Manadas, monstruos, animales, enfermos. Con estos términos se ha descrito a menudo –en medios y redes sociales­– a quienes han ejercido violencia sexual contra las mujeres. El último caso ocurrió una semana antes de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer. La ciudad fue Buenos Aires, pero podría ser cualquiera de la región. Una violación a plena luz del día, dentro de un auto y en el turístico barrio de Palermo avivó el debate sobre el silencio cómplice de muchos hombres frente a los casos de abuso. Las consignas se viralizaron rápidamente en redes sociales: “Todas tenemos una amiga que sufrió abusos. Pero nadie tiene un amigo abusador. No dan las cuentas”.

En esta entrevista la periodista y escritora argentina Mariana Carbajal habla de cómo se ha naturalizado la violencia sexual en la sociedad y del papel que los hombres pueden desempeñar en la lucha contra la impunidad. La activista fue una de las impulsoras del movimiento “Ni una Menos” y es considerada una referente del periodismo con perspectiva de género en su país.

¿Corresponden estos casos a una cultura generalizada de abuso?

La naturalización de la violencia sexual en Latinoamérica es mucho más grave de lo que pensamos. Y esto tiene que ver con que las expresiones de esa violencia sexual tienen distinto tenor. Unas de las más extremas son estas violaciones en patota, como decimos en Argentina, o grupales, contra una mujer. Pero el abuso sexual en el ámbito de la familia es muy frecuente. No solo en Argentina, sino que en toda la región.

Muchas situaciones, algunas que han sido denunciadas y otras que no, son ejercidas por personas que están a nuestro alrededor: un médico, un empresario, un profesor de baile, un padre, un juez. Personas que después siguen su vida.

Cuando hay un mensaje de impunidad de parte de la justicia, de los medios, cuando se pone en cuestión la palabra de las víctimas, cuando no hay una escucha empática incluso en los mismos entornos familiares, cuando las mujeres silencian estos hechos, lo que se está construyendo es un contexto de impunidad. Y la impunidad favorece la repetición.

No son entonces casos aislados.

Hoy, a partir de las luchas feministas, las mujeres se animan cada vez más a romper ese silencio, pero esos varones que cometieron estas conductas indebidas, delictivas, abusivas no eran uno solo.

¿Crees que deberíamos entonces dejar de hablar de “manada”, “bestias”, “animales”?

Completamente. No son una manada, y esto por respeto a los animales. Los animales se agrupan para protegerse, para procurarse alimento, para migrar. Se organizan. Pero no para hacerle el mal a otro de su especie o a otra especie. Quizás nosotros los periodistas en la simplificación o en el impacto mediático que buscamos, a veces, utilizamos mal los términos, pero estamos en un momento de reaprender.

Creo que definirlo como una monstruosidad nos resulta cómodo y tranquilizador. Porque son los otros, los del otro lado de nuestra normalidad. Lo que estamos planteando es que se trata de varones que están socializados a nuestro alrededor. Eso no quiere decir que todos los varones tengan conductas de violencia sexual, pero sí que muchos hombres que no las tienen, no las frenan cuando las ven de cerca.

¿Existe un silencio cómplice por parte de la población masculina en cuanto a los casos de abuso?

Sí, mi invitación en la jornada del 8M fue que los hombres intervengan en los chats de papás, de fútbol, de compañeros del colegio. Que frenen los chistes machistas, los videos sexuales u otras conductas que consideren indebidas, aunque se sientan en minoría. No aplaudan, no festejen, empiecen a poner ese freno. Porque nosotras estamos hartas de decirlo.

Son cosas pequeñas que pueden cambiar un poco esta normalización.

Si se quieren sumar realmente para construir una sociedad mas igualitaria, más inclusiva, más diversa, sin violencias, entonces que tomen ese compromiso. Por supuesto que me van a decir “no es lo mismo una violación grupal que un chiste machista”. Claro que no es lo mismo. Claro que las violencias tienen distintas expresiones. Pero la repetición de esos chistes homofóbicos, sexistas, la repetición de la sexualización de las mujeres en las redes, de la cosificación, es lo que favorece y alimenta que algunos hombres, no todos, consideren a su pareja, expareja, a una chica que pasa por la calle, como parte de sus posesiones al punto de apropiarse de esos cuerpos sin consentimientos.

¿Qué rol tiene la educación sexual?

La educación sexual es el gran reclamo que venimos haciendo en Argentina. Tenemos una ley desde el año 2006 que se va implementando pero lentamente. Todavía falta profundizar la educación sexual integral que llegue de forma transversal en todos los niveles educativos. Es la herramienta federal que nos permite trabajar a largo plazo en la prevención del abuso sexual en las infancias, de los noviazgos violentos y de los embarazos de adolescentes no planificados.

A nivel regional, más mujeres se atreven a denunciar abusos, pero sigue existiendo mucha impunidad en la justicia

La justicia es el poder que menos ha avanzado en la incorporación de perspectiva de género. Muchas veces no se cree a las mujeres, se les somete a pericias cuando con otros delitos no se hace. Las mujeres tienen su propio tiempo para hablar y a menudo éste no coincide con los plazos de la justicia para investigar estos casos. Aún no se entiende que a veces las mujeres no pueden denunciar porque la persona que abusó o violó es de su entorno cercano o porque no tienen a quién recurrir.

También hay vergüenza y culpa.

Muchas veces la mirada de la sociedad sobre las víctimas es una mirada que las culpabiliza. Comentarios como “iban vestidas así, ella quiso y después no”. También es algo que tenemos que deconstruir. Entender cómo acompañar a las sobrevivientes de violencia sexual para que haya una reparación a ese daño que se les hizo.