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Legalmente se llama María Cristina Forero, pero hoy solo sus amigos antiguos le dicen Cristina. Para todo el resto es María Moreno, la periodista y crítica cultural que se inició escribiendo en el diario La Opinión, la amiga de Ricardo Piglia, Manuel Puig, Norberto Soares, Claudio Uriarte y Gumier Maier, algunos de ellos sus compañeros de bares. La autora de la novela El Affair Skeffington y del libro de no ficción El Petiso orejudo. La autora de Black Out, un libro difícil de clasificar y considerado entre los mejores del 2016.
Black Out está escrito de manera fragmentaria, a veces parece una novela, otras un ejercicio de memoria. Tiene su origen en un texto periodístico para una sección de relatos testimoniales que se llamaba La Pasarela del Alcohol. En él María reflexiona sobre el alcohol y lo que es ser un bebedor sin límites desde su propia experiencia, sin ni un sesgo de autocomplacencia.
En el libro dice, por ejemplo, cosas así: "Mi cuerpo olía mal. A trapo macerado en alcohol, a sudor seco". O "Sé que jamás en los últimos años me he acostado con alguien sin estar borracha". O "A menudo, luego de comprobar que no me acordaba de nada de lo sucedido la noche anterior, tenía la sensación de haber cometido, por lo menos, un crimen".
Poco antes de embarcarse rumbo a Santiago, para venir al lanzamiento en Chile de Black Out, María respondió estas preguntas de revista Paula.
Dedicas Black Out a Ricardo Piglia y a Beba Eguía, su mujer, ¿por qué?
Porque me alentaron a escribir este libro y fueron mis primeros lectores. No traté a Piglia salvo en estos últimos años. Pero soy amiga de Beba. Creo que la dedicatoria es un homenaje a un héroe literario que vivió sus últimos años "condenado" a cumplir sólo su deseo: leer y escribir. Como para recordar esa frase de que se sufre más por plegarias atendidas que por atender. La literatura fue su prórroga ante una enfermedad devastadora y escribió como nunca.
¿Qué te motivó a escribir un texto que es muy personal y donde hablas del alcoholismo?
El comienzo es azaroso. Daniel Ulanovsky dirigía una revista llamada Latido donde la consigna era escribir una especie de periodismo de autor sobre experiencias consideradas intensas. Se me ocurrió hablar del alcohol como una especie de ostia laica compartida por mis amigos del bar, también escritores. De ahí salió la base de esa sección que después titulé La pasarela del alcohol. Pero me lancé a una escritura que no pudo detenerse, también me di cuenta de que venía hablando del alcohol como objeto de reflexión a partir de mi propia experiencia. Quería discutir también con las políticas de la felicidad y su modelo capitalista. Black Out no es tan personal. Creo que Black Out permanece opaco a mis verdaderos secretos y experiencias intensas.
En este esfuerzo por recuperar imágenes de tu vida, ¿qué te llamó la atención de tu propia historia?
No me movió el recuerdo ni la sublimación de una experiencia ni me llamó la atención mi historia como propia sino como un punto de partida para hacer una serie de micro ensayos sobre los barrios bajos, el ascenso social, los mitos de género, las mitología político literarias de un par de generaciones. Es un libro muy artificial aunque esté hecho de "efectos de realidad".
En el libro dices que comenzaste a beber para ganarte un lugar entre los hombres y que estabas convencida que las mujeres más que ganar la universidad tenían que ganar las tabernas. ¿Cuánto crees ayudó la ginebra y que frecuentaras el bar a que conquistaras un espacio en el periodismo y la escritura?
Bueno, me pareció una buena frase, un poco rimbombante. La escritura a veces inventa y no se la puede parar. Conquistar no sería la palabra. No me recuerdo deseando ser periodista y luchando por serlo sino llegando a serlo por identificación y posibilidad. La bebida forma parte de un código pero también las redacciones, los comienzos literarios de escritores no "oficiales", los atorrantes que leían por fuera de la institución de la universidad. Quise que el libro no se leyera literalmente como "mi vida", porque "mi vida" es un efecto cuidadosamente editado. Me acuerdo de esa señora que le decía a Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe: "¡ay, señor, cómo habrá sufrido usted en esa isla! Siempre lo cuento porque me parece ejemplar. La bebida ha sido en mí algo alejado de la escritura. Nunca bebí mientras trabajaba, se me dio espontáneamente. El motor químico de mi trabajo es la Coca light.
¿Qué otras cosas crees que aprendiste en el bar?
Me he divertido. En el bar asistí a las mejores performances orales que hayan existido: "un diálogo de Alejandro Horowicz con alguien cuyo nombre no recuerdo en torno a las posibilidades de uso de las manos del general Perón; el nacimiento de la canción "Corazón bandera" de Federico Manuel Peralta Ramos; la fundación, junto Miguel Briante, de la Orden del Escarabajo Borracho –un monstruo volador que bebía néctar hasta morir–; los monólogos de Daniel Crossa, seguramente mucho mejores que los de Lenny Bruce. Allí, Oscar Carballo me enseñó a ver Las Meninas de Velázquez en una clave libre de Michel Foucault. Y Norberto Soares, que solía decir enigmáticamente "pensar que perdí mi vida por una mujer que no era de mi estilo", me mostró las leyes de la novela negra –era tan extravagante que hablaba del escritor policial Raymond Chandler cuando otros hablaban del ideólogo marxista Frantz Fanon".
¿Aún existen esos bares y esos personajes que mencionas en el libro, como Alex Bar y Emilio, el mozo que te pasaba la cartera cuando tropezabas en la vereda?
Emilio era viejísimo cuando yo iba a Alex bar, debía tener cerca de ochenta años aunque se teñía el pelo de un negro rabioso que parecía tinta china. Debe haber muerto y ya no existe el bar. Pero hace poco me encontré con Héctor, el mozo del café La Paz. Era terrible. Si nos íbamos con alguien que no era nuestra última pareja, nos delataba. Manuel Puig le coqueteaba bastante.
No pude dejar de subrayar este término que varias veces mencionas en el libro: "la nostalgia del barro". ¿Qué abarca ese término para ti?
Es una traducción de una frase francesa que usa Tom Wolfe para describir la tendencia de cierta aristocracia a "rozarse" con las clases populares, una especie de esnobismo al revés. Colette lo decía en forma menos políticamente correcta: "tiene de la aristocracia la brutalidad y el gusto por los inferiores".
Hablas también de tu suciedad y de los malos olores. ¿Cómo es esto de que tu mugre tenía también una vertiente política?
Nuestra mugre –estoy exagerando, creo que sobre todo éramos desprolijos– imitaba la de la guerrilla en Sierra Maestra, la de la granja hippie de baño precario, era una divisa antiburguesa. La limpieza siempre supone un baño cómodo y agua caliente.
En el libro también te detienes en la menstruación, en las hemorragias que sufrías desde la adolescencia. ¿Cómo viviste la llegada de la menopausia y el fin de la regla?
Sin darme cuenta. Me sometieron a una operación de histerectomía. El fin del sangrado fue una liberación, un aleluya.
Tú fundaste una revista feminista, Alfonsina. ¿Aún sigues siendo feminista? ¿Cuáles crees son las batallas de las mujeres hoy día?
"Aún" no es el verbo para el feminismo de hoy que estalla en el movimiento Ni una menos que lucha contra el femicidio y se articula con otras reivindicaciones políticas urgentes como la legalización del aborto y la libertad de la líder popular Milagro Sala. Participé del paro del 8 de marzo. Hay en este feminismo una radicalidad que todavía no podemos leer en su alcance y dimensión. Y me emociona ver a tantas chicas muy jóvenes autoinscribiéndose como feministas ¡Ni una menos!