En el amplio mundo de la construcción, la participación femenina no supera el 9%. Cifras exactas no hay, más allá de las que proporciona la Cámara Chilena de la Construcción que considera únicamente a sus empresas asociadas. En ellas, la cifra alcanza un 21%.
Esfuerzos hay. Redes también. Y de a poco, comunidades que buscan que se gesten cambios en rubros altamente masculinizados en los que quizás se entendió tarde que la manera más efectiva de innovar –que ciertamente es lo que buscan– es diversificando los equipos.
Eso, María Paz Achurra lo sabe bien. Es cosa de ir a una obra, como dice ella, y ver que hay 500 hombres y dos mujeres. ¿Y qué hacen esas mujeres? Están barriendo los escombros.
Arquitecta de profesión pero ligada al mundo de la construcción desde siempre, en 2019 fundó RedMaestra, una plataforma y comunidad que capacita a mujeres en los oficios de la construcción (para ser gasfíter, electricistas, pintoras, entre otros quehaceres), entregándoles herramientas y desarrollando en conjunto las competencias de cada una. “Esta es una manera, y rápida por lo demás, de salir adelante. Es un espacio de crecimiento y desarrollo por el cual se puede ganar plata, se puede construir la propia casa, y así también emparejar la cancha”, dice. “Además, el oficio se aprende haciendo, no en una sala de clases. Por eso, para generar un ingreso masivo de mujeres al rubro, tienen que estar metidas en los oficios, en terreno, en la obra. Si esperamos a que haya directoras de empresas y gerentas generales, vamos a tener que esperar años”.
Aquí habla de la necesidad de generar comunidad entre mujeres en el rubro, de prejuicios, barreras de entrada y el imaginario histórico –y que intenta redefinirse, como muchos– que marca el mundo de la construcción.
“Uno de mis últimos trabajos, previo a fundar RedMaestra, fue en el Centro de Innovación de la Universidad Católica. En ese tiempo, me enfrenté a una realidad que ya había vislumbrado los últimos años pero que se volvía cada vez más evidente; las empresas ligadas a la tecnología y a la minería estaban haciendo esfuerzos monumentales por incorporar a mujeres en sus líneas, mientras que para el mundo de la construcción parecía no ser prioridad. Hablaban de innovación, de incorporar las últimas tecnologías, de los drones, pero no de que la forma más efectiva de innovar es diversificando los equipos.
Después, un 8 de marzo, mientras estaba trabajando en unos proyectos en Colchagua, abrí el diario local y vi que salían destacadas unas mujeres que habían construido sus propias casas. En ese momento, cual epifanía, supe lo que tenía que hacer.
Yo había estudiado arquitectura, pero desde que me titulé usé esos conocimientos para dedicarme a las ventas. Los últimos 20 años había estado trabajando en empresas proveedoras de la construcción; vendía wáters, cerámicas, cosas así, y ahí había conocido en primera fila las dinámicas del rubro. Iba a las obras a dejar las muestras y había muchos hombres y de repente, a lo lejos, una mujer. Ella barría los escombros.
Nunca vi a una mujer maestra, ni pintando, ni liderando cuadrillas. Entonces se volvió muy claro; nadie quería hablar de esto, pero era muy evidente que para generar un cambio en el rubro, había que incorporar a mujeres en los oficios. Para ellas, implicaría una manera rápida de salir adelante. Algo fácil, que se aprende haciendo, y por el cual se abre todo un espacio de crecimiento profesional y personal.
Yo tuve la suerte de tener un papá arquitecto que me enseñó a maestrear, y desde muy joven puse enchufes, pinté las piezas, taladreaba, pero qué pasaba con las mujeres que nacían en círculos de pobreza y que nunca habían visto en ese quehacer una oportunidad por el simple hecho de no tener referentes. Para ellas, quizás, ninguna mujer había trabajado en eso. No era común. Entonces cómo iban a ver esa posibilidad como una válida, rápida y viable. De contar con esos referentes, sería mucho más fácil ver que se puede ganar plata pintándole la pieza a los vecinos, pensé. Lo empecé a ver como una solución, con mayor impacto, para equiparar un sistema altamente discriminador y machista. Con esto, pensaba, las mujeres podíamos tener una herramienta más para salir en corto plazo al mundo laboral.
En el 2019 creamos la primera comunidad de mujeres gasfíter que, durante los primeros meses, fueron capacitadas en conocimientos técnicos. Mujeres que lo que necesitaban, tal vez, era sentirse parte de una comunidad y tener la oportunidad de desarrollar lo que les gustaba. Mujeres que tenían títulos universitarios que necesitaban reconvertir de manera urgente, porque estaban sumamente precarizadas en sus trabajos. O mujeres que no habían tenido mayores posibilidades de estudio pero que siempre habían hecho cosas manuales y que no querían estar sentadas en un escritorio. También mujeres que en algún momento tuvieron una relación con la construcción, pero nunca habían podido, desde los prejuicios y barreras del entorno, profesionalizarse. Muchas, entre un 60 y 70%, a cargo de hogares monoparentales.
Y es que era muy difícil evadir esa realidad; en mis 20 años siendo proveedora para empresas ligadas a la construcción, nunca había visto a mujeres en la obra. En un mundo híper machista, las barreras para nosotras son miles, lo sabemos bien. Y cada una de las que se nos acercó tenía algo que contar al respecto. A muchas no las habían dejado entrar al rubro, o se habían sentido solas y aisladas cuando entraron. Otras pudieron dedicarse por primera vez a lo que más les gustaba recién a los 40 o 50 años. A otra, incluso, su pareja le dijo que ella solo quería trabajar en la construcción para meterse a la cama con todos los colegas.
Las que habían logrado meterse, alguna vez, solo habían alcanzado el primer escalafón y habían sido jornales de aseo, que barren y limpian el lugar previo a la entrega. Un segmento que hoy sigue estando compuesto en su mayoría por mujeres y migrantes.
Era evidente que todas habían sufrido, de alguna u otra manera, las secuelas de un rubro híper masculinizado en el que se naturalizan prácticas nocivas y violentas. Porque no olvidemos que somos una sociedad que de por sí, sigue siendo muy machista. Los más jóvenes quizás se están pudiendo desarrollar de otra manera, y quizás ahora es más fácil de digerir que habiendo diversidad en los equipos, todos ganan, el ambiente mejora, hay menos pérdida de material y los buenos hábitos se contagian. Quizás no para el de 50 años que ya tiene ideas muy rígidas, pero sí en los polos, para el más joven y el mayor. Pero todo eso, hasta hace poco, no era así.
En ese sentido, RedMaestra ofrece una comunidad, para mujeres técnico profesionales que se quieren capacitar continuamente en el tiempo, en un país en el que los oficios y profesiones técnicas no tienen continuidad de estudio. Y el solo hecho de estar en un grupo de pares, hace que las cosas se remuevan. Muchas ahora están a cargo de equipos, desarrollando un oficio que les permite moverse, hacer, crear. Muchas de ellas nunca antes habían conocido a otra mujer gasfíter o electricista. No había nadie que las juntara. Además, se da paso a un traspaso de conocimientos porque las maestras más senior habilitan a las nuevas y hacen escuela. Y eso es importante, porque en estos rubros no hay profesoras ni relatoras mujeres, que compartan desde sus propias experiencias”.