Nuestros niños no nos necesitan perfectos. Nos necesitan suficientemente buenos. Así lo planteó el pediatra, psiquiatra y psicoanalista inglés Donald Winnicott, y así también lo sostiene fehacientemente la psicóloga María José Palmero (@psicologa_maria_jose_palmero), magíster en Psicopedagogía y especialista en educación emocional y educación preescolar, quien se ha desempeñado hace casi 20 años en estas áreas. El punto es que ser suficientemente buenos ─y no perfectos─ implica fallar. Y en una generación autoexigente como la nuestra, eso no siempre está normalizado.
Como explica Palmero, ser suficientemente bueno implica, especialmente, ser responsivo en términos emocionales. Es decir, cuando el niño o niña acude a su madre, padre o cuidador principal, se espera que este responda de modo sensible y atingente, contactando con el mundo emocional de su hijo. “Pero es esperable e incluso necesario que fallemos como madres y como padres. Del 100% de veces en que nos vinculamos con nuestros niños, se espera que fallemos el 60 o 70% de las veces, según señalan algunas investigaciones. La clave está en reparar”, dice Palmero.
Por supuesto, no da lo mismo el tipo de error. “Una cosa es desbordarse y no responder adecuadamente, pero otra cosa muy distinta es pegarle a un niño o darle una ducha fría. Evidentemente eso es otro tipo de error que no está dentro del paraguas de ‘suficientemente bueno’. Pero en el día a día, en padres y madres que intentan ser responsivos, también veo que existe mucha culpa. Veo mamás que están midiendo constantemente su actuar, volcados hacia la crianza respetuosa cuando ellos no fueron criados respetuosamente. Eso genera una tensión y una culpa que tampoco le hace bien a la maternidad o paternidad”, explica la psicóloga, contextualizando, al mismo tiempo, que precisamente vivimos en una sociedad donde hay una estructura que nos invita constantemente a competir, a ir rápido, a estar enojados constantemente. “Y creo que el estrés es directamente proporcional a no ser lo suficientemente bueno”, añade Palmero.
Es difícil, o casi imposible, sacarse la culpa de encima.
Sí, por supuesto. Ahora, también hay que entender que la culpa sí cumple una función necesaria, que es invitarnos a darnos cuenta de que algo no lo hicimos tan bien como podríamos haberlo hecho. Y ahí el desafío es aprovechar ese sentimiento para movilizarnos. Pero cuando la culpa nos congela, nos paraliza y nos frustra constantemente, entonces no está cumpliendo esa función. Y es ahí cuando tenemos que entender que es importante ser compasivos con nosotros mismos, entender que no somos perfectos.
¿Qué pasa cuando no logramos responder bien emocionalmente?
Eso pasa la mayor parte del tiempo, y ahí la clave está en reparar. Porque la reparación tiene en la base algo que es vital para el desarrollo: cuando yo me equivoco, lo reconozco y se lo explico a mi hijo o hija, les estoy al mismo tiempo diciendo que las personas somos distintas, que nos equivocamos, y les estoy enseñando que ellos también se pueden equivocar. Y eso les ayuda muchísimo con su tolerancia a la frustración. Así se aprende. Cuando yo reparo un error, les estoy traspasando una de las más grandes herramientas emocionales: la empatía. Porque reconocer que un comportamiento mío no le hizo bien a otro, eso es tener empatía.
Y también pareciera que le estoy enseñando a que mi hijo o hija sea empático conmigo, que me comprenda. Por ejemplo, al explicarle que estaba estresada cuando la reté injustamente…
Exacto, y eso es muy valioso. Se llama modelamiento emocional. Porque las habilidades socioemocionales no se enseñan ni se aprenden de memoria, ni a través de instrucciones. Cuando yo le digo a mi hijo “sé empático, mira lo que le hiciste a tu hermana”, no hay un aprendizaje suficiente. Para que los niños aprendan empatía tienen que estar rodeados de adultos empáticos. Y no estoy hablando de que un adulto empático es aquel que es siempre cariñoso, que siempre es amoroso y que siempre está alegre o dispuesto. Eso no es. La empatía tiene que ver con ponerme en el lugar del otro y a veces, si yo te hice algo que no te gustó, y no lo hice bien, tengo que ser capaz de darme cuenta y comunicarlo.
¿Será que nuestra generación es poco compasiva consigo misma a la hora de ejercer la maternidad?
Algo de eso hay. Somos tan duras con nosotras mismas, porque nuestra generación es más consciente del impacto que tenemos en nuestros hijos. Y tenemos tanto temor de hacerlo mal, que no nos permitimos el error. Nuestra generación es una generación súper desafiada: tenemos mucha más información, buscamos criar de manera respetuosa, pero pocas personas de nuestra generación fueron criadas de esa manera. Entonces intentamos cumplir con la crianza respetuosa, que es revolucionaria, sin duda, pero tratamos de hacerlo sin haberla experimentado desde niños.
¿Eso produce una tensión?
Claro, porque no sabemos necesariamente cómo implementar esa crianza respetuosa. Nos sentimos inseguros, porque es algo que hemos leído, pero que no hicieron con nosotros. Nos confundimos y nos llenamos de dudas. Creo que lo esencial es volver a conectar con nosotros mismos porque ahí hay más respuestas de las que nosotros pensamos. Desde ahí, ha surgido el movimiento de la crianza o disciplina consciente. Me parece que la palabra consciencia es un acierto: de estar conscientes de nuestros hijos, de sus necesidades y de su mundo emocional. Pero también conscientes de nosotros, de nuestras propias necesidades y de nuestro mundo emocional. Es central tener también una mirada más compasiva con nosotros como padres.
¿Qué implica esa mirada compasiva?
Creo que tiene que ver con hablarnos a nosotros mismos de manera más amable, comprender que todos vivimos traumas ─porque eso es parte del desarrollo de las personas─ y trabajar en liberarnos de nuestro propio pasado. Porque si bien el pasado nos predispone, no nos determina. La mirada más compasiva es estar más consciente de lo que me digo a mí misma en momentos de estrés. Finalmente, la crianza respetuosa es también ser respetuoso con nosotros mismos. Y esa es la verdadera revolución. En la medida en que yo me respeto a mí misma y me habló bien a mí misma soy capaz de respetar a mis hijos y creo que esa es la revolución.