Cuando Mariel Mariel (35) ganó en mayo de 2016 el premio Pulsar como mejor artista de música urbana, la cantante, en pleno escenario, explicó que fue víctima de acoso a los 20 años, cuando estaba en la universidad. Ahí mismo dijo que no lo iba a volver a permitir. Hoy, a casi un año de su mediático testimonio, Mariel Villagra, hija del reconocido folclorista Pedro Villagra (Santiago del Nuevo Extremo, Inti Illimani), lucha contra este tipo de abusos a través de su música combatiente.

Ñuñoína, ex alumna de un colegio de monjas y fanática de la música desde pequeña, Mariel vivió en México durante siete años. Allá, lanzó dos discos (La música es buena, 2011 y Foto pa ti, 2015) y se hizo conocida. Ahora está de vuelta en Chile, y tiene dos grandes desafíos: en marzo será uno de los platos fuertes de la segunda versión del festival feminista Ruidosa Fest,  y a principios de abril será una de las cantantes nacionales que tocará en Lollapalooza.

Mi papá me empujó al escenario desde chica. Empecé a cantar con él para su grupo Pedroband, cuando estaba en el colegio. Conocí la parte buena y la difícil. Heredé el oficio: ser músico antes que famoso. Con esa identidad siento que llevo la música chilena en mi sangre. Nos gusta tocar en vivo juntos. Siempre tocamos la canción Demonios y Ángeles.

Soy de la generación de MTV Latino. Ahí mostraban que toda la movida musical estaba en México. Tenía inquietud por conocer el mundo y me fui el 2009 a ese país. Sabía que en los '90 Monterrey tuvo mucho protagonismo musical y eso me atraía. Si bien di vuelta por otros países como Inglaterra, sentí que quería hacer música latina: escribir canciones en español –más que por revalorizar el idioma en sí, porque es una lengua que nos une a todos como continente– y potenciar nuestra identidad. Hice varios viajes hasta que me fui a vivir a la Villa de Guadalupe, donde está la basílica de Guadalupe y todo su culto religioso, lo que me permitió conocer más la cultura, las tribus urbanas y su relación con la religión.

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El acoso sexual influyó con mi partida. Cuando estaba en segundo año estudiando Teoría de la Música sufrí acoso sexual por mi profesor, se aprovechó de mi condición de estudiante y luego me vi amenazada académicamente. Eso hizo que me sintiera apestada de Chile y vi que el panorama para mi vocación no era muy prometedor.

Toda mi carrera es un ejemplo del movimiento feminista. Mi búsqueda musical ha sido larga, muy ecléctica y de distintos estilos. Pero este compromiso con el feminismo es reciente. Desde que hice la denuncia del abuso en los premios Pulsar sané una herida y me doy cuenta que la fuerza de mi proyecto musical tiene que ver con eso. Toda mi carrera es un ejemplo de eso, quizás tampoco me había dado cuenta. Lo importante es que me he mantenido fiel a querer trabajar en pro de la música y no de otras cosas. A mí los oportunismos de género no me interesan. No me voy a agarrar a alguien para conseguir un trabajo.

Si me preguntan por mi género musical, diría que es flow latino. Traje para acá lo que estaba haciendo en México: desarrollamos música con coreografías con la ayuda de la bailarina Ana Albornoz. La llamo "flow" por sus elemento urbano (mezcla de reggaetón, electrónica, pop y hip hop),  de improvisación (freestyle) y también "latino", porque es de acá, y con un contenido intelectual potente. Yo digo 'vamos a pensar, vamos a defendernos, vamos a discutir'. La escena urbana es machista, liderada por los hombres, y yo, desde lo que toco propongo este nuevo escenario.

Me gusta el reggaetón pero si es machista lo voy a combatir desde mi música. No lo discrimino. Para mí, es música. Los mensajes misóginos no me identifican, pero por eso me defiendo desde mi lugar. Soy anti censura, no puedo reprimir las formas de expresión del otro. Si un reguetonero se quiere expresar, allá él. Soy de la idea de que hay que expresar el arte.