A fines del año pasado, la periodista y columnista británica Caitlin Moran, inició un debate en redes sociales luego de consultar por Twitter a sus seguidores cuáles son las dificultades de ser hombre: "Siempre hablamos de cuáles son las desventajas de ser mujer, pero ¿qué está pasando con ustedes muchachos?". Las respuestas fueron miles y de todo tipo. Muchos hombres agradecieron la invitación a reflexionar sobre la otra cara de la brecha de género. En tiempos de feminismo parece relevante cuestionarse también qué pasa con lo masculino. ¿Es posible que en esa masculinidad tóxica este la traba que retrasa los cambios sociales que necesitamos?  
Son las seis de la tarde y la lluvia cae con fuerza sobre las calles del centro de Valparaíso. Cerca de 40 personas -mayoritariamente hombres- se reúnen en una sala de un centro de eventos para asistir a una presentación sobre sexualidad masculina y mandatos patriarcales organizada por la Oficina de Diversidad Sexual del municipio de esa misma ciudad. Pedro Uribe es psicólogo y se ha enfocado en dictar este tipo de charlas desde que volvió de realizar una especialización en España donde participó por primera vez de Homes Igualitaris, una agrupación de hombres que cuestionaban el modelo de masculinidad hegemónico actual.
Durante la presentación, Pedro, creador de la agrupación Ilusión Viril -dedicada a educar e informar a la comunidad acerca de temas vinculados a la masculinidad-, explica uno a uno los denominados mandatos patriarcales. Se trata de distintas premisas que definen cómo debe actuar un hombre y que dan forma a una masculinidad tóxica que gobierna la mayoría de las relaciones interpersonales en la actualidad, y cuyos efectos negativos no sólo afectan a mujeres sino que resultan nocivas incluso para ellos mismos. 
Según él, una de las aristas de la masculinidad tóxica es la exacerbada importancia que se le da a la virilidad. Existe una preocupación constante por ser capaces de satisfacer al otro desde una perspectiva sexual. Uribe explica que gran parte de la seguridad personal del individuo está puesta en eso, lo que lleva a hombres jóvenes a consumir medicamentos como viagra o drogas recreativas con la expectativa de que éstas potencien su desempeño sexual. El problema, agrega, es que al existir esta exigencia de rendimiento sumado a la idea de que los hombres deben ser infalibles hace que las consultas por disfunciones sexuales se retrasen. Según cifras, los hombres se demoran en promedio entre dos a tres años en consultar a especialistas por este tipo de problemas, y muchas veces lo hacen sólo por presión de sus parejas. Para Uribe este retraso genera daños en las relaciones que, de no ser por las ideas de masculinidad tóxica que se encuentran profundamente arraigadas en la mente de muchos hombres, podrían evitarse. 
Pedro plantea, además, que si bien cada vez existen mayores incentivos e instancias para que los hombres puedan comunicarse también en lo emocional y lo afectivo, la concepción paternalista del hombre sigue estando vigente. "Hay algo del deseo sexual femenino que sigue estando puesto en el hombre protector, rudo y seguro. Y lo personal es político: si yo sigo deseando en el ámbito privado una figura patriarcal, esto se replica en la esfera social", aclara. El experto explica que si bien el discurso puede ir en la dirección correcta, hay cosas, como el deseo, que son mucho más difíciles de modelar y cambiar porque obedecen a patrones inconscientes y que están presentes en todos los seres humanos.
La homofobia es otro de los aspectos importantes de la masculinidad tóxica, ya que lleva a que cualquier contacto con otro hombre sea visto como algo que no está permitido. No hay aproximación ni contacto físico y, cuando existe, muchas veces es a través de golpes o empujones porque la intimidad con otros hombres, incluso si se trata de amigos, es interpretada como algo negativo. Uribe explica que esta idea repercute en la cantidad de redes afectivas que establecen los hombres, que son por lo general mucho más escasas que las que establecen las mujeres. Esto genera aislamiento y provoca que "cuando estamos mal no llamamos a nadie ni pedimos ayuda. Ahí aparece la mamá, la abuela o incluso una ex pareja, porque en esos momentos los amigos no están. Y nos quedamos solos porque no sabemos pedir ayuda". 
Este fenómeno de afrontar las dificultades en soledad se vincula con otra de las premisas fundantes de la masculinidad tóxica: la falta de autocuidado. "Si a mí desde pequeño me enseñaron que el cuidado es algo propio de la mujer, yo voy a crecer con esa idea en mi cabeza. Eso implica que el cuidado de otros y de mí mismo queda relegado", aclara Uribe.
Según datos del Instituto Médico Legal, casi un 80% de los suicidios registrados en el periodo 2011 a 2017 corresponden a hombres, lo que podría vincularse entre otras causas a la falta de prácticas de autocuidado y la poca ayuda que reciben en temas de salud mental. "Obviamente no voy al psicólogo porque eso es para mujeres, mis problemas los arreglo yo. Tampoco se preocupan de su salud física, se alimentan mal y dejan de hacer ejercicio. Esto no pasa por un problema de pretensión, sino que hay un problema de autocuidado básico. Si no logro eso, ¿cómo voy a ser capaz de cuidar mis relaciones de pareja, a mis hijos o mi entorno?", plantea Uribe.

Parte de la tribu

Ricardo Pizarro es sociólogo y tiene 34 años. Hace casi cuatro inició una terapia psicológica para abordar problemas relacionados con la masculinidad tóxica y los efectos que esta forma de entenderse a sí mismo le estaban generando en su vida. Uno de los principales temas en los que reparó durante esas reflexiones junto a su terapeuta fue precisamente el autocuidado. "En la terapia descubrí que era un tema pendiente para mí. Para muchos el trabajo amerita postergarse. Muchos días no comía porque tenía que trabajar, no respetaba los horarios y no dormía bien. Eso se puede mantener un tiempo, pero el cuerpo te empieza a pasar la cuenta", dice Ricardo. "Para mí la masculinidad estaba relacionada al autosacrificio y a la postergación, a esta idea bien tóxica de reventarse". Uribe agrega que esta tendencia a la sobre exigencia es marcada en un segmento importante de la población masculina. Se trata de hombres que han aprendido a vivir como caballos de carrera, a quienes les enseñaron desde pequeños a competir y a ser autosuficientes. "El miedo ahí es llegar a los 30 o los 40 sin bienes materiales y sin cosas que ofrecerle a la sociedad", añade el especialista. 
Ricardo explica que la sobre exigencia no se trata de una característica personal necesariamente, sino que es una práctica ampliamente difundida en círculos de hombres. "Esto no es algo que yo haya vivido en mi cabeza, es un contexto que te lleva hacia allá. En ese momento tenía un trabajo en el que el equipo estaba conformado sólo por hombres, incluídos los jefes, y el eslogan era 'somos espartanos y trabajamos hasta que nos sangren los ojos'". Pizarro recuerda que en ese mismo equipo de trabajo en el que imperaba un ambiente de sobre exigencia laboral, se daban otras prácticas vinculadas a una noción tóxica de la masculinidad. "Una vez nos invitaron a todos a un café con piernas. Yo me vi ahí y me sentí muy raro, no estaba cómodo, pero me costó hacerme consciente de eso porque la reacción automática era que tenía que gustarme. Así me di cuenta que ese tipo de comportamientos no son naturales, son culturales, son cosas que aprendemos". 
Pedro Uribe explica que para entender cómo se generan este tipo de situaciones y otras más graves como el acoso callejero, hay que entender cómo opera la construcción de la identidad masculina. "Algo muy característico de la masculinidad es que se construye entre pares, es decir, mi identidad se construye en base a como otros me perciben". Uribe agrega que esto es lo que hace que en la adolescencia muchos jóvenes se comporten de maneras contrarias incluso a la educación que han recibido de sus familias, con un afán por adecuarse a lo que hacen los demás. Explica que, por ejemplo, si en un grupo de adolescentes varios de ellos acostumbran a abordar a mujeres en la calle y comentar sobre su físico, es altamente probable que incluso aquellos que no se sientan cómodos o naturalmente interesados en ese tipo de conductas las repliquen para mantenerse dentro del grupo. "Cuando alguien no se comporta de una determinada manera, se rompe con esta especie de complicidad. Incluso para hombres adultos existen ciertos ritos que es muy difícil no repetir porque esperamos ser aprobados por nuestros pares", señala Uribe.

Hombres en tiempos de feminismo

Uribe, quien realizó una investigación sobre el perfil de los hombres que cuestionan la masculinidad actual y que han comenzado a cuestionar su rol dentro de una sociedad que se mueve hacia la equidad y la reivindicación de la mujer, da indicios de cuáles son los rasgos comunes de este segmento de la población. Reconoce que si bien los grupos de hombres que se reúnen a través de Ilusión Viril son bastante heterogéneos, existen algunos aspectos distintivos. Se trata de hombres que han tenido afiliación política con partidos de izquierda o liberales, lo que los acercó a las ideas feministas. Muchos de ellos ejercen profesiones relacionadas a las ciencias sociales o a la medicina y la biología. Respecto de las edades, el rango es amplio: los miembros más jóvenes tienen 22 años y los mayores, superan los 40. Otro factor común es que muchos de ellos tienen parejas feministas y si bien no todos se identifican como tales, la gran mayoría solidariza con sus demandas y con el movimiento en general. 
De acuerdo con un estudio internacional realizado por la consultora Ipsos y publicado a inicios de este año, en Chile un 32% de los hombres se considera feminista. Sin embargo, Uribe cree que en nuestro país se percibe como problemático que un hombre se identifique como tal, y lo entiende. "Poner un hashtag y salir a marchar es la parte fácil, y se puede usar como una pantalla si después llegas a tu casa y tu mujer es la que se encarga de cuidar a los hijos", explica. Y es que existe una cierta desconfianza respecto del apoyo real que los hombres le dan al movimiento, lo que podría explicar por qué sólo un tercio de los chilenos se identifica feminista. "Actualmente es mucho más difícil que un hombre se reconozca machista o que diga que las mujeres tienen que estar en la cocina. Pero sí existen nuevas manifestaciones de este paradigma como criticar la ropa o la apariencia física de una mujer. Socialmente no es bien visto ser machista, entonces hay una especie de autocensura", aclara. 
Ricardo Pizarro partió como uno de los asistentes a charlas y talleres dictados por Ilusión Viril y cumple con varias de las características que Uribe ha podido observar en los hombres que cuestionan la masculinidad tóxica. "Creo que es el momento de callarnos y observar. Para mí en este minuto el rol del hombre es dar un paso atrás y dejar que las mujeres vayan adelante. No somos nosotros quienes debemos dar las directrices de lo que se viene ahora. Lo que tenemos que hacer simplemente es apoyarlas".