María Soledad Zárate, historiadora y autora de Dar a luz en Chile, siglo XIX: “Si seguimos pensando que la historia de la asistencia de partos es solo la historia de los médicos, no vamos a cambiar el paradigma”

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El hombre que aparece en primer plano en la foto de portada del libro Dar a luz en Chile, siglo XIX, es Alcibíades Vicencio Tobar, un médico clave de fines del siglo XIX porque es uno de los primeros instructores de cursos de matronas. “En la foto está operando, y junto con lo impresionante que resulta hoy el que todos los que aparecen ahí sean hombres, otra cosa que sorprende es que ninguno de ellos está con guantes. En esos años las normas antisépticas eran muy poco seguidas y esto es importante para entender la historia de la atención del parto, ya que una de las razones para entrenar a matronas y para que los médicos tuvieran una participación más protagónica en esta experiencia milenaria, era que las mujeres experimentaban una alta tasa de mortalidad durante el parto”, explica Soledad Zárate, historiadora, académica del Departamento de Historia de la Universidad Alberto Hurtado y autora del libro. La primera edición de este texto fue en 2007, cuando el debate público sobre las condiciones que rodeaban la asistencia del parto, el alto número de cesáreas, las prácticas de los profesionales médicos y/o los vínculos que establecían con embarazadas y parturientas, estaba comenzando en Chile y gradualmente las ideas sobre “parto humanizado” y violencia obstétrica eran materia de preocupación de profesionales sanitarios, grupos de estudiantes, organizaciones privadas y ONGs.

Soledad cuenta –en el prólogo del libro– que al contactar a médicos y matronas para informarles sobre el desarrollo de esta investigación histórica, la recepción no fue del todo auspiciosa, al menos entre los primeros. “Algunos pensaban que sería interesante pues la asistencia al parto por parte de médicos y matronas era un símbolo del progreso de la medicina moderna, particularmente cuando se asociaba a la transición del parto domiciliario al hospitalario y a la disminución de los riesgos de hemorragias e infecciones puerperales. Pero también algunos sostenían que la historia de la medicina chilena ya había consignado el extraordinario papel que habían cumplido los obstetras en la atención profesional del parto y en la reducción de la mortalidad materno-infantil durante el mismo. En rigor, para ellos esta historia ya era conocida”, explica. Pero según aclara, eso no es totalmente cierto. “La historia de la asistencia del parto no puede reducirse solo a los hitos clínicos consignados por la bibliografía médica. La historia de la transición hacia la asistencia profesional del parto no fue protagonizada únicamente por los médicos, aunque su papel era el que más se había documentado hasta entonces; más bien se trata de un proceso compartido con las matronas, las parteras, y, sin duda, las parturientas. Aunque las fuentes documentales que registran la experiencia de estas últimas son escasas, estas existen y aportan información a la elaboración de un relato más balanceado”.

Y es que –como analiza María Soledad, también editora de Por la salud del cuerpo, Historia y Políticas Sanitarias en Chile, 2008; Camino al ejercicio profesional. Trabajo y género en Argentina y Chile, siglos XIX y XX, 2020– en la historia asistencial de parto efectivamente el proceso de medicalización llevó a una importante masculinización de la asistencia, pero ese proceso no puede negar que las matronas también colaboraron en muchas ocasiones, con diferencias y dificultades, a que no se perdiera el protagonismo de las mujeres. “Si seguimos pensando que toda la historia de los partos es la historia de los médicos y lo que ellos han hecho en ella, no vamos a cambiar el switch. Hoy los movimientos feministas, entre ellos los que luchan por el parto respetado, contra la violencia obstétrica, los derechos reproductivos y sexuales y el aborto, lo que están haciendo es reconstituir la voz de las mujeres, la agencia femenina en un proceso en el que son principales protagonistas. La medicalización del parto, de la asistencia de la madre y el niño, tuvo grandes beneficios, pero el proceso también tiene sombras; replegó la voz de las mujeres y lo que está pasando hoy, es que son las mujeres y las profesionales femeninas en su mayoría las que quieren reordenar este proceso y demandan mayor visibilidad de su experiencia y más derechos”, dice.

¿Por qué es importante reconstituir la voz de las mujeres en este proceso?

Los procesos de medicalización han ignorado a las mujeres y en muchas ocasiones han brindado buenas noticias en términos clínicos y sanitarios, pero han estado desprovistos de la agencia femenina. Y ¿por qué es importante? Porque el parto puede ser mucho mejor si las mujeres tienen mayor protagonismo, no es solo una cuestión de cifras, es beneficioso para todos que ésta sea una experiencia más feliz y completa. Pero antes de la medicalización, hace cien años, eso tampoco lo encuentras; no se hablaba de la experiencia de las mujeres como una experiencia feliz, sino que como una peligrosa, riesgosa, llena de incertidumbre, porque morir en el parto era frecuente. Y la voz de las mujeres no era considerada, porque era un grupo que a fines del siglo XIX y principios del XX tenía bajísimo acceso a la escolaridad, en cambio las mujeres de hoy estamos en una situación completamente distinta, nuestra participación en este proceso fisiológico no es solo porque somos mujeres, sino que porque tenemos conocimiento sobre nuestro cuerpo y sobre una experiencia que nos pertenece milenariamente.

En tu libro planteas que las razones de la medicalización del parto no son solo sanitarias, sino que también políticas y económicas ¿por qué?

Las razones son múltiples y el proceso es gradual. La medicalización del parto no es un proceso que se da en una década. En Chile se completa este proceso, es decir las mujeres terminan teniendo a sus hijos en los hospitales, recién en la década del 70. En la Unidad Popular se alcanza algo así como el 90% de los partos en recintos hospitalarios. En el siglo XIX la cifra es inversa, casi el 90% de los partos se dan en el domicilio con parteras. La razón sanitaria es una razón importante, pero también una razón fundamental es que en la medida en que se crea la carrera de medicina y dentro de la carrera hay formación obstétrica, los médicos necesitaban entrenarse y para eso convierten la Casa de Maternidad en Chile –un lugar donde las mujeres más pobres de Santiago iban a tener sus hijos– en un lugar de observación y atención clínica. Así, no solo en Chile, sino que también en el mundo, la atención del parto se convirtió en una prestación que gradualmente les interesa a los médicos porque con ella se van entrenando en lo que se llama clínica obstétrica y ginecológica.

Esta era una prestación que existía y lo hacían las parteras rudimentariamente, entonces lo que uno ve es que los médicos van a ir tomando protagonismo en la asistencia del parto cuando éste ya estaba en manos de parteras, y en su discurso la manera de desplazar a estas mujeres, describían que ellas trabajaban en condiciones antihigiénicas, sin conocimientos científicos; son acusadas en algunos casos de malas prácticas por recurrir a brujerías o a conocimientos no certificados. Lo que hace interesante esta historia asistencial, a diferencia de otras atenciones médicas, es que este mercado asistencial ya tenía oferentes y por tanto lo que tienen que hacer los médicos es desplazarlas, de hecho en algunos países las persiguen judicialmente. En Chile hay pocos casos de judicialización, pero lo que sí ocurría es que el número de médicos que existía hasta la década del 40, bajo ningún punto de vista podía cubrir esa atención, por tanto en muchos casos la persecución a las parteras es una discusión principalmente retórica. Los médicos no estaban en todo el territorio, recién en 1950, con el Servicio Nacional de Salud, comienzan a llegar a los campos.

También planteas que hay una relación con la demografía, y que “no hay nada más político que intervenir en la demografía”.

Cuando escribí este libro a principios de la década del 2000, los temas de género aún no estaban muy instalados en las universidades ni en el mundo político. Una de las razones para hacer esta investigación, es que me di cuenta de que la transición de la asistencia del parto realizado en la casa por parteras, a uno profesional realizado por médicos universitarios y matronas certificadas, es también una historia política. Lo que buscaba la clase política interesada en este tema, era revertir un bajo crecimiento demográfico y las precarias condiciones materiales en que los partos se producían, y eso es un objetivo político. Por eso, cuando aún hay quienes piensan que la historia de las mujeres es más bien anecdótica, poco importante, porque no forma parte de la historia política, es incorrecto. No hay nada más político que intervenir en la demografía. En el siglo XIX se construyó la República y todos los discursos nacionalistas dependían del crecimiento de la clase trabajadora y de la población en general. Por tanto, el acto de intervenir el nacimiento, es parte de la historia política y de género.

Y esto es interesante y un buen punto de partida para pensar no solo en el parto, sino que en la historia de las mujeres en general. Una de las barreras de la perspectiva de género es la banalización, por ejemplo, de esta investigación; es decir que esto no es importante y lo que yo creo es que no puede estar más en el centro de las discusiones políticas y republicanas.

¿Qué rol tiene la creación de la Escuela de Matronas en la historia de las mujeres?

Fue en 1834 y es muy relevante ya que genera una gradual disputa por el mercado asistencial del parto. Estas mujeres conforman, en rigor, el primer oficio sanitario femenino y formal: acceden al conocimiento, científico y limitado, pero conocimiento al fin, y esto es muy interesante en términos feministas. Al contar con escuelas de matronas o parteras certificadas, lo que uno puede deducir es que ser mujer no era la única cualidad para asistir el parto. Lo que pasa ahí es que si introduces conocimiento científico en las mujeres –una de las razones de la subordinación femenina es que tenemos desigual acceso al conocimiento– las ayudas a emanciparse, ya que en la medida en que se mantengan en la ignorancia, no pueden hacerlo. Así, una de las consecuencias de la creación de la Escuela de Matronas, es que se genera un oficio moderno, legítimo, pero que es solo femenino. Y evidentemente esto crea una disputa entre las mujeres que sí pudieron acceder a ese conocimiento y las que no, que siguieron asistiendo partos en el domicilio, pero las fuentes documentales nos enseñan que no fue solo una relación de confrontación, sino que también de colaboración.

Lo que yo creo que es interesante y es parte de las conquistas de los feminismos es la no idealización de las mujeres, también competimos y no tenemos porqué ser mejores que los hombres, ni más equilibradas, porque finalmente lo que hay detrás de esto es trabajo y si algo ha comprobado los feminismos, es que en la medida en que le niegas trabajo remunerado a las mujeres, las mantienes subordinadas.

¿Podríamos decir entonces que el único problema de todo este proceso es que termina en lo que hoy conocemos como “Violencia obstétrica”?

Este ha sido un fenómeno de luces y sombras; por un lado el parto hospitalario ayudó a disminuir los riesgos de muerte de niños y madres, pero también desvinculó a las mujeres de esa experiencia corporal, la terminó entregando y subordinado a lo que dice el médico y la matrona, y hoy lo que escuchamos en los movimientos feministas es que hay que retomar la voz y la experiencia de las mujeres, porque ambas se perdieron en el proceso de medicalización. El parto terminó siendo una experiencia fisiológica en la que hemos privilegiado la voz de los profesionales.

El hecho de que el parto se convierta en un proceso hospitalario mayoritariamente, lo mecaniza y privatiza. Las mujeres terminan confinadas y hablando solo con el médico y la matrona, y no con su familia y amigas. Tiene que ver con la idea que algunos plantean de la “mujer víctima de la ciencia del hombre”, aunque prefiero no hablar así porque eso perpetúa la idea de que las mujeres somos víctimas. Creo que lo que hay que hacer es visibilizar la agencia de las mujeres, antes que seguir reproduciendo la idea de que hemos sido víctimas de la historia; somos más protagonistas de lo que pensamos, lo que pasa es que la historiografía le ha prestado poca atención a esa agencia.

En los últimos años la tendencia es hablar de partos humanizados, incluso en Europa cada vez más mujeres piden parir en sus casas ¿Crees que la historia del parto será circular?

En esta historia hay muchas críticas al proceso de medicalización, pero no al aseguramiento de un parto cuidado clínicamente. Eso está bien, lo que se perdió en el proceso de medicalización del parto, es que mientras el parto sea normal, la mujer es un componente central porque la naturaleza así lo ha concebido. Y eso se perdió porque cuando lees la historia de la asistencia de parto; lo que lees es que la medicina se ha arrogado un protagonismo que le restó participación a las mujeres en un momento en el que ellas son claves. No me atrevo a predecir el futuro y decir que esto será una historia cíclica y que las mujeres van a volver a parir en sus casas como está ocurriendo en Europa. Y no me atrevo a decirlo porque en esto hay intereses cruzados. La tasa de cesáreas en Chile no es solo un fenómeno clínico, sino que también económico; la programación del parto y el valor de la ejecución de cesáreas nos hablan de un mercado asistencial del cual va a ser difícil que los médicos quieran restarse. No creo que cambie en un par de años porque hay un tema económico, pero lo que sí vemos ahora, es que los movimientos sociales y feministas han puesto sobre la mesa la importancia de que las mujeres –hoy con mucho más conocimiento que hace décadas atrás– vuelvan a ser protagonista de sus procesos sexuales y reproductivos, y en eso no debería haber vuelta atrás.

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