Marissa Cooper es una de las cuatro protagonistas de la serie The O.C. que se estrenó en 2003 y tuvo dos gloriosas —y otras dos no tan gloriosas— temporadas. The O.C. transcurría en un lugar paradisiaco de la costa oeste de Estados Unidos al que solo acceden los verdaderamente ricos y famosos: Newport Beach en Orange County. De ahí su nombre. Con playas interminables de arena blanca que hacían de ante jardín de las casas más increíbles nunca vistas, The O.C. me cautivó desde el primer momento.
Pero si las locaciones eran atractivas para una joven impresionable como mi yo de 13 años, los personajes arquetípicos adolescentes eran todo otro tema. La serie seguía a un grupo de cuatro amigos que, por cosas del destino, terminaban uniéndose a pesar de no tener mucho en común: uno era un nerd adicto a los comics, la otra una fashionista mandona, el tercero un chico de un barrio pobre que fue incorporado al grupo después de una dudosa adopción ilegal por parte de los papás del primero, y la última, mi favorita, una adolescente con serios problemas familiares y de autoestima que fue sin dudas mi primer girl crush: Marissa Cooper.
“Coop”, como le decían sus amigos, y yo no teníamos nada, pero nada en común. Hago hincapié en este punto porque pareciera ser que mientras más lejano el objeto de deseo, más atractivo se vuelve. Ella era alta y rubia, de piernas interminables. Con un sentido de la moda que probablemente ahora sería cuestionable, pero que para los inicios de los 2000′s me tenía tardes enteras recortando tul y fabricando mi propia bisutería en perlas para emular alguno de sus outfits. Yo quería vivir y respirar el aire de Marissa, aunque en el fondo sabía que nada nos unía.
Pero la obsesión era real. Recuerdo que los miércoles, el día en que se transmitía el programa por cable, comenzaba a la misma hora que terminaba mi entrenamiento de gimnasia. La logística para llegar en menos de 5 minutos a la casa y solo perderme el recuento del capítulo anterior era compleja, pero se lograba. La próxima hora la pasaría pegada a pocos centímetros de la pantalla de mi pequeño televisor que había logrado convencer a mis papás que me dejaran tener en la pieza. De esos con pantalla curva de vidrio que parecían una caja negra con algo misterioso adentro. Cuando terminaba el capítulo de la semana, comenzaba la siguiente fase: recopilar manualmente el soundtrack de las escenas en las que Coop había participado, fotos de sus outfits y ver cómo recrearlos.
Marissa era una adolescente que amaba el drama y que se vestía con los colores del arcoíris. Todo lo que le importaba era salir, pasarlo bien con amigos, generar malos entendidos para crear conflicto con su novio que moviera el clímax del capítulo y participar de la actividad que se estuviese organizando en ese momento en Newport. Y quizás eso la llevó a un final tan precipitado en la serie. De golpe Marissa perdió la vida en un trágico accidente y yo perdí mi razón para ver The O.C.
Quizás los guionistas no vieron una forma de hacer evolucionar el personaje desde esa caricatura adolescente hacia una versión adulta de sí misma, menos extrema y melodramática. Yo, por mi parte, sufrí su pérdida y nunca más me pegué a la tele los miércoles por la noche para ver la serie. Pero quizás debo agradecerle a Marissa, porque haberla perdido me ayudó a descubrirme a mí, mi amor por los neutros y la aversión al drama.