olímpicos de París 2024. “Y si no lo logro, seguiré trabajando igual o más duro para los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028″, dice con convicción. “Después de los Panamericanos quedé más motivada que nunca, así que hay Ina para rato”.