En su libro La guerra no tiene rostro de mujer, la escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich decía que todo lo que sabemos acerca de la guerra, lo hemos aprehendido a través de la voz masculina. “Ha habido miles de guerras, grandes y pequeñas, conocidas y desconocidas. Sin embargo, siempre han sido hombres escribiendo sobre hombres”. Con esta frase, Aleksiévich apunta al concepto de la historia ‘oficial’, contada por generaciones y centrada en aspectos geo-políticos. Un relato único que poco ha profundizado en el cotidiano y que ha dejado en segundo plano el protagonismo que las mujeres han tenido en los conflictos armados.

Sin embargo, esos relatos de lo íntimo -dice- contienen una riqueza particular que la Historia no ha sabido recoger. “En lo que narran las mujeres no hay, o casi no hay, lo que estamos acostumbrados a leer y escuchar: cómo unas personas matan a otras de forma heroica y finalmente vencen (…) La guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio. Tiene sus propias palabras. No hay héroes ni hazañas increíbles, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana. En esta guerra no solo sufren las personas, sino la Tierra, los pájaros, los árboles”.

Al parecer, esa noción de un único relato oficial cambió en el conflicto armado que existe hoy entre Rusia y Ucrania. O al menos así lo vio la periodista Mariana Díaz (37), corresponsal de Canal 13 y una de las pocas chilenas que estuvo reporteando en Kiev, ciudad que se transformaría en el epicentro del conflicto. Desde Roma -donde se encuentra actualmente-, cuenta que en la cobertura se vio un trabajo paritario con los compañeros hombres, aunque sostiene que aún quedan cosas por mejorar en términos culturales para las comunicadoras. “O sea no puede seguir pasando que te pregunten con quién vas a dejar a tu hijo (si te vas a la Guerra) o hace cuánto que no lo ves. Eso no se le pregunta a un reportero. Yo sentí ese cuestionamiento desde colegas, amigos y mi círculo. Me decían: ¿Qué pasa con tu hijo? ¿No te da miedo estar aquí si tienes un hijo?

Como corresponsal te ha tocado cubrir diversos temas a nivel internacional, pero nunca habías ido a una guerra, ¿Por qué decidiste ir en este caso?

Fui a Ucrania, por primera vez, a fines de enero y me quedé por dos semanas. El conflicto, en ese momento, estaba en el Donbás, que es la región donde están las dos ciudades separatistas que son Donetsk y Luhansk. Ahí ya se estaba generando una escalada de tensión militar, entonces me parecía interesante ver lo que estaba pasando. Eso fue 3 semanas antes de la guerra en la que estamos ahora. Aunque la situación ya era complicada, en Kiev no había una percepción real de peligro. La vida seguía normal. Nadie se ponía en la posición de huir de las casas o de vivir un bombardeo. No se tenía esto en la cabeza.

Luego yo regresé a Roma, que es donde vivo, y cuando empezó la escalada y amenazas de Vladimir Putin, con Canal 13 decidimos que era la hora de partir, con la idea de ir al Donbás. Llegamos el miércoles por la tarde a Kiev, y ya en la noche cerraron el espacio aéreo. Ahí fue cuando cayeron las primeras bombas en Ucrania. Entonces, esto de ir fue más bien por contar a Chile qué es lo que estaba pasando con este conflicto del que poco se sabía.

Cuando llegaste y se declara la guerra, me imagino que hay un punto de no retorno en cuanto a las tensiones, ¿Nunca te frenaste por el miedo?

No me crea problema admitir que sí tenía miedo, eso es súper humano, porque a cualquiera le hubiese dado susto una situación así. Es algo fisiológico. Entonces, había un cierto temor personal, porque además tengo un hijo y había que solucionar temas logísticos porque no sabía cuánto tiempo iba a estar afuera. Estaba eso, pero mi reportera interna siempre supo que había que ir para allá. Me tomé menos de un día para analizar la situación, acallar ese temor y decir ‘ok, tengo que ir porque profesionalmente es necesario contar lo que está pasando’.

En la Guerra se ve lo peor y más cruel de la humanidad, ¿tuviste algún momento, en lo cotidiano, que te hizo tomar el peso de eso?

Más que un momento, me impactó lo absurdo de la guerra. Uno puede entender las motivaciones políticas, pero es absurdo que por eso, millones de personas estén sufriendo de una manera inhumana. No es normal que por ansias de poder o límites territoriales o política, la gente tenga que pasar por lo que están pasando. En el refugio vi muchos niños que intentaban abstraerse y le preguntaban a los papás que cuándo iba a terminar todo. Para mantener ciertas dinámicas, los niños jugaban a ir al colegio y ponían escritorios y cuadernos para simular que estaban ahí. Ver eso era terrible, porque tampoco se sabía cuando se iba a acabar todo. Cuando nos íbamos a dormir, pensábamos quizás mañana sea mejor, que habría alguna respuesta o que las conversaciones evolucionarían, pero nunca pasaba nada. El día siguiente siempre era peor que el otro. La gente se empezaba a sumergir en la incertidumbre porque no sabían si seguir en el refugio, regresar a la casa, o convertirse en un refugiado

Ese tipo de cosas impactan, y también lo que sucede en el día a día. En las noches, por ejemplo, hay que vivir como escondidos. En los edificios hay que estar con las luces apagadas o vivir con antorchas para que nadie vea que hay gente ahí, porque del momento en que se sabe, puede haber un ataque. También hay que desactivar la geolocalización de los teléfonos y estar alejados de las ventanas por los bombardeos.

¿Hasta qué punto se normaliza la violencia en un contexto de guerra?

Eso es bastante extraño, porque el bombardeo en sí, creo que nunca se acaba por normalizar. Lo que sí uno normaliza son las sirenas, que te avisan que hay una actividad anómala en los cielos. Eso se normaliza respecto a los primero días que se escucha. A penas sonaba la alarma, nos encerrábamos en el baño o en el refugio y listo. Pero el miedo de que pasara algo grave estaba latente.

En tiempos de crisis, habitualmente sucede que las personas tienden a generar redes de apoyo o establecer ciertas dinámicas entorno a la solidaridad, ¿Ocurrió esto en Ucrania?

Sí, de hecho me acuerdo que llevaba tres noches sin dormir literalmente, y tenía un despacho para el noticiero central a las 2 de la mañana. Esperando, me quedé dormida sentada en una silla, y al día siguiente, me di cuenta que alguien me había tapado con una frazada. No sé quién fue, pero lo encontré bonito. Fue un gesto simple en una situación extrema, donde las frazadas tampoco abundaban. Eso me dio esperanza.

También habían algunas dinámicas que se daban en el refugio para hacer el día a día más llevadero. Las personas empezaban el día muy temprano, tomaban desayuno en un comedor y mantenían una cierta rutina. En la tarde se reunían en sillas a conversar y compartir información. Eran momentos para pasar el tiempo. También estaba el momento de las despedidas, cuando la gente decidía huir y transformarse en un refugiado de guerra. Uno se despedía de ellos con la incertidumbre, de verdad, de si los iba a volver a ver o no. Habían familias que se separaban por completo, y uno veía estas despedidas que se daban en el estacionamiento de este refugio. Imposible no empatizar con eso.

La escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich en su libro La guerra no tiene rostro de mujer, afirmaba que todo lo que hemos conocido acerca de la guerra, lo hemos escuchado a través de los relatos y la voz masculina. Como periodista, ¿Crees que eso tuvo un giro en este conflicto?

En este caso había varias mujeres trabajando como corresponsales. No sé si más o menos que en conflictos anteriores, porque para mí es el primero, pero presumo que eran más. Respecto a esto, tengo opiniones encontradas, porque por una parte me interesa destacar que las mujeres podemos hacer este trabajo. Creo que los medios y la industria tienen que darse cuenta de que una corresponsal mujer puede cubrir cualquier tema y que la guerra no es cosa de hombres.

Ahora, de ahí a que le demos un enfoque distinto, no lo sé. Porque cuando uno va a la guerra se tiene que adoptar un enfoque humano, donde las personas vayan al centro. Una mirada honesta y que privilegie la información. En ese sentido no sé si se puede hacer una distinción de género. La única opción que tenemos en la guerra es ser buenos periodistas, y eso va más allá del género. Podemos contar las cosas de igual medida, en el entendido que nosotros no somos los protagonistas de la noticia, sino que es la gente y, como comunicadores tenemos la misión de entregar esa voz.

Lo que hay que cambiar es el contexto. No puede seguir pasando que te pregunten con quién vas a dejar a tu hijo o hace cuánto que no lo ves. Eso no se le pregunta a un reportero. Yo sentí ese cuestionamiento desde colegas, amigos y mi círculo. Me decían: ¿Qué pasa con tu hijo? ¿No te da miedo estar aquí si tienes un hijo? Esa es la parte que hay que subrayar.

Históricamente las mujeres han sido las encargada de los cuidados y de organizar el tejido social. ¿Cómo se dio eso en Ucrania? ¿Qué rol cumplieron las mujeres?

Por la Ley Marcial -un estado de excepción que restringe una serie de libertades a los ciudadanos-, pasó que las mujeres se fueron del país, mientras los hombres se tenían que quedar a combatir. Por esa situación, pasaba que se cuidaban mucho entre ellas y también a sus hijos. Se daban fuerzas mutuamente, porque era lo único que les estaba quedando. Por otro lado, también hubo mujeres que se unieron al Ejército a raíz del llamado del presidente Volodymyr Zelensky, a que toda Ucrania, sin distinción de género, se uniera al combate y lucha contra la invasión. Eso fue por amor al país, a la familia y el instinto a defender sus cosas.

Más allá de lo profesional, ¿Con qué aprendizajes te vas para tu casa?

Primero que todo con priorizar las razones por las que uno tiene que enojarse o entristecerse. Uno a veces se angustia por cosas cotidianas cuando los problemas reales son otros. Y también ver lo esencial de la vida. Me pasó que me fui con una maleta de 25 kilos y cuando tuvimos que bajar al refugio, porque venía un bombardeo, lo primero que saqué fue el material de trabajo, y un dibujo que me había hecho mi hijo. Ahí uno se da cuenta que todo el resto de las cosas no sirven y que lo que necesitas realmente, no es tanto. Y que la vida te puede cambiar en cualquier momento. Porque el martes en la tarde la gente en Kiev estaba en el colegio, restaurantes o el cine, y el miércoles ya estaban planeando la fuga. Esa frase cliché de que la vida puede cambiar es real y hay que saber adaptarse de manera permanente.