En octubre el Congreso rechazó el Proyecto de Ley de Educación Sexual Integral (ESI) que proponía modificar dos aspectos claves que hasta ahora han definido la educación sexual en el país: su obligatoriedad solamente a partir de Primero medio y su enfoque exclusivamente biológico y ligado a la salud reproductiva.
Desde entonces, los defensores del proyecto se han manifestado para dejar claro que la ausencia de un marco legislativo común da paso a que no se aborden temas que son de suma relevancia para la disminución de abusos y violencias sexuales –como lo son las temáticas de género, la afectividad, el placer y el consentimiento–, y que en otros países que cuentan con una ley de educación sexual integral se empiezan a abordar desde la infancia temprana. Es el caso de Canadá, por ejemplo, donde los programas de educación sexual se implementan a partir de kínder.
Aun así, y a pesar de que hoy en día son los mismos jóvenes los que conciben la educación sexual como un derecho, el proyecto de ley fue archivado y la situación permanece por ende igual desde 2010, año en que se promulgó la Ley 20.418 que fija normas sobre información, orientación y prestaciones en materia de regulación de la fertilidad y que establece que todos los colegios tienen la obligación de entregar información acorde a la edad y sin sesgo desde primero medio con tres objetivos específicos: reducir las infecciones de transmisión sexual, los abusos sexuales y el embarazo adolescente.
Sin embargo, la ley postula que cada establecimiento puede elegir de acuerdo a sus propios principios, proyectos y creencias qué programa de educación sexual enseñar, lo que implica que la formación recibida por los jóvenes finalmente depende del establecimiento educativo al que asisten. Esto, como explica la economista y Asesora Regional de Educación en Salud de la UNESCO, Mary Guinn Delaney –cuya sede actual es la oficina regional de Santiago y que de 1993 a 1996 dirigió el programa de Sida del Global Health Council–, es reflejo de un conservadurismo muy arraigado a nivel social. “La no aprobación del Proyecto de Ley de Educación Sexual Integral es una oportunidad perdida. No contar con este marco legal implica que los establecimientos educacionales puedan elegir qué información entregar y poner el énfasis donde quieran. También permite que la sexualidad sea presentada como un peligro que hay que evitar, y eso es negar información necesaria”, explica.
Aun así, Delaney es enfática al plantear que no todo está perdido; existe una malla curricular que exige que los temas de sexualidad se aborden, incluso si el foco es mayormente biológico y dirigido a la prevención de embarazos, y con eso se puede hacer mucho. “Hemos podido ver a través de una revisión curricular en conjunto con el Ministerio que existen oportunidades para profundizar en ciertos temas. Y en eso, desde la UNESCO estamos dispuestos a apoyar para que no exista un bloqueo total”.
Al rechazar el Proyecto de Ley de Educación Sexual Integral que, entre cosas, buscaba desplazar el foco netamente biológico, ¿cómo lo hacemos para tener una educación sexual no sexista y no discriminatoria?
Aprobar esta ley hubiese sido un avance muy importante porque implica reforzar la idea del Estado como garante de derechos básicos. Con la ley vienen recursos, estructuras y capacitaciones para implementarla, y no contar con eso alude finalmente a un problema histórico: la falta de compromiso con el principio de libertad de enseñanza. Aun así, hay oportunidades curriculares para profundizar en ciertos temas. Desde la UNESCO hemos trabajado lineamientos que pueden servir para orientar a los establecimientos educativos. No se trata de algo que queremos imponer, sino más bien de fijar ciertos ejes claves que puedan ser abordados, incluyendo por supuesto la biología y salud reproductiva, pero además la violencia de género, la seguridad personal, consentimiento, los valores y derechos de cada cual y la ciberviolencia, entre otros. Esto es para que haya una base en común y exista mayor equilibrio entre la biología y la construcción social de la sexualidad. Para que así también las normas culturales no sean una excusa para no abordar ciertos temas que tienen que ser abordados.
La Ley 20.418, como está planteada hoy, deja que la educación sexual impartida dependa del criterio de cada establecimiento. Esto al final termina siendo una propuesta ideológica. ¿Cuáles son los riesgos de esto?
Eso va muy en la línea de cómo se entiende la educación en Chile; que depende principalmente de tu sector o creencia religiosa. Por eso, ante la ausencia de una ley u obligación de entregar una sola definición de educación sexual, que viene desde lo más central, cada uno puede poner el énfasis donde quiera. Tomemos la abstinencia como ejemplo. Obviamente funciona para prevenir, pero sabemos que no solo no funciona como método educativo, sino que incluso hace daño. Cuando toda la vida has dicho no, si de pronto es sí, no cuentas con las herramientas para negociar el uso de condón, para enfrentar la violencia o la manipulación psicológica. La ausencia de un marco legal permite que este sea un posible enfoque y que la sexualidad se presente como un peligro que hay que evitar. Eso es negar información que es sumamente necesaria”.
Según un estudio dirigido en 2018 por la académica de la Universidad de Indiana, Debby Herbenick, los niños tienen alrededor de 12 y las niñas alrededor de 14 cuando ven pornografía por primera vez. El acceso a contenido sexual lo tienen desde mucho antes. ¿Por qué, entonces, resistirse tanto a que exista una educación sexual integral desde la primera infancia?
Ahí hay un claro ejemplo de adultocentrismo. El temor es a reconocer que un porcentaje muy alto del contenido que circula en internet es sexual, que nuestros hijos tienen acceso a la pornografía y que incluso, de no haber otra herramienta, esa puede pasar a ser la herramienta educativa principal. Todo está ahí a libre disposición. En ese sentido, la ESI desde una edad razonable sirve también para combatir las pésimas y falsas representaciones de la sexualidad y de la fisiología de las personas. Que se resista tanto, entonces, es una contradicción. Creo que los adultos, de hecho, no sabemos cómo ni para qué están usando las tecnologías los más jóvenes, y solo lo podemos saber preguntándoles a ellos mismos. Tenemos que ser más humildes en eso y hacer las preguntas adecuadas.
¿Cuál es el pronóstico a nivel local?
A nivel social hay mucha más conciencia y los jóvenes lo están exigiendo como un derecho; entienden la educación sexual integral como parte de su derecho a la información y eso es importante. Y, si bien este año mucho se ha perdido en el contexto de la crisis sanitaria, también mucho ha quedado más visibilizado y en evidencia. Sabemos que los índices de violencia de género siguen altísimos, que hay más violencia intrafamiliar y embarazos no planificados. Por lo que se renueva la presión para retomar un proyecto de ley. Hay muchos profesores que se angustian y se preocupan, están viendo actitudes homofóbicas y violencia de género y quieren poder responder.
El 1 de diciembre se conmemoró el Día Mundial de la Lucha contra el Sida. ¿Cómo se percibe hoy en día el Sida en el imaginario colectivo?
He trabajado en esto desde los ochenta, en África y en otras partes de Latinoamérica, por lo que veo todo lo que ha cambiado. Pasamos de un escenario en el que no había más que hacer que ser solidarios y acompañar a aquellos que estaban muriendo, a saber que existen tratamientos antivirales efectivos. En ese entonces, se peleaba por el acceso a algún tipo de tratamiento o incluso por algún médico que supiera de que se trataba. Existía mucho pánico y discriminación. Eso también abrió muchas puertas para la educación sexual y la prevención, motivada por el miedo. Finalmente, en 2001 el mundo reaccionó con un montón de fondos que no estaban antes. Ha habido avances pero también sabemos que hay muchos factores que están en cuestión: no es lo mismo para una persona transgénero o para alguien de escasos recursos. También, si bien ha habido avances en términos de discriminación, hace poco se publicó un informe de la ONU en el que se pregunta si “comprarías fruta de alguien que tiene VIH” y en Guatemala más del 60% respondió que no. En Chile ciertamente las actitudes de los jóvenes frente a la diversidad sexual ha mejorado en estos últimos cinco años, pero sigue habiendo mucha desinformación respecto al VIH. Se ha perdido una masa crítica de conocimiento en nuevas generaciones que es importante.
Un informe de la UNESCO planteó que alrededor de 5.500 mujeres jóvenes de entre 15 y 24 años se infectan con VIH todas las semanas, a nivel mundial. Cuando terminan la escuela secundaria su riesgo de contraer se reduce en un 50%. En ese sentido, ¿cuál es el rol que juega la escolaridad?
Sabemos que los años de escolaridad son protectores para muchas cosas, tanto en el presente como en el futuro. Implica tener mejores trabajos, ingresos, pero definitivamente en salud sexual y reproductiva en general, el acceso a la educación y poder completar la educación secundaria es muy importante. Incluso si el enfoque es netamente biológico, implica contar con mayores herramientas y recursos. El cuidado que ofrece el ámbito escolar termina facilitando una planificación de vida, el autocuidado y una presión positiva de los pares.